Por - Publicado el 24-09-2007

Foto de Peru 21

I
Livianas, dulces flores del med
iodía
más puras que nunca en los
sepulcros andinos,

y tan leves, acribilladas en los muros
de la maleza crispada de horror.
No es el rocío el que cae y las baña
sino el llanto de las madres

frágiles como la lluvia
corolas de harapos
en un ramo de violencia
donde se agitan irritados capullos
negras banderas y cálices insurrectos

II

Entre el lento follaje y las ruinas
un vuelo desnudo: coronas de furia
y zumbidos sobre los muertos azules.
Bajo el fuego cruzado huye la niebla
sin luz en los ojos.
No hay nadie en la casa serena del cielo

y se pudren los muertos.
Miserable esplendor: la mosca azul
en la boca, otro cantar en la soledad.

III

De todo lo que fue y un golpe de luz
destrozó, en la desolación
y la inocencia, e
ntre masacres
encendidas por la muerte
con sangre de corderos, de pronto
un día nuevo bajo la sombra del hacha:
el sol frío de la claridad se abre
y en las alturas de nieve
sobre las tumbas sin olvido
una última flor respira por todos.

Foto de La República


IV

Lo que el día dice con tanta claridad
son tus ojos sin nadie, es tu boca vacía
y el pecho perforado como el paisaje.
En las quebradas de un dulce sueño

líneas de fuego y círculos de buitre:
espantable geometría del cielo.
Hogueras de nieve, los pastores difuntos
arden, bailan los demonios
en el atardecer.

Máscaras de la bondad
inútiles y cada vez más sombrías.

V

No extraterrestre ni subterráneo
sino sobre la tierra, comprendo con los ojos
como balcones hundidos en el firmamento
que hay una estrella fugaz en todo sueño
y horribles huellas en las estaciones
que cruzan por el rostro de los desaparecidos.

Labran los pueblos fantasmas el estremecimiento
y el terror, el llanto oscuro
y el deseo como un camino que no llegó
cuando empieza la aurora
con los dedos ensangrentados
y acaricia las tumbas, y todo termina
con un grito, como los muertos en los caminos.

(Foto de El Comercio)


VI

Nada sino la luz: otro asombro
meridiano y luminoso
en el campo desierto
cuchillo que atraviesas
con dulce filo
el cielo estival y perfecto.
Nada sino la sombra: otra espada
clavada en el paraíso
como un hacha
en el árbol de las vidas
cercenadas
a mitad de camino
sin abandonar la esperanza
al entrar en los círculos podridos
argollas de mierda con momias

políticamente enjoyadas
disfraces polvorientos, máscaras
y corderos degollados.
Profanas escrituras:
genitales en los muros sagrados
chorreadas consignas
de sangre y lamentos.

Lo viejo bajo el sol
y el volcán de lo nuevo
encendido como un cráter
en la luna
fría y neutral.

VII

Las casas se estrechan como hermanas
recordando a los que partieron.
Están deshabitadas, pero cantan:
las aves las han poblado
y se escucha al forastero que entró
como un arco de violín en esa música.
Todos partieron, sólo la ceniza quedó,
el rincón del amor amedrentado, sin brasas,
no se sabe qué corazón tomó
para desaparecer, como el ave

sin árbol ni cielo.

VIII

En los límites que sólo el silencio
conoce y revela, hay huellas
que vienen y van, que se detienen
como para escuchar o volver,
y son cada vez más hondas hasta llegar
convertidas en zanjas, y
comprendemos
por qué se borraron los rastros
en los límites que sólo el silencio
conoce y revela.

IX

Qué panes repartirán los trigales
fulminados, qué sombra brindarán
los altos eucaliptos que ayer
permanecían enhiestos, llenos de plata
las suaves hojas. Devastados han sido
y sin panorama yace el paisaje.
Una ficción sobre otra hacen esta realidad

sin límites, donde el poema se ordena.

X
Árboles, arroyos, cascadas suspendidas
en un hilo de agua, música de fondo
en los abismos nevados y silencio
porque son trozos los que escuchan.
Se veían bandadas como mantos
que cubrían los cerros encendidos,

aves desconcertadas, sin destino,
y estampidos de terror en la lejanía.
A dónde ir como el colibrí que se detiene
y reverbera como una señal sin destino.
La otra vida tiene el rostro de los pastores

sin rebaño, y bala, bala,
y trota y se arrodilla y se queja.

