Por - Publicado el 18-10-2015

1. La conversión masiva
Es muy común ver gente que antes fue de izquierda convertida en gente de derecha.1 Muy común. De hecho, la derecha en el Perú está plagada de estos llamados conversos. Los asimila y utiliza contra la izquierda. Y hay tantos que los puede utilizar de muchas maneras en una muy lograda división del trabajo. Dos grupos: algunos, acaso los más, son útiles para atacar furibundamente a la izquierda; otros son útiles para hacer recomendaciones y pedidos de “renovación” de la izquierda. Como EEUU ya no es el país del macartismo explícito e invasiones bananeras de los 1950s, sino el país que “promueve la democracia” acabada la Guerra Fría, el segundo tipo es crecientemente más útil que el primero. Los tiempos cambian y algo aprenden.

2. Desilusionaditos
Estos “conversos” gustan presentarse como “desencantados” del comunismo, el socialismo, el anarquismo, la izquierda, el progresismo o cualquier tendencia contestaría de la que participaron. Dicen que se la creyeron, que tenían ideales puros y que se desencantaron al ver que éstos no se llevaban a cabo en los movimientos y partidos en los que militaron, que se dieron cuenta de que los fundamentos teóricos de las corrientes de izquierda son incorrectos, que los engañaron, que siempre fueron críticos a la rigidez comunista, estalinista, socialista, izquierdista, pero fueron liquidados por dirigencias burocráticas fanatizadas y acríticas.
Claro, esta imagen es la que los conversos derechizados buscan proyectar, por supuesto, siempre desde medios de derecha que gustosos les dan balcón para socavar cualquier movimiento social contestatario. En el Perú vemos cómo los medios de comunicación están sobrepoblados de ex-izquierdistas, siempre dispuestos a atacar y criminalizar con todo al cualquier movimiento social. En particular, lo vemos en el tema minero, en el cual corre harto dinero para ser gastado en los medios de comunicación.

Son personajes que se han multiplicado cual escobas de aprendiz de brujo. Han pasado de ser apparatchiks de partido a ser apparatchiks de la derecha o de ONGs, todos en la órbita de la embajada o de la oligarquía. Su discurso usual es que se volvieron conversos porque eran idealistas pero al estar dentro de la izquierda se desilusionaron de la misma. “Si ya no soy de izquierda, por algo será”, dicen, mientras se aprestan a salir en horario estelar por la televisión criminalizando a los campesinos que resisten a la megaminería contaminante o a escribir una columna semanal el algún diario oligárquico con revelaciones “exclusivas”. No cambiaron mucho: dejaron de ser “rabanitos” para ser “ravinitos”.

El fenómeno no es pues tampoco nada original como para ofrecer ante el público alguna revelación especial, salvo la misma letanía descalificadora y criminalizadora que solamente abona a perpetuar el sistema. En el contexto peruano, tal vez el logro más importante en el reclutamiento de conversos, después del de Ravines, fue la incorporación de Mario Vargas Llosa a las trincheras de la guerra fría. Alrededor de él se armó una movida de conversos que fue tan masiva que el asunto dejó de ser un fenómeno personal para ser un fenómeno social.

3. Un mito: dogmáticos antes, dogmáticos después
Sin embargo, esta imagen del converso desencantado tiene mucho de falso y de mito creado con fines de propaganda, un mito ya viejo, además. La gente que se desencanta de las izquierdas porque no vio en ellas la consecución de sus ideales de justicia y equidad suele simplemente salirse de la política del todo. Se dedica a trabajar en su comunidad a nivel social o, si son intelectuales, a escribir en tono crítico al sistema. Hay mucho ejemplos de tal reacción. El converso suele ser más bien el que ocupaba las posiciones dirigenciales más altas y precisamente el más burocratizado y el menos idealista. Del discurso dogmático y justificador de todo lo cuestionable en la izquierda, el converso da un giro de 180 grados y sigue siendo dogmático y justificador de todo lo cuestionable, pero ahora en la derecha. Reescribe su historia de dogmatismo en la izquierda y lejos de acusarse a sí mismo, acusa a otros, que no eran tan dogmáticos como él. Esa es su nueva función. Ajusta cuentas con sus ex camaradas, con los que acaso tuvo algún desencuentro, pero desde la derecha. Isaac Deutscher los describiría muy bien en el ensayo «La conciencia de los ex-comunistas», más conocido como «Herejes y Renegados» (pues así se llamó el libro donde apareció publicado.2

