Por - Publicado el 22-07-2017

por Artemón Ospina

Lima ya no es sólo la horrible, sino que se ha vuelto cruel. Caminar por sus calles es toda una odisea. Es un lugar común el “achoramiento”. Desde los extremos, desde los conos populares, Limase ve copada por miles de ciudadanos en busca de su sustento diario.

Tomar el carro para ir a trabajar entre las 6 a.m. y 8.30 a.m. es un acto heroico, donde la moral “sálvese quien pueda” campea. Para empezar, a esa hora los micros no paran, sobreparan un instante, unos metros más allá donde la gente espera y desespera. En esos segundos se produce un zafarrancho en el cual veinte a treinta personas se lanzan en busca de un lugar para el pie en el estribo del micro. En la carrera caen los débiles, sólo tres o cuatro se colgaran del vehículo. Todo el secreto para abordar el microbús está en acompañarlo en su parada, corriendo cerca de él hasta que sobrepare. Claro que en esta carrera uno nunca está solo, pero los codos ayudan a eliminar a los competidores; hay quienes ponen zancadillas a los que van adelante, pero esos ya son truco de mala fe.

Por lo extensa que es Lima, generalmente se necesita de media a una hora para poder llegar al centro de trabajo. Son treinta o sesenta minutos, defendiendo –con  más pundonor que Bolognesi ante los chilenos el suele patrio- un pedazo de lugar dentro del micro. Sin contar que cuando usted siente un golpe en el cuerpo, lo más probable es que algún ladrón lo esté insensibilizando para robar.

Las horas de trabajo no son tema de este artículo. Así que las pasamos. Entre las 5.30 y 8.30 p.m., otra vez el infierno de los micros. Un paseo a las seis de la tarde por el centro de Lima, vía La Colmena, uniendo Plaza Dos de Mayo, Plaza San Martin y rematando con sello de oro en el Parque Universitario, nos permite ver los rostros de los limeños de hoy: Jose Antonio, su pañuelo blanco y su caballo de paso, no existen. Las veredas siempre resultan angostas. La multitud se desborda. Entre esquinas estratégicas, como la de Tacna y La Colmena, es posible apreciar a marciales guardias de asalto cuidando el orden público,  mientras ríen del último programa de Risas y Salsa.

La vergüenza y el deseo clarito se aprecian en las colas para ingresar al cine Colón. Estoicos frente al qué dirán, esperan que la ventanilla se abra, para poder escabullirse en el paraíso de los placeres “masquesea” como mirones…Los domingos, en la Plaza San Martín, es fácil encontrar a evangelistas o israelitas proclamando el fin del mundo y vendiendo seguros para el alma. El Parque Universitario encerrado es mudo testigo de que los tiempos cambian. Ahora es tán sólo un lugar de paso.

Hasta aquí el horror no aparece, pero los periódicos ya comienzan a manchar las manos, pero no de tinta, sino de sangre y esto ya es de todos los días. Parecía que algo iba a cambiar, pero las aguas siguen como en los días del arquitecto…Para quienes no creen en el sonido del trueno vuelve la llamarada de la dinamita y las cosas se ponen como para volverse sordo. Es invierno, otoño o primavera y empezamos a vernos solos antes muestras vidas. No estamos en el año cero, ni en la hora del comienzo, pero se anuncia la muerte que ronda por los poros de la indiferencia.

Recordemos cuando el horror se apoderó de las calles de Lima (algunos pensarán en los senderistas masacrados, pero eso es historia reciente) me refiero cuando la multitud huyó a sus casas, desde donde se podía apreciar, magia de la televisión, lo que acontecía en el Sexto, hoy demoliéndose. El bodeguero de la esquina, la empleada, el maestro, el magnate, la niña bien, el obrero, etc…, observaron almorzando, cómo el horror les salpicaba. Seguramente se escandalizaron, se sobresaltaron, pero sus miradas siguieron fijas, como atrapadas por algo superior, ante el rito de la muerte, y sin embargo más tarde le dieron las buenas noches a sus hijos deseándoles que sueñen con los angelitos. Fue una noche de terror, una noche de muerte y nadie se movió de sus televisores espectando el macabro desfile de torturas, primicia de primicias. Las señoras rezaron sin apartarse de la pequeña caja, el horror continuó y nadie le puso fin. Al contrario, días después, para quienes se la perdieron, algunos periódicos continuaron reproduciendo en ediciones especiales los detalles de la tragedia y las amas de casa murmuraron y los hombres opinaron formándose la gran ola pidiendo la pena de muerte. Una salvajada para otra salvajada, y a esto se le llama civilización.