XI

No es la noche, en la altura enjoyada,
la que cae en la oscura contienda,
ni el rayo. Son otras sombras abatidas
las que fueron fulminadas. Tantos años
de crueldad bañaban los rostros de
las mujeres.
La piel de los mapas estaba manchada
con rastros de sangre y cruces marcadas,
trazos de horror, puntos muertos, incrustaciones.
Rama sin árbol, fl
orece y sostén a las aves;
tranqueras sin camino, detén las catástrofes.
Nunca es más clara la noche que en las fosas
donde descansa el sol. Víctimas del rebaño,
los balidos, las ramas,

las espinas y las piedras, tiemblan.

XII

Ángeles tiznados vuelan por los altares,
ebrios de aceite y humo, con las alas quemadas
en los escombros del cielo, bajo la nieve incendiada.
Estallaron los lamentos en el coro
de la impecable carnicería. En un árbol cercenado
arde el Paraíso perdido. Ni adán ni Eva
se salvaron, el lienzo los dejó huir
desconsolados. En la tela yacen

los rayos, las aureolas, las espadas
pisoteadas. Imágenes de la crueldad,
mutiladas en el atrio en llamas.
Los Arcángeles estuvieron armados
y es fuego lo queda, sin lámparas.

XIII

Los días se suceden en el horizonte
y giran con las plumas crispadas
entre las confusas retamas.
Los rencores del sol han calcinado
los costillares donde brota la hierba
sin sentir: Alguien reposa con indiferencia
sobre el camino por donde se quejaron.
No importa que no escuche: no tiene respuestas.

No importa que no vea: no tiene deseos.
No importa que no hable: lo dice todo.

XIV

La lluvia cayó, pálida como los muertos,
la lluvia, que entonces era una fiesta,
también se bate y estalla sobre las tejas.
Otra vez las chozas están perforadas,
la maleza crispada y llorante.
No hay ya más lágrimas sin rostros
que caigan sobre los camastros hundidos
por la ausencia. Cuerpos y almas errantes
buscan enloquecidos un lecho blando
en el fondo del río.


XV

No hay certidumbre en las tierras acogedoras,
ni claridad, ni silencio, ni palabras
como el canto del gallo. Es la errancia
hacia ninguna parte, después de todo.
Un río con sangre es también la ciudad,
con emboscadas en la niebla, muertes impunes,
sacrificios y avisos que deslumbran a los pobres,
desamparados por el reloj que marca otro tiempo,
en el mismo día inmóvil y a la misma hora en que huyeron.

XVI

De todo esto queda la tierra calcinada
y el pecho con latidos que no comprenden
tanta sangre vertida, restos de quimeras,
fragmentos que fueron todo y ahora no evocan
ninguna plenitud. Al amanecer,
las puertas vencidas dan al cementerio
donde la primavera cubrió con oro
lo que ahora es leve ceniza de sus sueños

dorados por el olvido

XVII

Desterrados al difícil sol, en los arenales
regados por lágrimas como fragmentos
de su dolor, han llegado hasta aquí,
después del sol, lejos de la tierra
que los vio bailar con máscaras relucientes
lentejuelas, penachos y sonajas,
y han llegado a estas fiestas con otras máscaras,
disfrazados con trampas en el carnaval.
No cantan; se lamentan, tendidos como zanjas,
en otras fosas que la garúa horada

cubiertos con trajes y máscaras extrañas.

XVIII

Qué dice el sol del día yacente,
qué dice la luna de la noche insepulta.
Flores fugaces en la hierba se abren
en resplandores que anuncian matanzas.
Si algo toca esa luz no es el pecho
sino un torso que amó su desventura;
so algo respira es el ramo marchito,
y la furia que arrasa puentes, muros,
lamentos y palabras que nadie comprende.

XIX

El viento es una lápida ligera
sobre las fosas, y la lápida un muñón
que sangra: último fragmento o suspiro
de una pasión sin razón ni sueño.
Tantas cosas han sucedido, tantas cosas
han pasado como estaciones, de un momento
a otro, en los recodos, en las calles,
en las plazas con estatuas mutiladas.
Ojos que no ven, corazones que ya no sienten
junto a los hijos muertos, a la intemperie.

XX

Es la íntima alegría del canto
lo que nos queda, lo que sobrevive
y sobrevivirá en la noche perfecta.
Llegamos juntos de otras tierras
y partiremos separados, sin efigies
ni monumentos, como ellos.

XXI

Y ahora, todo tan nuevo, tan lustral,
que lo que se piensa se hace y florece.
La ráfaga es la brisa, el disparo un silbido
que no hiere o destroza sino encanta.
Se encontró lo perdido, se continúa el camino
con otras huellas que no se arrastran ni huyen.
Un estampido de palomas recorre el cielo.
Es una espiga el sueño, el grano de trigo

el pan, alimentos de la alegría.

“Fragmentos” (de Ni pan ni circo de Alejandro Romualdo). Tomado de una transcripción de Javier Ágreda.

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