4. El padre de todos los “conversos” peruanos
Un caso histórico y casi fundador de este personaje lo tenemos en el Perú, en la figura de Eudocio Ravínes. En su libro “La Gran Estafa”, como en su «segunda parte», el libro escrito por su colega y numerario del Opus Dei Federico Prieto Celi “El deportado”, se presenta como un idealista que va descubriendo con horror lo monstruoso e inmisericorde que es el comunismo. Ese era el discurso oficial de sus auspiciadores de la CIA que le financiaron y difundieron el libro, asignándole a un agente especial para ello en México. Vaya uno a saber cuánto es verdad de lo que señala en ese libro.

5. Una “conversión” beneficiosa para la izquierda
Afortunadamente, Eudocio Ravines era muy bien conocido en el Perú. Era un dogmático que maltrató y condenó la persona como las ideas de José Carlos Mariátegui, supuestamente por encargo de la Internacional Comunista. La izquierda peruana siempre lo consideró como un agente de la CIA (Ravines tenía un programa de televisión desde el cual siempre hacía sospechosas revelaciones “exclusivas”, por ejemplo sobre la guerrilla en curso en 1965). Claro, no faltó quien acusó a esta izquierda de «dogmática» y «conspiranoica» por simplemente darse cuenta de que dos más dos son cuatro. Al final, la propia CIA desclasífico documentos que muestran a Ravines como uno de sus informantes.

En el Perú Ravínes no podía venderse creíblemente como un personaje idealista y desencantado. Era un comisario que cambió de jefe, que siempre despertó antipatía, sea como comunista o como derechista. En tal sentido, no se trató de un converso que mellara sustancialmente a la izquierda. Ravines más daño le hizo a la izquierda como comunista que como anticomunista.
Su prédica reaccionaria y pro-oligárquica no pegaba en tiempo real en una juventud, trabajadora, intelectual, campesina, ansiosa de cambios antioliqárquicos. Sin embargo, medio siglo después su caso y su discurso resultaron estar en cierta sintonía con la experiencia de muchos exizquierdistas derechizados. Veamos pues cómo así se produce su “conversión”.

6. Ravines y la Internacional
Si Ravines tuvo alguna importancia para la Internacional Comunista, pasando por gozar del apoyo de intelectuales comunistas como Henri Barbusse y llegando a ocupar altos cargos en esta organización, fue por el intenso trabajo de José Carlos Mariátegui, que creó un movimiento político peruano de visibilidad internacional (la detención de Mariátegui en 1927 acusado de un «complot comunista» atrajo la atención de Codovilla al Perú; al respecto ver aquí). Ravines capitalizó el trabajo intelectual y político de Mariátegui. Rápidamente accedió a los ambientes de poder y se acostumbró a ellos. No era alguien que supiera ni pudiera organizar algo desde abajo como sí pudo Mariátegui.

Eudocio Ravines regresa al Perú de Europa y se dedica a “desmariateguizar” al Partido Comunista. Ravínes declara a Mariátegui como “no proletario” y “no leninista” (“El mariateguismo es una confusión de ideas de las más diversas fuentes”, 1933). Esto desde luego que causa extrañeza entre los seguidores de Mariátegui, pero varios igual acaban aceptando tal lineamiento. Varios comunistas mantienen su rechazo a Ravines, notablemente Ricardo Martínez de la Torre y sobre todo Ángela Ramos, que es la primera en rechazarlo con todo. Y parte de ellos, como notablemente Julio Portocarrero y Juan P. Luna, aceptan no sólo al Ravines déspota, sino a su derechización posterior.3

