Por - Publicado el 29-11-2006

Después de leer el post de Silvio sobre el TLC, se me vino a la mente un extraño párrafo escrito hace varios meses por Paolo de Lima en su blog en un post dedicado a las manifestaciones de los inmigrantes en Estados Unidos. Extraño, digo, por un detalle. Escribe el blogger de Zona de Noticias en esa nota:

Recuerdo algún mes de 1999 (posiblemente un 1ro de mayo también), cuando
vivíanEl Paso. Alguien (quizá algún estudiante mexicano) pasó la voz de que
enlacapital de Texas, Austin, habría una marcha de apoyo por los derechos
delosinmigrantes hispanos. Fui. Al llegar, desfilamos ordenadamente unas mil,
dosmilpersonas, y nos concentramos en el Capitolio. En los alrededores habían improvisado una feria ambulante. Vendían música, camisetas, libros (mucho marxismo, el Che), fanzines. Algunas líderes locales hablaron a través de un megáfono, hubo aplausos, cayó la tarde. Ese mismo día todo el mundo regresó a su ciudad.

Me pregunto si no es obvio que las reivindicaciones de los inmigrantes se ajustan claramente a un reclamo en favor de un mercado verdaderamente libre y no del socialismo. Los inmigrantes, como lo entenderá bien Paolo de Lima y cualquiera que tenga una mínima idea de lo que se trata, hacen lo posible (y arriesgan la vida) por cruzar la frontera hacia Estados Unidos y no por meterse en bote o a nado a Cuba. De hecho, es cierto exactamente lo contrario: que la gran mayoría de cubanos hace lo posible por salir de Cuba, el único paraíso social del cual casi todos (incluyendo los obreros) quieren escapar. Paolo de Lima no se cuestiona esta incoherencia (y, por el contrario, parece que la observa con fruición). Encuentra a la venta (obsérvese la naturaleza del último verbo) la imagen del Che y los folletines “marxistas” (sabemos de qué clase de textos se trata) pero le parece genial; tal vez, para él, que los inmigrantes quieran entrar a participar del mercado interno de Estados Unidos es la confirmación de la buena salud del socialismo.

No hay ninguna consistencia entre la figura del Che y el marxismo de fanzine y la demanda de los inmigrantes por la libertad de ofrecer, a un mercado con grandes oportunidades, lo mejor que tienen: su fuerza de trabajo y su ingenio. Quienes se entreveran para ganar unos dólares en medio de una manifestación por la libertad (y Paolo de Lima o bien no se da cuenta o bien deja de decirlo) muy probablemente sean un grupo de oportunistas de izquierda trasnochada tratando de levantar sus banderas. La manifestación no solamente nada tiene que ver con su propuesta política, sino que apunta exactamente a lo contrario: a la eliminación de las fronteras políticas (las “leyes de inmigración”) y mentales (el racismo) que obstaculizan la libre contratación y el intercambio.

Mi hipótesis es que Paolo de Lima está representando su papel de izquierdista, no de crítico. Él sabe que está mal visto en ciertos círculos poner en cuestión el estatismo, el socialismo y las figuras intocables y hagiográficas como el Che y Fidel Castro. Él sabe también que la situación de los intelectuales burgueses (como él, como yo) se alimenta mejor de la persistencia de la miseria, no de su eliminación, porque la crisis permite que los lugares comunes de los intelectuales de esta izquierda caduca tengan todavía un lugar. Y si uno es perezoso, esto más conveniente y fácil que la tarea más ardua de pensar crítica e independientemente. Este izquierdismo trasnochado, arrinconado en una retórica cerrada e impermeable, promueve además la letanía de que el Estado debe hacer algo en favor de “la cultura”, un reclamo proteccionista que vende muy bien y que sostiene la idea de que si las cosas están mal en la literatura y las artes, es culpa de los funcionarios del gobierno (que no promueven “la cultura”, es decir, no subvencionan sus poemarios, sus novelas y sus obras plásticas) y no de los escritores y de los artistas.

Lamentablemente, el caso de Paolo de Lima es emblemático. En muchos círculos intelectuales y literarios, es la voz echarle la culpa de todas las miserias humanas a la globalización, al libre mercado y al capitalismo, como si el mundo anterior a estos fenómenos hubiera sido un paraíso de desarrollo humano, tolerancia, igualdad y paz. Mario Montalbetti observaba en una conferencia sobre la obra de Carlos Runcie Tanaka que aquella pregunta Zavalita en Conversación en la catedral (“¿En qué momento se había jodido el Perú?”) supone que alguna vez el Perú no estuvo jodido, es decir, estuvo entero. Este mito solía ser conservador y expresaba muy bien la sensibilidad de oligarcas y burgueses asediados por nuevos actores sociales. Ahora parece ser que el mito ha sido apropiado por la izquierda desorientada que, en lugar de encaminarse hacia el horizonte de la libertad y el desarrollo humano, hace un llamado al proteccionismo, el estatismo y el controlismo, invocando una solidaridad que fue desmantelada por los mismo burócratas y comisarios que administraban las autocracias socialistas.¿Por qué no es posible atreverse a cambiar esta visión tan evidentemente caduca (evidente, digo, ante el colapso tan claro del estatismo y el socialismo) por una perspectiva en favor del desarrollo?

La respuesta es, tal vez, muy simple: porque implicaría un costo muy alto para la retórica quejumbrosa que ya le ha dado al intelectual burgués beneficios y prestigio. En otras palabras: estoy casi convencido de que, para los intelectuales de izquierda a los cuales me refiero, no es necesario ni conveniente cambiar nada (y, mucho menos, debatir) porque su primer interés es defender un estatus que les rinde mejores ganancias.

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