Por - Publicado el 30-05-2013

La globalización reciente reforzó la tendencia ya existente en el capitalismo a desconcentrar las tareas de producción en la fábrica y delegarlas a talleres externos de pequeñas empresas supuestamente independientes. El gran capitalista ya no contrataba a un obrero, sino que subcontrataba a un pequeño empresario, que hacía las mismas tareas que el obrero. Con eso aparentemente la relación entre capital y trabajo era superada por una relación entre dos empresas, una grande y una pequeña. Los trabajadores destajeros ahora eran y se identificaban como empresarios, pequeños, pero que podrían llegar a ser grandes. Era un nuevo modelo de producción y de desarrollo que desdibujaba cualquier identidad proletaria y cualquier idea de superación del capitalismo, más aún en el contexto de un fuerte crecimiento de las actividades de servicios y globalización, con la particularidad además de las crisis económicas en países pobres, los ochentas en América Latina. Una relación personal en una empresa de producción o de servicios era reemplazada por una maraña de redes entre entidades económicas impersonales.

Esta tendencia del capitalismo al subcontratismo se potencia en el imperialismo, que también desconcentra actividades centrales y recurre crecientemente a la subcontratación. Las grandes empresas transnacionales no sólo montan grandes fábricas en países de mano de obra barata, sino que recurren a pequeñas unidades en las que evitan una relación laboral directa con los trabajadores: pueden ser maquilas en México, Pakistán o las Filipinas. Una empresa transnacional megaextractiva no contrata a todo su personal en una relación laboral directa de producción, sino que recurre a subcontratistas precarios que le prestan «servicios».

Pero la tendencia al subcontratismo en el imperialismo no se limita a la producción privada. Si algo caracteriza al imperialismo es que las empresas privadas reciben todo el apoyo de su estado. La embajada de un país imperialista está ahí para apoyar a sus empresas. Y por supuesto, las aventuras militares, las acciones encubiertas, las intervenciones en áreas de influencia, como la lucha con otras potencias imperialistas, las hace el estado con las grandes empresas monopólicas. Los soldados, reclutados entre los pobres de un país, son la avanzadilla de las grandes empresas de los millonarios de ese mismo país. La intervención puede ser para controlar la producción de petróleo, bananas, diamantes, un canal interoceánico, una salida al mar estratégica, o evitar un “efecto dominó” en algún lugar del mundo. En estas acciones también se aprecia una tendencia creciente a la subcontratación.

Las intervenciones militares no sólo son llevadas a cabo por el ejército regular organizado por el estado, sino por subcontratistas privados. Pueden ser subcontratistas militares, comerciales, de logística, de inteligencia, de información, de derechos humanos, etc. El imperialismo ha dejado de ser tan «estatista» y va más por el privatismo, con lo cual otorga suculentas prebendas a poderosos grupos afines y forma además toda una red de intereses locales de personas, empresas u ONGs.

Se ha visto subcontratistas privados en la invasión de Iraq, Afganistán, en el norte de África, en la intervención soterrada en América Latina,en particular en el área andina, en la lucha antinarcótica o para la “transición democrática”, en que han formado toda una red de subcontratistas. Pueden ser Blackwater, Haliburton, Chemonics o DAI, pero también pequeñas empresas locales u organizaciones no-gubernamentales subcontratistas. Los tiempos han cambiado. Ya no es “la ‘huachafita’ que puede atrapar un yanqui empleado de Grace o de la Foundation”, que contaba Mariátegui; ahora es una empoderada directora de ONG que goza de un financiamiento de USAID, la NED, el IRI, el NDI o Soros.

Así como el trabajador subcontratado bajo el capitalismo adquiere una falsa conciencia de independencia y se computa empresario, acaso sin ver que forma parte de una red de producción deslocalizada, el subcontratado por el poder imperialista adquiere también una falsa conciencia de independencia y se computa libre, acaso sin ver que forma parte de una red de dominación imperialista. En el imperialismo subcontratista se multiplica por mil el fetichismo de la mercancía y la enajenación, que Marx analizó para el capitalismo incipiente. Pero claro, también hay quienes han cruzado la línea hace rato y saben muy bien para quién trabajan, lo justifican y lo hacen con gusto. Dejaron la etapa de aprendiz, y pasaron a ser oficiales, cual pasó con Eudocio Ravines en el Perú, aquí, o Lionel Sisiniega Otero en Guatemala, aquí.

Pero igual la vida no deja de ser dura. Si algo les pasa a estos subcontratistas (que les corten la cabeza en Iraq, que Assange les exponga sus visitas a la embajada de los EEUU, que los capturen en Cuba, etc.), dado que no hay una relación laboral directa, el estado imperialista se desentiende de ellos, como se ha visto últimamente. Más protección de sus estados habrían tenido los mercernarios y corsarios, que siempre hubo en la historia, que el precario subcontratista del presente.1

  1. Ver el caso de Alan Gross contratado por DAI, subcontratista a su vez del gobierno de los EEUU. Lo mandan a una misión en Cuba, lo capturan, su familia la reclama a su empleador, no le hacen caso, luego reclama a USAID, no le hacen caso, le hace juicio al gobierno, el poder judicial rechaza admitir su caso en un juicio, aquí y aquí. []
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Comentarios a este artículo

  1. leopoldo dijo:

    Interesante artículo. Conciso. Me fue de utilidad en mis investigaciones por la web acerca de la subcontratacion laboral y la acumulación de capital.

    Saludos desde Venezuela