Por - Publicado el 22-04-2019

En los ochentas había un programa de TV llamado «Cámara Escondida». Una vez trajeron a un galán de novela venezolana y le pusieron un supuesto mago que supuestamente hizo levitar un cenicero. El cenicero, por supuesto, no se había movido, pero todo el mundo en el set aplaudió. El galán también aplaudió claramente por compromiso, obviamente sin ver nada de la levitación. Luego le preguntaron qué pensaba de lo que había visto y el tipo tartamudeó sin saber qué decir, hasta que le desvelaron la broma.

Cuando me dicen que Alan García era un buen orador y un buen político, me siento como ese confundido galán que siempre vio el cenicero inmóvil en la mesa. Nunca vi a un buen orador ni a un buen político. En tiempo real era un tipo insoportable y nada convincente. Sus discursos siempre me parecieron una payasada, incluso los más «intelectuales» como su monólogo sobre el «trapecio andino» al iniciar su primer gobierno.

Tuve la primera noticia sobre él cuando fue constituyente. Me pareció un matón, un provocador formado en el almácigo partidario. Hasta entonces su mayor logro mediático fue que la suegra de Andrés Townsend le aplaudiera la cara en el local del Apra en Lima. Luego me enteraría de su participación en los desmanes del 5 de febrero de 1975.

Muerto Haya de la Torre y fracasado el intento electoral de Armando Villanueva en 1980, el Apra se depura de su ala más derechista representada por Townsend, y asume una retórica socialdemócrata con apoyo internacional de la socialdemocracia alemana. Alan García es la persona de ese viraje que despercude al Apra de su imagen oligárquica creada en las convivencias prevelasquistas. Alan García intenta canalizar el sentido común de izquierda en el Perú y le funciona en cierta medida. Pasa a la segunda vuelta en 1985 con Alfonso Barrantes que malversa el voto izquierdista negándose a competir con García en la segunda vuelta. García logra el apoyo de la izquierda barrantista que lo apoya en la estatización de la banca. Pero también se gana el rechazo de la mayoría de la izquierda en las masacres de los penales en 1986, a un año de iniciado su gobierno. Muy temprano se sabe de su responsabilidad en esas masacres, como en todas las que ocurrieron en el Perú en esos años. Con eso la mayoría de la izquierda legal deja clara su irreversible posición contra García. El mismo MRTA, que le había dado una «tregua» al gobierno de García, se radicaliza en su contra. A su vez, García se tira más a la derecha y organiza un escuadrón de la muerte, probadamente con apoyo de Corea del Norte e instructores de la CIA. Lejos de ser un socialdemócrata de frente popular francés, es un socialdemócrata represor y carnicero a lo Friedrich Ebert.

Su intento de estatización de la banca ocurre en pésimo momento y fuera de cualquier consideración económica o social. Logra más en crearle oposición que en ganarle apoyos. García nunca fue capaz de hacer un ajuste ordenado de la economía. Fue obnubilado por su poder pasajero y nunca asumió la función pública con responsabilidad. Fue un angurriento arribista que entró a saquear los recursos públicos sin ninguna consideración social o nacional. Quiso ser apoyado por todos y acabó siendo repudiado por todos.

García acabó con un activo rechazo popular y si algo logró terminalmente entonces fue evitar el triunfo de Vargas Llosa. Pero no pudo evitar que el programa de éste sí triunfara, lo cual le ganó una investigación que hubiera ocurrido cualquiera que hubiera sido el gobierno de los 1990s. Entonces debió ser investigado y juzgado, pero logró escaparse de la justicia y que las acusaciones prescribieran. Muchos no se acuerdan, pero Alan García renunció al Apra, a pedido de sus propios compañeros que pidieron disculpas al pueblo peruano por las fechorías de este ladrón. Para escaparse primero solicitó la nacionalidad colombiana y al parecer le fue concedida, pero luego al quemársele la protección del vecino país escapó a Francia. Allí se la llevó fácil con la protección de un corrupto como Mitterand. Fue un exilio dorado, con la plata desfalcada al pueblo peruano. Y encima quedó como un perseguido político.

