Por - Publicado el 04-04-2008

Una nota de la edición regional de Correo (ver aquí), llama mi atención: el nuevo presidente del Comité de Historia y Tradiciones del Municipio de Arequipa, Héctor Ballón Lozada, atribuye el desinterés de las nuevas generaciones de arequipeños por «su cultura» al hecho de que la mayor parte de ellos son (cito) «arequipeños de primera generación», sintomáticamente «hijos de migrantes». Ballón, sociólogo de la UNSA, conecta este dato demográfico con el consecuente desinterés de los nuevos arequipeños por conocer sus tradiciones, su identidad, o por cuidar las impresionantes Casonas del centro Histórico de la Ciudad Blanca.
Ahora bien, como quiera que imagino la mayor parte de quienes me leen no conocen algunos entretelones de esta cuita regional, ahí les van los datos que les puedo resumir en items. Es necesario recordar:
1. que la ciudad de Arequipa ha crecido exponencialmente los últimos 30 años debido a la llegada de pobladores rurales, como en toda ciudad grande del país.
2. que la mayor parte de esos «recién llegados» lo hicieron desde Puno y Cusco, y las provincias altoandinas de la propia región.
3. que eso ha provocado enormes sentimientos de rechazo en el discurso oficial (incluida una universidad tan progresista como la UNSA) hacia los diferentes, arequipeños no tan arequipeños, ya saben, arequipeños solo de primera generación.
4. que hablar de migración en este caso es un exceso, de tufillo racista, pues no hay país diferente ni región geográfica separada. Viajando en bus hacia Puno, uno se da cuenta que el altiplano comienza solo saliendo de la ciudad, y que la propia Arequipa está ubicada en la región geográfica Quechua, continuada, sin océano de por medio, por la región Puna.
Por supuesto estoy seguro de que aquí no estamos hablando de nociones proferidas con asidero científico, sino de expresiones habituales, que repetimos y repetimos sin mayor crítica en la vida diaria. Eso es lo que las hace complejas: instaladas en el discurso común, expresiones como migrante, de primera generación, etc., se convierten en murallas culturales más reales que las que solían levantarse en los reinos medievales. Son los límites del pensamiento a los que aludía Wittgenstein.
Por ello, al margen de la ridiculez que supone hablar de primera-segunda o última generación en asuntos de vecindad (eso es llevar a la esquizofrenia esa conocida broma regional de que somos una República Independiente), a mí me suena arbitrario y desinformado históricamente hablar de identidad regional arequipeña al margen, separada, de la cultura altiplánica.
Me explico, si hay algo a lo que podemos llamar un discurso identitario arequipeño, hecho de símbolos, imágenes, personajes y narrativas comprehensivas, ese complejo tejido no solo no impide la llegada de influencias culturales indígenas, sino que por el contrario lo indígena es constituyente central de «lo» arequipeño. Los datos históricos nos probarán una y otra vez que el Altiplano y los valles de la región Arequipa han sido una sola vía de intercambio económico desde tiempos prehispánicos. Para decirlo en breve, esa zona ha sido una sola desde la noche de los tiempos, y está plenamente documentado en investigaciones arqueológicas como las de Guillermo Galdos Rodríguez. Esta afirmación además se coordina con la idea del control de diferentes pisos altitudinales que caracterizó la agricultura prehispánica peruana.
En segundo lugar, que la presencia india en Arequipa ha sido permanente, y que Arequipa se ha ufanado de ser una ciudad abierta desde la época colonial, de influencia aimara y quechua a la vez, a la par que de profundo hispanismo. Baste echarle un ojo a la Noticia de Arequipa, documento del s. XVIII de Antonio Pereira, que recogió Enrique Carrión, para comprobar que la ciudad misma tenía asentamientos indígenas establecidos, y que lo indio en Arequipa no es accidental sino esencial. No en vano hubo curacas en Yanahuara y en Cayma, llegando casi a la época republicana.
En tercer lugar que varios de los símbolos de la tan defendida arequipeñidad son «diálogos culturales» con la indianidad, y que se han constituido a partir de asumirla y no de negarla. Qué otra cosa sino hizo Melgar con el yaraví, al cantar en español con alma india, alma que le fue moldeada en su propia casa ubicada en la calle llamada «de Puno» (hoy queda en pleno centro de AQP), donde se crió cantando harawis. Qué otra cosa es el «loncco», maravilla de la expresión chacarera regional, suerte de quechuañol que se habló hasta hace poco y que se sigue conservando en formas literarias que celebramos tanto.
Por supuesto tengo en mente la necesidad de considerar con cuidado la forma en que estas declaraciones fueron citadas por un medio como Correo, cuya reputación no mejora en ediciones regionales, sino generalmente lo contrario. Pero tengo interés en traer a colación esta noticia porque es ilustrativa sobre ciertas fosilizadas estructuras de pensamiento que gobiernan el concepto de identidades regionales, en donde, tal vez, está profundamente anclado también nuestro concepto de identidad nacional. Nuestra identidad como dificultad real y como oportunidad a futuro.

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Comentarios a este artículo

  1. Hugo dijo:

    Querido Carlos:

    Traigo a memoria un artículo tuyo publicado en abril de 2008, sobre identidad vs. migración.

    Los arequipeños venidos de la sábanas que sean, hemos aceptado nuestro mestizaje, es más, nos sentimos orgullosos de ese «quechuañolismo», usando tu preciso término. Pero la verdad amigo, en el escenario actual y en mi caso, que he venido trabajando por sostener al Yaraví arequipeño, me asalta el desaliento de saber que es una lucha sin enemigo al frente, por que a nadie le interesa el yaraví como expresión musical, es más, el espíritu bucólico, romántico, tristón y doloroso (propio de lo andino)que lo sostenía, ya no existe; a las nuevas generaciones les importa una higa, y más aún, a las generaciones de arequipeños nacidos de primera generación (perdona la ridiculez), mucho menos, y como es natural, los migrantes viajan trasladando su propia cultura, y éstas, en Arequipa, tienen ahora otro soporte:urbano-andino, comercio-combi, chicha-rock, «luca china»,etc.

    Entonces, no refuto el indigenismo que sostienes como integrante de nuestra cultura (está en nuestra música, habla y cosmovisión tradicional), pero la composición social, etnica y cultural de ahora, es diferente hasta hace no más 30 años atrás. Este nuevo escenario nos plantea nuevas estrategias para sostener lo «arequipeño», que en ningún caso tendrá que ver con discriminación alguna, sino, con aceptar que las fusiones se están dando, pero éstas, sobre todo en materia de arte, deberán mirar al futuro.¿Puede el yaraví, por ejemplo, hacer lo propio con el aporte de nuevos creadores?. Yo creo que sí. Y ese es el pequeño aliento que me queda para creer en lo que hago.

    Con el afecto de siempre

    Hugo