7. Ravines: déspota en el Perú, déspota en Chile
Algo parecido ocurre en Chile en que el legado y el pensamiento de Recabarren es condenado como una desviación reformista. En tal sentido, es interesante el trabajo de Olga Ulianova «Develando un mito: emisarios de la Internacional Comunista en Chile» (HISTORIA 41:I, junio 2008, 99-164). Historidora rusa radicada en Chile, Ulianova tiene acceso a materiales históricos sobre el comunismo desclasificados por el gobierno ruso. Ella cuenta que

Hasta el 1933 se repiten en los documentos del Buró Sudamericano las referencias a las persistencias del “recabarrenismo” en el PC chileno, entendido como “desviaciones reformistas” y en definitiva de la no correspondencia de la cultura del PC chileno con el espíritu y letra de la estrategia del “tercer período”.

En 1935, la Internacional abandona la política del «clase contra clase», establecida en 1928, en favor de la política del Frente Popular. Eudocio Ravines es el hombre designado por la Internacional para tal política. Ulianova señala al respecto dos paradojas: por un lado una política de apertura hacia la socialdemocracia coincide con «los años más negros y atroces del terror estaliniano al interior de la Unión Soviética»; por el otro, la Internacional envía a Chile a un «instructor» como Ravines «a implementar una política bastante acorde a aquello que se le incriminaba al PC chileno en los años previos.» Pero claro, «este giro hacia una apertura política fue implementado con los métodos duros y rígidos propios de la época estaliniana» a lo que se sumaba la personalidad de Ravines. El maltrato que revelarían posteriormente los comunistas peruanos se repite en Chile. Ravines reduce a escombros la obra de los comunistas chilenos. «Se le iba la mano más de la cuenta y a veces daba el latigazo sobre un cuerpo equivocado». «Trata a estas personas tan groseramente que no quieren seguir trabajando.»4 Sin embargo, los comunistas chilenos a diferencia de los peruanos, no aguantaron sin chistar el trato despótico de Ravines. Lo denunciaron ante Moscú, pidiéndole a la Internacional que lo retiren de Chile.5

Estas denuncias comunistas chilenas no prosperarían inmediatamente,6 pero posiblemente algún rol juegan en la posterior caída en desgracia de Ravines.

8. Ravines y el Frente Popular
Ravines se jactó siempre de haber sido él quien impulsó el Frente Popular en Chile, por orden de la Internacional Comunista. En su libro “La Gran Estafa” presenta la idea del frente popular como una maquiavélica elaboración de Mao Zedong comunicada a él en Moscú (cuando por esa época Mao en realidad estaba en plena Gran Marcha) y bajada a Chile por su intermedio. El Frente Popular sería una suerte de falsa «hoja de ruta» táctica por el cual el comunismo dejaba de plantear explícitamente su programa y recurría a causas aparentemente justas y aceptables por la población. Esto fue utilizado por la derecha chilena para presentar al Frente Popular como obra comunista extranjera (y de un peruano, para hacerla más repudiable en Chile). Esta versión de Ravines contribuiría a presentar cualquier trabajo político que convocara a amplios sectores como una maquinación comunista. Y desde entonces serviría como descalificación de tener una agenda oculta comunista a cualquier movimiento progresista.

Esta idea de Ravines como autor del Frente Popular ha sido rechazada por varios dirigentes del Partido Comunista de la época, como Luis Corvalán, en Lo vivido y lo peleado:

«Los más emponzoñados enemigos del comunismo han presentado a Ravines como el ideólogo y artífice del frente popular chileno, como el enviado de la internacional Comunista para lograr aquí la unidad de los Partidos de izquierda. En tal afirmación no hay un ápice de verdad. Cuando Ravines llegó a nuestro país, el Frente Popular ya estaba en formación. El Partido Comunista venía aplicando desde mucho antes la política del Frente Popular, de acuerdo a la realidad nacional. Lo que hizo Ravines fue tratar de desviar al Partido de una correcta orientación. Se empeñó en lograr su apoyo a Ibáñez como candidato presidencial, y en el diario «Frente Popular» no pudo dejar de traslucir su simpatía por la causa nazi»

El historiador Jorge Rojas Flores en «Historia, Historiadores y comunistas chilenos» señala el testimonio del dirigente comunista chileno Elías Lafertte:

Respecto de Ravines, Lafferte no menciona su labor -desde principios de 1935- como promotor de la estrategia del Frente Popular. Comienza afirnando que «llegó a Chile por el año 1937, dando a entender que era un enviado de la Internacional Comunista … En menos que canta un gallo comprobamos que esto era completamente falso y le hicimos ver cortesmente que su deber, como comunista peruano, era irse a trabajar por la liberación de su pais”. No obstante ello, Ravines se quedo: ”en parte por ayudarlo a ganarse la vida, porque se habia casado con una chilena, y en parte por debilidad y por falta de cuadros, le dimos trabajo en publicaciones del Partido”.

Ulianova aclara, y aquí es donde ella hace un valioso aporte, que esta versión comunista sobre Ravines se aplica para el año 1940, mas no para los años previos, en que Ravines sí es un emisario de la Internacional y sí tiene por encargo la aplicación de la política de Frente Popular:

Creemos que cuando los dirigentes comunistas chilenos, en su rechazo total de las memorias de Ravines, en cuanto producto de la Guerra Fría, niegan su condición del delegado kominterniano y lo presentan como un exiliado peruano casado con chilena a quien el PC chileno haya acogido poco menos que por “razones humanitarias”, se puede encontrar un grano racional a esta postura en referencia a la situación de Ravines en Chile hacia 1940, el año de su expulsión. Este grano racional lo aporta la mencionada ambigüedad de los delegados kominternianos “olvidados”. No obstante, la citada postura de la historiografía oficial del comunismo chileno desconoce por completo la muy documentada participación de este emisario de la Internacional en la génesis del Frente Popular chileno.

Efectivamente, Ravines llega a Chile a principios de 1935 y se queda hasta mediados de 1936, luego viaja a España y luego a Moscú y regresa a Chile a mediados de 1938 hasta 1940. Es decir, está en dos periodos muy diferentes: en el primero sí es emisario de la Internacional y trabaja por la linea del Frente Popular, en el segundo ya está en capilla, pero es entonces que el Frente Popular gana las elecciones.

Sin embargo, Marta Vergara, dirigente comunista chilena y cercana colaboradora de Ravines, en su libro «Memorias de una Mujer irreverente» relata que Ravines nunca le describió la política de Frente Popular como un truco y que nunca escuchó el término «El camino de Yenan» (título en inglés de «La gran estafa») hasta que leyó el libro de Ravines, publicado en 1951. Vergara, que respetaba y comprendría a Ravines, rechaza con todo la postura de Ravines en ese libro: «Nunca un hijo ha sido descrito con menos amor por su padre. En su pasión por dañar a los líderes internacionales, Ravines aniquila a su propia creacion en sus mejores y más positivos aspectos» (traducido de la cita de Ernst Halperin «THE SINO-CUBAN AND THE CHILEAN COMMUNIST ROAD TO POWER A LATIN AMERICAN DEBATE»). Es decir, si bien Ravines sí bajó la linea del Frente Popular, la premeditación de engaño que describe en su libro anticomunista no sería tal.

9. Ravines justificando el pacto Molotov-Ribbentrop
Ulianova cuenta que Ravines regresaría a Chile de Moscú, donde habría sido recluído en los sótanos de la Lubianka: «sería el único comunista sudamericano no inmigrante que conocerá en Moscú de 1937 los sótanos de Lubianka». «A su regreso de Moscú, será a su vez el primero de traer al comunismo chileno, o a lo menos, a algunos de sus militantes, el tema del Gran Terror estaliniano. Recuerda Marta Vergara: “Los extraños relatos que trajo Ravines a su vuelta de España y de la Unión Soviética tampoco me hicieron cavilar”.»7

Estas versiones coinciden con la decepción del comunismo que Ravines señala que sufrió en «La gran estafa» a partir de su estadía en España y Moscú, de mediados de 1936 a 1938. Sin embargo, en realidad Ravines no se distancia para nada del comunismo. De regreso en Chile, ya no como emisario de la Internacional, sigue trabajando para el partido comunista chileno como propagandista, en total sintonía con la línea oficial estaliniana. En «La gran estafa», Ravines contaría que le espetaría a Codovilla:

—Mira Codovila —le dije, interrumpiendo bruscamente— lo del tal pacto no me interesa, y menos aún después del reparto de Polonia que acaban de hacer Hitler y Stalin.