Su regreso al Perú fue un aprovechamiento del vacío que dejó la destrucción de instituciones a manos del fujimorismo. A pesar de todas sus delitos, las fuerzas opositoras al fujimorismo le dieron cabida al Apra en el pacto de gobernabilidad. Rápidamente los avezados de este partido se dedicaron a poner sus banderolas delante de las manifestaciones de los jóvenes contra el fujimorismo. No era un movimiento liderado por alguien, sino empujado por la gente que necesitaba a alguien al frente. Ese alguien fue Toledo, pero ya para la dinámica electoral, la experimentada y aceitada maquinaria y la coyuntura le dio una escalera de intención de voto a García, que casi le gana a Toledo. Entonces Alan García competía por el mismo espacio. Cuando vino el fenómeno humalista, en cambio, ya se trató de una oposición frontal y García capitalizó la ineptitud electoral de los sectores más conservadores. Entonces tuvo mucha suerte. Con algo se sentido común de estrategia electoral, la hizo, cosa que era mucho pedir para Lourdes Flores. En condiciones normales, aquellas que paradójicamente rara vez se dan en el Perú, no la hacía. Con eso García enterró su discurso contra el neoliberalismo e hizo una reedición de la alianza Apra-UNO, esta vez con el fujimorismo. La historia rimaba otra vez. García asumía el rol de soberbio implementador del neoliberalismo, con corrupción y masacres. Viró en lo económico, de la heterodoxia a la ortodoxia, mas no en la corrupción y en la represión a mansalva, ambas tolerables y bienvenidas por la reconstituída oligarquía. Ya no era el Alan García arribante, era el Alan García arribado e integrante orgánico de las clases dominantes.

No sólo la oligarquía lo vio como opción ante un Humala chavista, sino la ex-izquierda caviarizada, que desde su primer gobierno se había ampliado hasta hacer emulsión con sectores de la derecha llamada liberal. Ese grupo de amigos con estela social lo potabilizó decisivamente, primero con la CVR, que limitó su responsabilidad en las violaciones de derechos humanos de su primera gobierno a lo político, quitándole lo personal (a diferencia de Fujimori que sí encontrado responsable político y personal). Y luego fue con su abierto apoyo en la segunda vuelta, manteniendo perfil bajo sobre las denuncias en su contra pero poniendo por todo lo alto las denuncias contra Humala. La CNDDHH claramente estuvo más activa en denunciar a Humala que a García. Salomón Lerner, ex comisionado CVR, anunció públicamente su voto por García. Lo apoyaron sin mucho disimulo. Ya en su gobierno, otra excomisionada de la CVR, Sofía Macher, fue parte del Consejo de Reparaciones, dependiente de Jorge del Castillo y la ex-Rodrigo Franco Nidia Vilchez. García llegó hasta donde llegó debido a que administró sopesadamente sus alianzas y concesiones a sectores disímiles. No fue tan diferente a predecesor Toledo ni a su sucesor Humala: lo económico para los oligarcas y lo social para los viarcas. Estos dos sectores se atacan y se odian, pero toman la misma lechecita en el platito que les da el gobierno de turno postfujimorista.

Pero ya no era un García fibroso, sino uno adiposo. Un García que a pesar de la jactancia de decir que era su oficio evitar transferirle el poder a quien él no quería, lo tuvo que hacer. Si Humala se volteó después, por supuesto que no fue por García. Era un García de mayor masa corporal, pero con el aura achicada incluso entre quienes se dejaban deslumbrar por su locuacidad.

Los tiempos habían cambiado. En la época de la internet si García robaba desde el día uno, se sabía desde el día uno. Eso pasó con la reconstrucción de Pisco. Ya había un recuento de conflictos sociales y de los muertos en ellos. Todo eso se supo ni bien ocurría. Ya no se tenía que esperar al fin de semana a que un equipo especial de TV fuera a Accomarca, como ocurrió con esa masacre en su primer gobierno, transmitida en programa politico de domingo a colores a un conmocionado Perú. Ahora se transmitía en directo, con redes sociales mostrando los videos que la televisión evitaba. Ahora había chuponeos con audios reproducidos en cada teléfono celular, como ocurrió con las denuncias del faenón. Pero no había hiperinflación, no había guerra insurgente-contrainsurgente. García salió tranquilo de la presidencia, beneficiado dos veces por el desafío chavista: primero para ganar las elecciones y segundo para gobernar. García tuvo que relanzar los programas sociales, apagados desde la crisis asiática y rusa. Corrió tabla en la ola de la reducción de la pobreza de evidente contenido antichavista preventivo. Sin esas políticas el sistema no era viable en un país ubicado en una región que viraba a la izquierda.

