Por - Publicado el 05-11-2019

1. En el futuro recordaré el pasado
Mario Vargas Llosa no baja de cierto nivel narrativo. Es indiscutible que tiene tablas, pluma, cancha. Pero en «Tiempos recios» no ha dado el do de pecho que dio en desempeños anteriores. Es una narración omnisciente tan fragmentada como repetitiva, como para que el lector fije ideas, con autohomenajes como las leonciopradinas «torneadas piernas» e incluso homenajes nada menos que a García Márquez:

«Cuando, mucho tiempo más tarde, en su exilio itinerante, su memoria pasaba revista a esos escasos tres años y medio que estuvo en el poder, Jacobo Árbenz Guzmán recordaría como la experiencia más importante de su gobierno aquellas semanas de abril y mayo de 1952 en que presentó su anteproyecto de Reforma Agraria al Consejo de Ministros, para luego someterlo al Congreso de la República.»

(“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.”)

2. ¿Dónde está Wally?
En todas sus novelas siempre está presente hablando de sí mismo. Si no directamente, a través de un/a personaje. Esta vez no está en Urania hablándole desde afuera. Está repartido entre varios personajes y como no logra plasmar una transmutación creíble, se sale del formato literario para entrar al formato cuasi-periodístico y «dar la cara» en una desubicada y tensa entrevista con una muy profesional Marta Borrero. Una cosa rara. Un epílogo crónica en que pierde la sutileza narrativa para entremezclarse con una personaje. El arroz le queda con mucho concolón por debajo y muy al dente por arriba. En este trabajo hay novela, pero la mejor pluma está en los diversos pasajes en que se franquea y asume una prosa histórica-periodística.

3. Tiempos diferentes
A diferencia de La Fiesta del Chivo en que la CIA está presente pintada con tenues colores impresionistas, en este trabajo la CIA está pintada con colorinche caribeño. La Fiesta del Chivo es del 2000 en que había una incipiente Internet, recién arrancando los navegadores y la desclasificación de archivos de la CIA. No había blogs y difusión de información como ahora en el 2019 en que la intervención de la CIA en Guatemala es inocultable, como sí se pudo ocultar la intervención de la CIA en República Dominicana, la conspiración para matar a Trujillo. Vargas Llosa pasa de la insinuación en clave literaria a mandarse de hacha con una hipótesis que asume por completo: que la CIA y Trujillo intervinieron para asesinar a Castillo Armas. A estas alturas ya no cuadra venir a decir que se trata de una licencia narrativa propia de una ficción literaria. Lo de antes ya no cuela.

4. Estados Unidos: tú que estuviste siempre bien
La novela de Vargas Llosa sobre Guatemala no podía ser sólo sobre la caída de Arbenz y la intervención de la CIA. Qué aburrido y qué poco Vargas Llosa que hubiera sido. Tenía que ser sobre cómo se bajaron a Castillo Armas, como tuvo que ser sobre cómo se bajaron a Trujillo. Son los Estados Unidos cometiendo la gran torpeza de preparar ese golpe militar contra Árbenz, pero finalmente redimidos porque también intervinieron para bajarse a Castillo Armas. En La Fiesta del Chivo no era tan extrovertido con esa tesis, pero esta vez sí la dibuja con meridiana claridad. Si los Estados Unidos apoyaron a Montesinos y Fujimori, finalmente apoyaron su caída. Si apoyaron a Pinochet – otra «torpeza», luego apoyaron su salida. Hay una ida, pero también hay una vuelta. La cagan, pero la arreglan. Lo malo cambia y finalmente, sin justificarlo, y aún criticándolo, acaba por dar lugar a una apertura. Uno no tiene por qué mojarse con lo malo, pues puede criticarlo y nunca aceptar que es parte del mismo proceso que uno sí apoya.