Todo el horror de nuestros días, de nuestra civilización, fueron mostrados con violentísima  crudeza y casi nadie lo sintió así. Para la mayoría se trató tan sólo de un grupo de sicópatas que bien ganada tuvieron su muerte, ¿y la muerte de los periodistas?, bien gracias. Y el hecho de que unos pocos tengan todo y las mayorías nada, cosa de suerte. Podríamos continuar, pero no perdamos de vista que aquello tuvo responsables y que no fueron precisamente los rehenes por ser rehenes ni lo presos por dejas de ser humanos. Alguna jugarreta macabra del destino los puso como actores de una escena de terror que estremeció Lima, por eso cuando se supo que los senderistas habían tomado los penales, se empezó a temer lo peor. Algo indicaba que la muerte seria, otra vez, la estrella que a todos atemorizaría.

II

El terror ha traído a su compañero, el miedo. Primero las mujeres conservadoras se quejaban que era imposible caminar por el centro, muchos ladrones, muchos cholos, pero era un miedo superable, localizado y hasta exagerado. Pero vino Ayacucho para recordarnos lo poco que vale la vida en este país, desnutrido y sombrío. A cada hora, segundo, los vientos de la muerte venían de Ayacucho y apuntaban a Lima. Se está jugando en estas horas gran parte del destino del país para las próximas décadas, y pocos lo toman en serio. El historiador Pablo Macera(1) sale de sus cuárteles de invierno para decir que la guerra ya tiene su sitio en Lima. EL padre Gutierrez(2) sostiene que aún es tiempo. La iglesia pide respeto a la vida, pero los gobernantes dicen  “aquí no pasa nada”. Y la izquierda llama a luchar por la justicia y la paz, sin embargo se pelean entre ellos. Todo está en crisis: los partidos, las instituciones, las parejas, la economía, los valores, el deporte. Y no se encuentra salidas. Todo se pierde en la apuesta transitoria. Lo peor es la indiferencia que cada día gana más adeptos. Para algunos ya es tarde, las fotos de los desaparecidos cubrirán las paredes del zanjón,   y hasta se hacen apuestas sobre las embajadas en las que se refugiaran los senadores y diputados para fugar al extranjero, porque eso de quedarse aquí es de mal gusto. En el IEP, luego de la masacre de los penales, hubieron unas charlas, estaban todos los que se consideran intelectuales o casi, y se dijo que muchos ya tenían el pasaporte en regla, por si acaso. Lo  cierto es que pase lo que pase, los de siempre, los sin nombre aristocrático, sin plata, sin amigos en el gobierno, pagarán los platos rotos.

Los tambores de guerra se dejan sentir en Lima y nos lo recuerdan los operativos militares, donde nadie tiene galones, ni insignias de mando, sólo rostros cubiertos y embetunados. Sin embargo, esto no es percibido como algo importante por aquellos sectores que saben que con ellos no es la cosa. (3) Para la izquierda en cambio es el problema central del momento. Esta vez de a franco los militares están en la calles, y dan miedo.