Ravines se presenta como alguien que rechazó tajantamente el pacto de Stalin con Hitler de 1939, más aún como un «cínico celestinaje pro-hitleriano».8 Sin embargo, Ulianova documenta el apoyo expreso de Ravines a tal pacto, incluso con nombre propio, escrito en el diario comunista que él dirigía, donde usualmente los autores no se identificaban:

La explicación del pacto pasa a la página editorial, ocupando la mayor parte de su espacio con el material “Moscú va a dictar la paz del mundo” firmado ya no con un seudónimo, sino con el nombre y apellido de Eudocio Ravines. Ya la misma aparición del nombre del autor apuntaba a la seriedad del asunto y a la responsabilidad que el director de facto del diario y ex interventor del PC chileno asumía en este tema.

Considerando que los errores o “tergiversaciones premeditadas” en la interpretación del pacto constituyen meses más tarde el principal cuerpo de pruebas que conduce a la destitución de Ravines y su posterior expulsión, vale la pena detenerse en este documento. El pacto es presentado como una jugada diplomática exitosa de la URSS que logra desbaratar “el plan de un segundo Munich que Neville Chamberlain elaboraba en medio de obscuras y enmarañadas maniobras” con el objetivo de “hacer chocar a los países totalitarios contra la Unión Soviética”73. Se enumeran múltiples “traiciones” y claudicaciones de Gran Bretaña (curiosamente no se menciona Francia, aun se
espera algún entendimiento) ante el nazismo. A la vez Ravines insiste en que la URSS (aquí es nombrada como la URSS y no Rusia) “tiene celebrados pactos semejantes con una larga lista de países capitalistas” sin que esto signifique una cercanía especial con ellos y que esta firma no implicaría cambio de rumbo político de la URSS (refleja su deseo profundo, pero no la realidad que se va a hacerse presente en pocos días): “No se trata de ninguna manera, de una alianza, ni política, ni menos aun militar. El acuerdo queda dentro de los marcos restringidos de la no agresión”. Más aún, se intenta presentar el pacto como una medida de presión soviética para conseguir la firma de la alianza anti nazi que no se ha podido concretar por la negativa de las potencias occidentales: “El Pacto de la no agresión Germano-Soviético no cierra las puertas, de ninguna manera, a la conclusión de la Alianza Tripartita, que Mr. Chamberlain no quiso concluir jamás. Todo lo contrario: si hay sinceridad de parte de Gran Bretaña y de Francia, el momento no puede ser más favorable para su conclusión, siempre que Inglaterra, Francia y Polonia acepten las condiciones soviéticas”.

En definitiva, el pacto se presenta como una medida táctica dentro del objetivo antifascista inmutable. Los demás materiales del diario mantienen el marcado acento antifascista, destacando a la vez la “nueva traición de Chamberlain” al entregar a Alemania el corredor de Danzig. Precisamente a eso apunta el editorial del día siguiente, el 24 de agosto de 1939, nuevamente firmado por Ravines y titulado: “Los culpables de la anexión de Danzig”.

Qué diferente el tono de este discurso con el que Ravines tiene en «La gran estafa». Ravines aprueba y justifica el pacto, como todos los estalinistas de esa época. No es esto un problema para él.

Más bien, a partir de esta justificación, los dirigentes comunistas chilenos lo acusan de tener simpatía con los nazis. Volodia Teitelboim refiere haber presenciado con desagrado la conversacidn amigable que sostuvieron Ravines y un representante (nazi) de una agencia alemana de noticias. Teitelboim, «Un hombre de edad media», pig. 76. Elías Lafferte asegura que ”las publicaciones en que él intervenia tomaron un carácter acentuadamente pro nazi que hubo que cortar de raiz”.

