Por - Publicado el 25-06-2008

Hola Daniel

Cuando estaba escribiendo mi anterior comment trataba de acordarme de un libro que leí para mi tesis de licenciatura. Ahora que estoy en casa te doy el dato. Se llama La lima que yo vi del periodista boliviano Nolo Baez. Es buenísmo, si puedes, búscalo. Es de comienzos del 900 y trata de como este colega veía la sociedad limeña de la República Aristocrática. Lo que le llamaba la atención era que todo limeño parecía tener a quién decirle huachafo, pero a su vez había alguien que le podia llamar huachafo a él. Yo percibo que sucede similar con el término cholo, a juzgar por la manera en que se está usando la palabra.

Ahora bien, habría que explicar que el término Huachafa se popularizó a principios del siglo XX para calificar o descalificar a las mujeres que intentaban aparentar ser de una condición social superior a la que eran pero sin lograrlo. Luego, el término también se utilizó para los varones y experimentó un proceso que lo llevó a ser sinónimo de mal gusto. Miguel Rodríguez Mondoñedo estoy seguro lo explicaría de forma más precisa, pero en resumidas cuentas es lo que pasó.

En la literatura peruana de las primeras décadas del XX una figura recurrente es la de la Huachafa, tema sobre el que se discutía con similar pasión que ahora con lo de lo cholo. Claro, en esos años nadie se reclamaba huachafo como hoy sí cholo – y hace relativamente poco Chicha -, pero en otros aspectos sí coinciden ambos debates. Si repasamos lo que se ha escrito sobre qué es lo que hacen o dejan de hacer los cholos, veremos que se incide bastante en el gusto, categoría de lo más subjetiva. Huachafo significó o significa no tener buen gusto por ser de determinada clase social. Para ser considerado cholo, según las definiciones que se están dando ahora, basta algunos patrones de conducta y preferencias más allá del aspecto racial.

Unos ven en estas características que se le achacan a lo cholo motivo de orgullo, otros no. Unos se sentirán identificados, otros no. Ya se ha dicho, el término es engañoso. Por momentos parece que lo abarca todo – todo lo peruano, se entiende – pero termina por definir algo vago. Si se lo dices a un desconocido, es un insulto; si es a un conocido, es señal de cariño.

Tal vez me equivoque, pero me parece que Galvez en Una Lima que se va, en medio de sus críticas a las huachafas, las reivindicaba porque a pesar de su impostura mantenían vigentes usos y costumbres que las clases altas iban abandonando. O sea, el perro que se muerde la cola. Algo similar pasa ahora con lo de cholo y su revalorización. Si eliminas el componente racial del término, ¿qué queda? ¿Acaso es fortuito que muchos no se sientan identificados con el retrato que se hace del cholo siglo XXI por cuestiones de gustos y costumbres diferentes a las suyas? No lo creo. Intuyo que, junto con características generalizadas dentro de lo que se quiere englobar como cholo se han colado los prejuicios que sirvieron antes para hacer de esta palabra un insulto. Me explico con temas tocados hace poco. Puede ser que a gran parte de los cholos – incluso la mayoría de peruanos, si se quiere – nos gusta la cumbia. Pero junto a esa característica de la choledad, decir que buscamos imitar los acentos de extranjeros por un sentimiento de inferioridad es buscarle tres pies al gato, perseguir a como dé lugar defectos donde no necesariamente los hay, y achacarnoslo como etiqueta.

Antes de terminar un detalle, Daniel. El costumbrismo no es necesariamente acrítico. El neocostumbrismo o híbridos de cuadros de costumbres que se lee en estos años no se escapa a ello. Recuerda la hasta hace poquísimo vigente China Tudela. Esa columna de humor tenía su grado de ambigüedad. Se suponía que era una burla a los complejos de una pituca, pero lo que tenía más cabida era la manera en que se daba con palo a los «igualados». Había un amor odio hacia esa pituquería que se angustiaba al ver como el NiuPi (Nuevo Perú, si no me estoy pajareando) se iba imponiendo y acaparando más presencia. Recuerdo que una de las bromas a la bancada fujimorista era a que usaban sus parlamentarios medias blancas con terno oscuro, o que una congresista merecía tener un negocio de peluquería en San Borja y cosas así. O sea, bromas dirigidas más a lo externo, accesorio.

Bueno, estimado, creo que me está saliendo muy larga mi respuesta. Un abrazo

Ernesto

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