Por - Publicado el 01-12-2017
Leo El problema de género en el Perú: una solución está en casa del apreciado colega Hugo Ñopo donde analiza las disparidades económicas de género, restándole prioridad a la discriminación como fuente de las mismas:
“ Notará el lector que no hago referencia a la discriminación. Las causas de las disparidades son múltiples. Nos hemos estancado en un modelo conceptual en el que existe un empleador que discrimina, ignorando la evidencia local. Además, resulta que las disparidades salariales más grandes están en el autoempleo y las empresas pequeñas, no en la gran empresa”.
En este análisis el autor incide en la dedicación laboral, es decir, que las mujeres tienden a trabajar más a tiempo parcial que a tiempo completo:
“El otro factor que explica en gran medida las brechas salariales de género es la dedicación laboral. Uno de cada diez hombres trabaja a tiempo parcial. En contraste, entre las mujeres esto sucede con una de cada cuatro. (…) Con estas diferencias al interior de los hogares, hombres y mujeres salen a desenvolverse en los mercados de trabajo en desigualdad de oportunidades. La disponibilidad para trabajar a tiempo completo, o inclusive horas extras, es predominantemente masculina. Esto conlleva a diferencias en productividad y capacidades de negociación.”
Bajo este diagnóstico según el cual la discriminación no es el factor más importante detrás de las disparidad de género, sino el autoempleo, la pequeña empresa y la dedicación laboral, desde luego que las recomendaciones de política no inciden en leyes (antidiscriminatorias) sino en la cultura, la cotidianidad, y cosas que supuestamente no se cambian por leyes.
“Así, parte de la solución a las disparidades laborales de género puede estar en nuestra cotidianidad, en nuestros hogares. No necesitamos de leyes para que esto suceda. A ver si comenzamos por ahí a construir un poco más de equidad, por el bien de todos.” (el resaltado en negrita es nuestro). Hasta aquí queda claro cuál es el discurso del autor. Parece seguir una línea de pensamiento económico tributaria de Richard Webb y Hernando de Soto aplicada a las brechas de ingresos por género. El común denominador de estas visiones es que se cambia la atención de los sectores modernos y formales a los sectores tradicionales e informales. (*)
Ahora conversemos críticamente con él. Dos puntos.
i. Hay definitivamente un aspecto cultural, societal, cotidiano en la disparidad de género. Pero este aspecto 1. también califica conceptualmente como discriminación, y 2. sí se puede atacar mediante políticas públicas, principalmente en la educación, que es la que directamente influye en este aspecto. Campañas de concientización, talleres, publicidad, incentivos. Todo eso cuesta y no sale del hogar. Se necesita una estrategia sobre cómo sensibilizar a la población.
También tenemos programas sociales. Así como hay programas Cunamás o Beca 18, puede haber programas que ofrezcan servicios de guardería de cara a que las mujeres incrementen su participación en el mercado laboral. Para esto se requiere, precisamente, un enfoque de género en las políticas públicas que se proponga esos cambios culturales, societales y cotidianos que el autor señala. No se infiere que porque el problema esté en el hogar la solución tenga que estar allí mismo. Se necesita un cambio en el hogar, que puede y tiene que ser inducido desde fuera del hogar. No sólo vivimos en un hogar; vivimos en una comunidad, en una sociedad.
Las políticas, expresadas por supuesto también en cambios en la normatividad del país, pueden generar un proceso de cambio en los hogares. Las leyes por supuesto que influyen en los hábitos de las personas. No fue evidente que las mujeres tuvieran el derecho al voto. Eso cambió mediante una ley. Ahora eso que empezó mediante un cambio legal está en la mente de la ciudadanía y a nadie se le ocurre quitarlo. Otrora había, por ejemplo, leyes que prohibían que las mujeres tuvieran cuentas bancarias sin permiso de sus esposos. No había que esperar a un cambio cultural en el hogar; había que cambiar una ley.
El autor no es muy partidario de tal intervención pública, como ya señaló en Legislación para la equidad de género: cuando la buena intención no basta, aunque con algún matiz que contradice su enunciado en El Comercio de hoy:
“Ojo, no es que yo piense –como algunos congresistas– que “no se necesita de una ley” para buscar mayor equidad de género en el país. No. Lo que necesitamos es comprender mejor el fenómeno de la inequidad para poder enfrentar sus causas más profundas. Leyes mal diseñadas, que ignoran los posibles efectos de equilibrio general de las mismas, pueden resultar contraproducentes.”
Entonces el autor señaló el problema estaba en otra parte y no podría ser atendido por una ley que estableciera que las empresas de más de 10 trabajadores tuvieran que poner una guardería para sus trabajadores/as:
“El monstruo de la inequidad de género en el empleo no está dentro del ámbito que la ley de equidad pretende atacar. Con esta ley tendremos más normativa en el segmento más productivo de nuestra economía: las empresas formales de mayor tamaño.”
Y ratificaba:
Las mujeres que más disparidades salariales tienen frente a sus colegas hombres son las autoempleadas, informales y que trabajan a tiempo parcial (menos de 30 horas por semana). Esto es algo que documentamos claramente en “Nuevo siglo, viejas disparidades”, un libro que publicamos hace unos años en el BID.”
OK, con eso vamos al segundo punto
ii. Se nos invita a ver la evidencia. Pues veámosla.
Hay que tener cuidado cuando se lanzan enunciados tajantes. Es prudente dar un paso atrás y ver uno mismo la letra pequeña. A ver si la evidencia da el mensaje claro que el autor señala.
Y no es tan así.
Leyendo ese libro encontramos que la evidencia dice más cosas de las que se nos señala.
Dice, por ejemplo, que en la región latinoamericana el Perú presenta una gran disparidad de ingresos por género debido a al componente “no explicado”, es decir, aquel donde suele estar metida la discriminación. Es lo primero que tendríamos que señalar. Lo que hace el autor y el documento que cita, de su autoría también, es señalar los ámbitos en que el problema es más grave. Pero ser más grave no equivale a decir que el problema no existe donde es relativamente menos grave. La disparidad de género es en general alta en el Perú. No importa cómo se la corte. Es alta en sector formal, y es alta en sector informal, en relación a un estándar regional.

