Por - Publicado el 08-09-2007

Como sabemos, después de un debate sobre un proyecto de ley para la protección de las lenguas indígenas, la congresita María Cleofé Sumire acusó a la congresista Martha Hildebrandt, que se había opuesto con malas maneras al proyecto, de «ir al parlamento a dormir». Esto dio lugar a un desafortunado duelo verbal a la salida del Congreso de la República en el cual Hildebrandt se refirió una vez más, con desprecio, a los hablantes de lenguas minoritarias.

Son conocidos los videos en los que se ve a Martha Hildebrandt durmiendo en plena sesión del Congreso. Ahora bien, es probable que la doctora Hildebrandt sufra de narcolepsia. Si es así, es bastante injusto e inapropiado que la congresista Sumire presente este tipo de acusaciones. En efecto, no todas las personas que se quedan dormidas en una reunión, en una clase o en el cine son desatentas o están aburridas y haríamos bien todos en ser conscientes de la existencia de esta condición que no debería ser objeto de burla.

Pero Martha Hildebrandt, por su parte, no tiene problemas en burlarse de los hablantes de lenguas minoritarias. ¿Qué clase de lingüista se permite hacer tal cosa? Obviamente, alguien que ignora en qué consiste su profesión. Martha Hildebrandt posee un prestigio más amparado en sus gestos autoritarios que en su conocimiento de la disciplina que practica. Lamentablemente, muchos siguen creyendo que la lingüística es la disciplina del «buen hablar» y por eso consideran a una persona como Martha Hildebrandt «muy preparada». No lo es en absoluto. Para una explicación especializada de lo que digo, véase aquí y aquí.

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