Se llama a combatir la militarización del país, sin tomar en cuenta lo sostenido por Guillermo Rochabrún (4), en el sentido de que la militarización es la contrapartida del avance de los grupos alzados en armas; quitarles espacio político es también dejar sin filo a las bayonetas, pero la izquierda para variar, lanza el grito radical contra los militares y organiza el pueblo en la pelea por unas cuantas concejalías; el colmo es que hasta existen sectores dentro de IU que estén  trabajando para la derrota de Alfonso Barrantes, porque así el reformismo ya no tendría base social. Si serán…

La izquierda tiene todo que perder, sus sueldos los Diputados, y sus dietas los concejales, los aprendices para llegar a diputados. La tan mentada violencia estructural del país está mostrando su rostro y la Izquierda legal no está preparada para el susto. IU no está como para afrontar una guerra de exterminio, su supervivencia está dada por la democracia. Puestos los hombres, no las ideas, en la disyuntiva vida o muerte, cada quien se conoce. Y si para las elecciones municipales se siguen acciones armadas espectaculares, lo lógico es que las operaciones de rastrillaje casa por casa se vuelvan cotidianas y allí sí que la van a verde todos aquellos que compran revistas como “Amauta”, “Cambio”(ambas dejaron de salir), e incluso su Quehacer, porque los ilustrados soldados no entraran en sutilezas ideológicas: son comunistas y se acabó. Esas bravuconadas de tumbarse a Alan en lo inmediato no pasan también de pose de actor, pero de segundo plano.

Si es tragicómico ver como saltaron hasta el techo, dentro de IU, cuando Barrantes declaró que el enemigo principal a combatir en el plano ideológico, era Sendero. Que esos reclamos los haga gentes que están fuera de IU pasa, pero los de dentro, con qué cara.

Sendero no está cavando su tumba, está viviendo su guerra; pero de pasito está cavando la tumba de todos aquellos que considera reformistas, y su lógica resulta perfecta. En este caos ellos son de los pocos que saben lo que quieren: destruir el Estado Burgués para construir el Estado de Nueva Democracia y para ello están en guerra, son ya seis años y de Abimael ni la tos.

Era importante desenmascarar al APRA, mostrar su entraña fascista y tomaron los penales, calcularon cien pero fueron todos, eso no importa, importa la historia, el desenmascarar al Apra tuvo su precio y lo pagaron. Don Alan pierde iniciativa y cada día se vuelve más actor. Si hasta el general Noel aprendió: “Fueron los subordinados, ellos no me informaron, castíguenlos, se excedieron”.

Según Sendero, ellos construyen los rieles de acero que nos conducirán al socialismo. En el presente el único tren que camina por esas rieles es el de la muerte.

Otros que sí saben lo que hacen son los militares. La orden: detener indocumentados. Y no se salva ni la abuelita de uno. Cisneros(5) ya lo dijo: establezco el toque de queda y al que se mueva me lo bajo. “ si de 60 muertos, tres son senderistas, esas muertes eran justas”, y “democráticas”, agregaríamos. La imposición gana, es la triste realidad; como suele decir el Alcalde de Chorrillos(6) “en este país para hacer algo se necesitan cojones”, simplemente cojones y que otros obedezcan.

III

Como en todo “rollo” (palabra de actualidad) donde se habla de violencia, debe también tocarse a los militares. Para no ser menos pasamos a emitir, sin su permiso, nuestra no autorizada opinión sobre el tema. Los militares no son un partido político, por lo que no deberían tener ideología (como grupo se entiende) y en verdad creo que no la tienen. Los militares no ingresan a sus escuelas de cadetes teniendo como meta defender a Bedoya o Alan Garcia y matar a cuanto cholo con pinta de comunista se les ponga al frente. No, esa no pude ser una aspiración militar. Que sí puede ser la de algún grupo fascista. Entender al ejercito como un todo, predestinado a ser el guardián del Estado Burgués, es tener una visión mecánica (las instituciones son hombres), y ello ni siquiera por su carácter de clase. ¿Cuál es la extracción de clase de los militares peruanos?, es una pregunta que flota en el ambiente, y que por ahora no abordaremos. Lo que sí pueden tener los militares es una determinada visión de lo que se entiende por seguridad interna, por patria, porque eso sí, no hay militar que no se emocione por esas cuatro letras que dicen Perú. ¿Si el libreto de los militares ya estaba escrito, cómo entender a hombres como De la Flor o Leonidas Figueroa, para no hablar del cariñosamente recordado Chino Velasco?