«Lafertte interpreta todo este comportamiento como un claro caso de espionaje alemán. La embajada alemana le pagaba un sueldo: ”todas estas villanias las reconoció ante los dirigentes del Partido, pues en el fondo aspiraba a algo en que no se le iba a dar en el gusto: su expulsión”

Ambas citas provienen de Rojas, ver arriba. Estas acusaciones son el detonante de la expulsión de Ravines del Partido Comunista Chileno.

10. Ravines: “No les hagas a Mariátegui ni a Recabarren lo que no quieres que Codovilla te haga a ti”.
Para 1940 Vittorio Codovilla retornaría a América Latina purgando partidos comunistas por cuanto país pasaba. Sería «el último desembarco kominterniano en la región». Ulianova lo cuenta así

Ahora, con la firma del Pacto Molotov Ribbentropp, los Frentes Populares dejaron de ser el eje de la política soviética y de la Internacional. Si bien no fueron públicamente criticados ni censurado el concepto, dejaron de ser necesarios. El único Frente Popular en el poder en ese momento era el chileno. Por tratarse de un país periférico, no incidía en la política mundial. Más aún que la fórmula del “frente popular antiimperialista” lo hacía compatible con el discurso “antiimperialista” de la Internacional del período del Pacto. (…) Ya no se necesitaban partidos capaces de jugar un papel relevante en la vida política de sus países ni de articular proyectos de gobierno de centro-izquierda. Codovilla venía de México donde el PC local fue convertido en cómplice, en un aparato auxiliar de la operación de NKVD de asesinato de Trotski. Quienes se opusieron a esta instrumentalización, fueron expulsados. El PC chileno que recibe a Codovilla en septiembre de 1940 no corresponde en absoluto a ese perfil.

Ulianova sostiene que el impacto de las purgas codovillianas es relativamente menor en el Partido Comunista Chileno que en otros partidos:

Tal vez la mayor flexibilidad de la cultura política chilena y de la cultura partidista del PCCh, el gran arraigo del sentido de pertenencia a la nueva iglesia universal ayudaron a que en vez de expulsiones masivas, hubo en el comunismo chileno más bien cambios internos de las posiciones de los dirigentes, “autocríticas” y, en sectores de clase media culta, retiradas del partido (estas últimas más bien a nivel de militantes rasos, aunque visibles por su posición social).

Casi toda la fuerza de la purga de Codovilla se centra en Eudocio Ravines.

A Ravines, a quien Codovilla conocía muy bien, le hacen una detallada acusación de «insuficiente celo en la defensa de la postura soviética» desde la publicación que dirigía, llamada «Frente Popular». Acusación similar a la que él hizo a tanta gente en su apogeo de dirigente comunista. También se le acusa de prestar insuficiente atención al Perú, donde seguía detentando el cargo de secretario general del PC Peruano. Pero el tiro de gracia para Ravines es que difundía «noticias favorables para Alemania», más supuestos contactos con la embajada alemana en Santiago, con lo cual la acusación tenía el suficiente peso para una sonora expulsión. Con un representante del PC chileno que acompaña a Codovilla al Perú donde da fe de las acusaciones y supuestas pruebas del “espionaje alemán” de Ravines la expulsión es rotunda.

Aquí acaba la investigación de Ulianova, señalando que todo esto habría pasado desapercibido si Ravines no lo cuenta en «La gran estafa».

11. Ravines trabajando de propagandista con la embajada de los EEUU en Chile
La escritora chilena Marta Vergara, quien se expresa con respeto y comprensión de Ravines, y cuyo esposo Marcos Chamúdez fue también expulsado en forma vejatoria del partido, señala sobre la expulsión de su esposo y de Ravines: «no hubo razones ideológicas de por medio, sino al parecer una combinaci6n de factores personales (envidias, rivalidad hacia los intelectuales, desencuentro con dirigentes de la IC). Respecto a Ravines, según Marta Vergara, fue el propio PC el que encargó de depositarlo en el campo enemigo» (Rojas, citado arriba). Chamúdez, a pesar de de su humillante expulsión, se mantendría independiente y no asumiría posiciones de derecha como Ravínes. Más bien sería invitado a regresar al partido por Pablo Neruda, invitación que rechazaría.