5. Justicia de novela
El pinche embajador macartista se muere en Tailandia en un accidente automovilístico y Castillo Armas muere emboscado por su propio círculo íntimo. Tanta indignación cede lugar a un alivio en el lector. Vargas Llosa recuerda al explorador de «La Rosa Púrpura de El Cairo» que entra y sale de la película con gran curiosidad por la vida real. Es imposible no vincular este discurso con la biografía de Varguitas y su vida de simpatizante comunista, criticando las intervenciones de los Estados Unidos y volviéndose castrista, pero luego volteándose en 180 grados y saltando a la palestra política en plena guerra fría como adalid de la democracia y la libertad, pero siempre entendiendo a su yo de juventud. De ahí la admiración que cause en los/as renegados/as de la izquierda. Alguna vez, en plena guerra fría, en los 1980s, Vargas Llosa diría que el apoyaba al capitalismo y a la democracia porque si bien éstos cometían muchas injusticias y tenían muchos defectos, como era un sistema abierto todo podía cambiar, a diferencia del comunismo que era un sistema cerrado. La justicia y el alivio en sus novelas es la que él predica políticamente. Con Aznar, Rajoy, Piñera, Uribe, Duque, Peña Nieto, Mesa, Macri, Vizcarra, Kuczynski, Humala, García, Toledo.

6. «Arbenz no era comunista»
No, no lo era. Pero ¿a quién le importó? Los campesinos explotados en Guatemala y en el Perú tampoco lo eran, pero ¿dónde estuvieron quienes iban o van de demócratas y los liberales para apoyarlos? Respuesta: con los terratenientes explotadores. En América Latina no hay ni hubo una burguesía antimperialista y antifeudal. Quienes siguieron y siguen ese camino antimperialista y antifeudal fueron y son combatidos por la gente que Vargas Llosa apoya desde mediados de los 1970s. El discurso que redime y se opone a las atrocidades de antaño no sólo no se puede despercudir de aquéllas, sino que acaba por ser el discurso reaccionario del presente. ¿Qué dijo Vargas Llosa ante el arequipazo, baguazo, o cajamarcazo? Apoyó a todos los gobiernos de turno. Incluso se peleó con gente amiga más crítica ante gobiernos que él apoyó con todo, notablemente el de Humala. Y por el otro lado, por supuesto que no vio nada positivo en gobiernos que se metieron con las Fruteras actuales, que hicieron reformas redistributivas y de empoderamiento de los más pobres.

7. «el gringo raro que no se llamaba Mike»
Es muy poco creíble que la CIA se limitara a incentivar a sus peones domésticos mediante sobrecitos misios de un actante en una intervención tan tangencial como la que bosqueja Vargas Llosa. La protección otorgada a Marta Borrero y cómo le responde a Vargas Llosa cuando éste le pregunta directamente por la CIA sugieren una relación mucho más orgánica e involucrada. En los Estados Unidos no es legal hacerle outing a un espía. A partir de que en Grecia asesinaran a el jefe de estación de la CIA en el Perú de 1972 a 1975, se dio una protección legal para estos espías. Para que Borrero le responda esas preguntas a Vargas tiene que haber una desclasificación de información debidamente autorizada. Sin eso, es ilegal que Borrero le dé cualquier indicio a Varguitas. Con tanta cercanía con el Departamento de Estado es inconcebible que Varguitas no estuviera más enterado.

8. Tempora rigida
La última novela de Vargas Llosa es liante, enroscada; no es antimperialista, como parece que alguien ha leído tal vez dejándose liar. Es de personajes débiles, que no se hacen más fuertes por Vargas Llosa narrando todo desde ellos/as. Si fuera una película más que escenas con diálogos habría una voz en off que cuenta la mayor parte de la historia, con harta repetición y recopilación, al estilo de «Detectives Médicos». Faltó más de digestión de algunos personajes. Bien hubiera podido suplir la información incompleta con el uso de la imaginación y la pluma y hacer gala de una opción preferencial por la literatura, que era lo esperable en él. No era para dejarlo ahí, limitado por lo fáctico. ¿Se asustó por la amenaza de Marta Borrero de vérselas con sus abogados? Algo pasó, pero parece que quedó atrapado por la indecisión entre su yo ficcional y su yo cronista, su yo escritor y su yo político. Y hasta parece que fue el segundo el que más le salió del fondo.

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