El problema de los mandos es de capital importancia, ya que al ser una institución vertical por excelencia, como piensa el primero actúa el resto. Esto los sabía Belaunde, y el General Hoyos se cayó con helicóptero y todo. Los militares bien pueden pensar que la guerra civil en el país se está dando entre comunistas y apristas. Debiendo ellos intervenir para instaurar el orden. No todos son, pues, discípulos de Pinochet (ya citamos al gaucho, pero él no es el ejército, sin dejar de reconocer que él es una corriente de opinión dentro de éste). Son hombres con capacidad de servicio a la patria, la aman y están dispuesto a defenderla con las armas que tienen, pero su idea de patria es occidental y cristiana, y el país es costa, sierra y selva. Algo no encaja. Las escuelas de adiestramiento norteamericanas se encargan de que sólo vean el lado blanco de la historia. Deberían revisar la trayectoria del Mariscal Cáceres y no olvidar que fue el único que vencio a los chilenos en la gran batalla de Tarapacá que la historia oficial devalúa, sin contar que organizo las Montoneras en la Campaña de la Sierra junto al pueblo.

IV

En esta parte del camino retornemos a la calle para encontrar que casi siempre hay que hacerse de un lugar a punta de combo y patada; somos un país donde a las personas sistemáticamente se les niega las oportunidades; tenemos razas que se desprecian mutuamente. En lo alto el gringo y al final el indio; todos queriendo oprimir al de mas abajo, pero siempre transando.

Cuando el micro pasa y no recoge, se maldice en silencio, todos quieren todo y  no dan nada a cambio. La clase dominante es hipócrita hasta el cinismo, el gobierno de Belaúnde rompió record al respecto. Y su ministro Pércovich fue la expresión más descarnada, sin sangre en la cara. Como ministro del Interior decía fácilmente por ejemplo, cuando el asesinato de Jesús Oropeza, que no había muerto, que se había fugado de la justicia seguro para enrolarse a los terroristas; al día siguiente decía que se había suicidado y abrumado por las pruebas, finalmente prometía una  investigación de los sucesos. La realidad es que recién ahora marcha a paso de tortuga el esclarecimiento de ese asesinato, por eso cuando un periódico reveló que tenía amigos narcos y fue llamado a declarar, aquellos que dedicaron horas para esperarlo y mentarle la madre, tirarle monedas, escupirle, estaban construyendo Patria aunque a muchos les parezca exagerado, le estaban devolviendo la capacidad de indignación al país.

Tal vez desde la ciudad no se aprecie, pero en el Perú con sus cuatrocientos años de conquista española (7), todos tenemos algo de pongo (incluido el súper hombre de mundo Ulloa). Todos tenemos algo de resentimiento, un guardado, y en la mayoría de los casos la paciencia llega a su límite como los resortes que se presionan con las manos en algún momento se expanden y saltan. La gran venganza tiene patente nacional, es componente de la sangre, se está al acecho para dar el golpe que nos reivindique el ego.

Desde el oficinista que ve cómo sus años se van con el mísero mientras los grandes se llenan los bolsillos (contrato de Petro Perú, para ser actual), o el maestro que siente que no tiene los privilegios de los militares. El obrero que ve los lujos de sus patrones y sus viajes a Miami, en fin nadie está contento, salvo los que la hacen. La envidia motoriza los secuestros, no es casual que sean PIPs los que tengan que ver con esta inusual manera de redistribuir el excedente.

V

Terror, miedo, frustración, venganza, odio, son sentimientos que uno se los encuentra a cada paso en esta Lima que avanza al año dos mil, sin saber si llegará. La gran reina de todo esto es la muerte, que cada día se convierte en una alternativa de solución que gana más seguidores y no sólo para la política; los problemas personales se terminan de esa manera. Si es conmovedor ver cómo entre amantes, esposos infieles, novias celosas, el fin del triángulo es la eliminación del tercero. Hay otros casos dramáticos como el de aquella mujer que elimino a sus hijos porque no tenía cómo mantenerlos.