«Nuevo siglo, viejas disparidades», de Hugo Ñopo
Un segundo punto sobre la revisión de la evidencia es que se ha hecho una lectura selectiva de los datos. Se ha puesto por todo lo alto lo que abona a una narrativa y se ha dejado de hablar de lo que no le brinda apoyo.
Aquí resaltamos en azul la evidencia que sustenta el armazón del discurso, y en rojo, aquello de lo cual se ha hablado menos o no se ha hablado. Se ha incidido en la informalidad, el autoempleo y la pequeña empresa. No se ha incidido en la presencia de niños, la presencia de un trabajador asalariado en el hogar, y si el empleo es urbano o rural. Sobre el empleo a tiempo parcial sí se ha incidido, pero comparando promedios, sin decir que presenta diferencias estadísticamente no significativas con el empleo a tiempo completo. Una omisión muy grave, dado el énfasis que se pone en este aspecto. La gran variabilidad en el componente no observado del empleo a tiempo parcial invita a tener mucho más cuidado con hacer enunciados fuertes como los hechos por el autor. Sin embargo, acaban siendo el centro de su diagnóstico y por lo tanto el centro de su recomendación de política. A tomarlo con pinzas y a intentar una lectura más balanceada. ¿Qué tal si se en base a esta narrativa se realizan políticas públicas que luego no funcionan por fallas de diseño?

«Nuevo siglo, viejas disparidades», de Hugo Ñopo
Finalmente, incluso en aquella evidencia que se pone por todo alto hay una lectura apresurada por hacerla calzar en un discurso que deje de lado la discriminación como fuente de disparidad de ingresos por género.
Así, en base a que las brechas de género son más grandes en el autoempleo que en el trabajo asalariado, se asegura que “este hallazgo desafía la visión que sostiene que las brechas de ingresos por género reflejan discriminación por los empleadores. Deja espacio a la discriminación por los clientes”. Lo que se ha mostrado es que una brecha es más alta que la otra, no que haya una brecha en un sector y en el otro no lo haya. La brecha existe y es alta incluso en el empleo asalariado. La evidencia no da para desafiar ni contraponerse a ninguna visión, da para complementarla: además de haber discriminación de parte los empleadores, hay discriminación de parte de los clientes.

«Nuevo siglo, viejas disparidades», de Hugo Ñopo
En suma, se registra que tenemos una mayor presencia de disparidades de género en los sectores menos productivos, pero también la tenemos en sectores más productivos, de empresas más grandes y formales. Estas disparidades no son explicadas por variables observadas y podrían corresponder y a discriminación de género de parte de los clientes en el caso del autoempleo y a discriminación de género por parte de los empleadores y por parte de los clientes, en el caso del empleo asalariado. Como el problema tiene varias dimensiones, se requiere medidas de política pública también en varias dimensiones: acciones que limiten la discriminación de empleadores y consumidores como la promoción de cambios en la educación, en la escuela pública y privada, como en los hogares. Es necesario que la educación contribuya a reforzar valores de igualdad de género, una política contraria a la invisibilización del problema.
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(*) Webb en los 1970s sostuvo que la distribución del ingreso de capitalistas a asalariados no resolvía el problema de desigualdad, pues los más pobres no vivían bajo relaciones asalariadas. Una década después Hernando de Soto sostuvo que la economía informal era la más importante del país; era una economía de empresarios emergentes que presentaba una gran acumulación y abarcaba a la mayoría de la población. Ahora tenemos que las disparidades de género ocurren fundamentalmente en los sectores menos productivos e informales.

uctivos e informales.

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