Ya en el llano, evitó que el humalismo lo investigara. El fortalecido fujimorismo, reincubado en su gobierno, le devolvió la mano y lo protegió. Destrozó la comisión que lo investigó en el congreso. Pasó piola por un tiempo. Con el poder judicial controlado se acabó de cargar a la comisión del congreso. Quienes lo denunciaron por acoso sexual y hasta violación, apristas ellos, tampoco lograron que sus denuncias avanzaran. Nunca, pero nunca, nadie logró que avance nada en términos de acusaciones por violaciones a los derechos humanos. Puras declaraciones sin aterrizaje práctico legal. Todo lo de su primer gobierno quedó prescrito o entrampado. Y por supuesto, los casos de corrupción prescribrieron. Las violaciones a los derechos humanos no eran nada. Al fin y al cabo, gente como Toledo, Rospigliosi y luego Humala estaban en lo mismo. Los muertos en conflictos sociales son legales. No generan acusaciones. Esa fue la innovación del postfujimorismo: formalizar esas muertes. Lo único que le quedaba pendiente a García era la corrupción, donde él tampoco era singular: era lo mismo que con Toledo, Kuczynski, Humala o Villarán. La crisis sistémica regional que trajo la caída de Odebrecht fue devastadora en el Perú. En otros países, la relativa mayor fortaleza institucional hace que la corrupción no devaste tanto. Corruptas y todo, las instituciones continúan. En cambio, en el Perú uno a uno fueron cayendo los expresidentes postfujimoristas, cada uno con su mafia. Y García no fue la excepción. Fue la estocada final de su desinflada.

García ya tenía muchísimas nuevas banderillas en el lomo. Quedó como un probado doctor bamba, es decir, como un farsante y un mentiroso. No era doctor. Pero se suponía que había ido al extranjero por muchos años a estudiar. Entonces, ¿qué había hecho? Luego quiñó irreversiblemente su aura de buen polemista y orador con su alianza con Lourdes Flores y su deslucida campaña electoral en que Olivera se lo almorzó y le dijo lo que todo el Perú quería que le dijeran en la cara pelada. Nadie pudo protegerlo de ésa. Otro Perú, otra coyuntura. La estocada de gracia se la dio Odebrecht, que dio los indicios suficientes para encerrarlo como se hizo con tantos/as otros/as, por cierto, con el abierto apoyo de García y sus seguidores. Nadie le cree que podría cobrar 100 000 dólares por una conferencia a una empresa que había sido beneficiada en su gobierno. El mecanismo estaba ya bien visto para pasar piola esta vez.

Con su intento de fuga a Uruguay Alan García ya era una figura derrotada, un rey ahogado a la espera del jaque final. Ni siquiera le funcionó esa jugada. Una rápida movilización de congresistas de izquierda al Uruguay le atajó el escape. Los tardíos congresistas alanistas llegaron tarde al país platense. Al parecer, intentó conseguir el asilo en otros países y tampoco le funcionó. Fue devuelto al Perú e impedido de salir al extranjero. Después de la detención de otros políticos, principalmente de Keiko Fujimori, y antes de Humala y Heredia, estaba claro que esta vez García no se escapaba. Se intentó sacar a fiscales y se sacó a un juez, pero no se salvaba de que lo detuvieran.

Todavía hay gente que no cree que Alan García se suicidara, que está vivo y escapado. Eso dice mucho del rechazo y la desconfianza a su persona en el Perú. Muchos lo consideran una suerte de genio del mal. Un embajador de los Estados Unidos no va a decir por las puras que García tenía un «ego colosal». Alguien así a sus casi 70 años puede preferir un final planificado y a su manera que un derrumbe terminal de su imagen. García ahorita estaría vivito en la carceleta, posiblemente ante la indiferencia de los mismos desubicados que han salido a aplaudir su féretro. El suicidio de García es un robo final al pueblo peruano, pues es el intento de crear el mito de alguien heroico y martirizado, que por supuesto que García nunca fue. Tal vez no les funcione con mucha gente, pero puede que sí les funcione con algunos/as, comenzando con su familia y amigos, y se forme la dinastía García, así como antes hubo la dinastía Prado, creada por Mariano Ignacio Prado.

García tuvo razón en una cosa, en que tiene «un pequeño sitio en la historia del Perú». Lo tiene: en la historia de la corrupción en el Perú.

García ha evidenciado una vez más cómo se forma la clase dominante en el Perú: robándole al pueblo. La plusvalía marxista es demasiado sofisticada para una economía rentista corrupta. Es mucho más simple que eso.

La lucha contra la corrupción es la lucha contra la clase dominante corrupta, que desde su poder perpetúa la exacción del dinero del pueblo y la apropiación de los recursos públicos para el propio bolsillo.

La corrupción no es una enfermedad del sistema: es el sistema. La clase dominante es corrupta, la corrupción conduce a la clase dominante. La vida y muerte de Alan García lo demuestran a cabalidad.

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Comentarios a este artículo

  1. pepe mejia c. dijo:

    Con el suicidio de Alan Garcia, el apra desaparece de la escena politica o se dividen
    o se alian con los fuji. La manera como Alan siempre se ha protegido con los poderes del estado, tienen toda una estrategia politica,para librarse de los juicios e ir a la reja.

  2. pepe mejia c. dijo:

    El suicidio de Alan Garcia es su decision, responsabilidad, en el momento es elucubrar que lo llevo al final, lo que mas se acerca es que los testaferros iban a declarar, confesar.
    La historia lo analizara, lo juzgara.