Ante el límite del abismo uno se avienta de cabeza y otros luchan hasta con las uñas por no caer; pero fíjense como estará el país que pone en esa situación a los peruanos, es como si el Perú entero viajara en microbús repleto, la supervivencia no cree en buenos modales. Hace un tiempo viajar en micro era molestoso, hoy es explosivo. Por citar un ejemplo en la línea 13 que va desde Santa Cruz, Miraflores, hasta el Retablo en el kilómetro 24 de la Panamericana Norte, suceden cosas como ésta: Hora: 7.45 am. Lugar: viajando por la Av. Tacna, pasando por el convento de Santa Rosa. Antecedentes: gente que viajaba aproximadamente 35 minutos, soportando el traqueteo del micro, sus paradas; como bien se sabe después de la odisea de subir, se busca un lugar donde sufrir el viaje con la menor cantidad posible de empujones, codazos, pisadas, etc. El lugar elegido jamás es una isla, siempre está la gente que sube y baja, las apretaderas son inevitables, pero como todo en la vida esto también es superable, aunque no siempre. Son situaciones neurotizantes que se hacen cotidianas. Si cuento esto es para que tengan una  idea del contexto en que se desarrolló la pelea. Los protagonistas: un tipo con guantes negros para el frío, maletín deportivo al hombro, facciones de criollo, clase media, autosuficiente, casaca azul sin cerrar. Su ocasional, permanente o histórico enemigo: un serrano maceteado, de chompa roja, 1.60 de estatura, pelo lacio o trinchudo como algunos prefieren decir. La bronca empezó cuando el serrano se paró al costado del blanco, pues el cholo le estaba amenazando “su espacio”. La primera escaramuza fue un rápido “pasa, pasa nomás flaco”; la respuesta “a dónde si el carro esta lleno”. Estaban uno al lado del otro y el silencio dio un empate para el primer round. Hasta que sucedió lo inevitable, alguien quiso  bajar y empujo al cholo, y por esas inercias de  frenada de micro el cholo se inclinó sobre el bacán del barrio; la ofensa fue replicada en el acto, cuestión de madrugar al adversario. Un limpio codazo le devolvió la estabilidad y le recordó al migrante ante quien estaba. Pero sucedió lo inesperado, el serrano le contestó en silencio con otro codazo. El de guantes negros dejó su maletín en manos de una señora y con un sonoro “¡¡QUE TE HAS CREIDO CHOLO DE MIERDA!!”, aplico una seguidilla de golpes. El resultado: más apretaderas para dejar campo a los combatientes, una que otra voz decía que parara el micro, pero el micro seguía avanzando. Pasó el momento de la sorpresa y de los golpes con guantes negros. La fortaleza del Ande se impuso, tenía a su rival doblado en dos sujetándolo de la cintura, impidiéndole cualquier movimiento; el carro seguía su marcha, las mujeres llamaban a la policía, pero la mayoría se preocupaba por su paradero para bajar. “suéltame y vamos afuera” exclamaba el de guantes negros, pero observadores imparciales fueron tajantes, “compadre ya te dieron, no sigas haciendo lío”. Otros opinaron reclamándole al de pelo lacio: “suéltalo, ya se dieron”. A lo que éste respondió: “Pero que se calme, él quiere seguirla”. No hubo respuesta la gente avanzó para bajar, ahora sólo hay dos paraderos de la línea 13  en la Av. Tacna. Vino la paz y los peleadores se revisaron las heridas, el de guantes negros tenía la boca ensangrentada y en la parte inferior del ojo derecho lucía una impresionante hematoma que rápidamente se le había inflamado, tenía el tamaño de una nuez. El de pelo trinchudo sólo se arregló la chompa roja; había vencido y no sabía cómo celebrarlo; hasta que sintió el guante negro en su hombro, volteó con cierto temor, pero sólo escuchó una voz nerviosa que decía, “fíjate lo que me has hecho, yo te denuncio, vamos a la comisaría”. El asombro invadió al de chompa roja, y ¡oh! Milagro, apareció un policía: “¿Qué ha pasado aquí?”, fue su saludo de presentación; los pasajeros desafiando a la física volvieron a dejar un espacio libre y luego de una rápida mirada el policía se convenció de  quién había pegado a quién, “quiero presentar una denuncia”, susurró suavecito la voz del blanquiñoso. “He sido agredido”, remató. El guardián del  orden inmediatamente sujetó de la chompa al serrano, diciéndole: “Con que te gusta abusar de la gente, eh?, ahorita vamos a la comisaría y se te quita todo lo valiente”.

  • “Solo fue una pelea, él empezó a darme codazos, yo me defendí”, exclamó en su defensa el andino.
  • “jefe yo voy a mi trabajo, si él no quiere que lo rocen que se vaya en taxi”, término diciendo.

El policía dudó, el micro seguía su marcha. Y entonces el de guantes negros sacó la carta guardada: “Mentira señor policía, lo que pasa es que se puso a mi lado para bolsiquiarme, es un ladrón, mírele la cara”.

La ira envolvió la cara del de pelo trinchudo, el policía se percató de esto  y “¡ah Carajo, con que esas tenemos, vamos a la comisaría¡  ¡chofer, pare el micro!”, ordenó. Entre los que observaban, alguien le dijo al policía: “Eso es falso, lo que pasa es que el señor (señalando al de guantes negros) no sabe perder, él empezó, ha sido una bronca por lo apretado que va la gente en este carro”. Esta vez el policía no dudó. El que había hablado tenía terno y estaba bien afeitado. Soltó al andino. “¡¡SI FUE UNA  MECHADERA ENTRE HOMBRES, QUE SE DEJE DE QUEJARSE COMO MUJER!!”, gritaron los del fondo.

_ De todos modos quiero hacer esa denuncia, mire lo que me ha hecho este serrano.

El tono de voz no le gusto al uniformado, miró al cholo.

_ Lo que pasa es que tiene la cara débil, sólo le dí un par de golpes de puño, dijo el andino.

_ Sí, tengo la piel fina, no soy hombre de broncas.

_ Entonces para qué la seguiste, solito te compraste el pleito.

_ Carajo, para esto me llaman, bueno, se han dado a la criolla, y a ti te adelantaron la Navidad, no hagas más lío, si quieren  vuelvan a encontrarse, pero sin fregar al resto. Dicho esto desapareció. Cosas  de la Ley y el Orden.

El de guantes negros bajo en la Av. Uruguay, y su rival se quedó pensando con la mirada fija en las manos. El en ningún momento lo había golpeado, sólo lo había sujetado con fuerza, esos golpes en la cara no tenían explicación.

Pocas personas se percataron de la realidad; todo fue tan rápido que en su frenesí por lanzar golpes, el de guantes negros perdió la estabilidad, cosa de la que aprovechó su contendor para prácticamente doblarlo en dos, es decir, la cabeza del blanquiñoso quedó a la altura de la cintura de su contrincante y en el forcejeo por librarse, que fue violento, le regalaron dos feroces patadas en el rostro. ¿Quién lo hizo y por qué?, vaya uno a saberlo, sólo diré que el anónimo agresor también era trigueño y dejó el micro tan luego la pelea se calmó. Cosas que pasan en un micro cualquiera.

Publicado en la revista “Los Caminos del Laberinto” N° 4, noviembre de 1986.
Formó parte del libro: Perú: Los Eslabones del Archipiélago, Ediciones El Laberinto, Enero 1993.

Citas:
1.- Pablo Macera; Revista DEBATE N° 36
2.- Gustavo Gutiérrez, Diario La República del 25.06.86, Editorial
3.-Carlos Franco, Revista QUEHACER N° 42, agosto-setiembre 1986, págs. 18-21.
4.-Guillermo Rochabrun. Revista Amauta N° 16, Julio 1986 pág. 9
5.-Gral.(r) Luis Cisneros Vizquerra, Revista QUEHACER N° 20, enero-febrero 1983, págs. 46-58.
6.-Pablo Gutiérrez. Entrevista en QUEHACER N° 28 abril-mayo 1984, págs. 72-87.
7.-Al respecto ver la revista DEBATES EN SOCIOLOGIA N° 11, el ensayo de Gonzalo Portocarrero “Castigo sin culpa, culpa sin castigo”.

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