Ravines en su libro señala que tendría un debate pico a pico con los dirigentes comunistas chilenos y con Codovilla:

¡Hagan lo que quieran. Eso sí no olviden que estoy resuelto a devolver golpe por golpe…!

Por esa época, las acusaciones estalinianas de ser «agente alemán» eran muy usuales. Con éstas se descalificaba principalmente a Trotski y a sus seguidores, como a cualquier comunista que tuviera alguna actitud crítica al régimen de Stalin. No son, por lo tanto acusaciones muy creíbles, más aún si contribuyeron a formar un caso de expulsión partidaria. Ravines no era alguien particularmente crítico de nada, pero sí le cayó mal a mucha gente a la que maltrató y humilló. Pero sobre todo le cayó mal a Codovilla, con quien tenía una gran rivalidad. Ravines no le iba ganar a un Codovilla, un hombre de la NKVD, en tener la confianza del aparato estaliniano.9

Más que tener a Ravines de colaborador de la embajada alemana, tenemos que él mismo se ubica como colaborador de la embajada estadounidense, en lo que sería su primera colaboración orgánica con el gobierno de los Estados Unidos:

Cuando sobrevino el ataque a «Pearl Harbor» acudí como un voluntario a la Embajada de los Estados Unidos en Chile, para ofrecer mi colaboración en la lucha. Trabajé activa y enérgicamente durante cuatro años con Biddle Garrison, con Lester Ziffren y con Tomlinson, que se hallaban al frente de la campaña de prensa. Ya no era más un comunista, sino sólo un antifascista que trabaja al servicio de la misma causa por la cual estaba combatiendo el pueblo de los Estados Unidos. Pese a los esfuerzos que realizaron mis antiguos camaradas para que se me eliminara, seguí prestando mi colaboración hasta el día mismo de la caída de Berlín.

Si hoy alguien “acude de voluntario” a la embajada de los EEUU en el Perú y ofrece su colaboración para, digamos, la lucha contra ISIS, a ver si inmediatamente lo incorporan y trabajan con él o ella por unos cuatro años. Este es el primer contacto que Ravines declara establecer con una agencia oficial del gobierno de los EEUU. Acaso sea el primer contacto con lo que sería después la CIA, antes de la guerra llamada OSS, y dedicada precisamente a la lucha contra la Alemania nazi. Allí él entra en contacto con la embajada de los EEUU al parecer buscando ¿protección ante su distanciamiento de los comunistas chilenos? O simplemente trabajo. Ravines mismo cuenta sobre su precariedad material en Chile después de su expulsión. Son cuatro años, de 1941 a 1945, un lapso de tiempo más largo que el de su decisivo paso por España y la Unión Soviética y del cual Ravines no da muchos detalles.

De haber algo de cierto sobre la colaboración de Ravines con la embajada alemana (una «conversación amigable» no da para tamaña acusación), ésta habría sido a lo más un aprestamiento para su colaboración con la embajada estadounidense. Ravines en su libro, auspiciado por el gobierno estadounidense, exhibe sin problemas esta última colaboración, acaso en plan de desmentir la acusación de los comunistas chilenos, de ser colaborador de la embajada alemana, usada para sustentar su expulsión.

12. Ravines vuelve al Perú pagado por el gobierno peruano.
El regreso de Ravines al Perú se produce en 1945 antes de la asunción de Bustamante y Rivero:

“No podía abandonar Santiago de Chile, a causa de mi pobre situación económica; carecía de dinero para el pasaje y debía antes vender los pocos efectos que poseía nuestro hogar. Hice conocer al Gobierno peruano mi situación y solicite que se me repatriara. En respuesta, recibí la orden de tres pasajes por avión, para mí, mi esposa y mi pequeña hija Marcia. “

No da más detalles al respecto, pero parece que con el fin de la guerra, sus servicios de propagandista ya no eran necesarios para la embajada, a la vez que el pro-estadounidense gobierno de Prado, que lo había perseguido, se había ablandado con él.

13. Cambio de camiseta, mismo rol
De ahí en adelante, Ravines sería rápidamente reclutado por Pedro Beltrán, terrateniente propietario de La Prensa y mecenas del Opus Dei, y viviría en permanente campaña propagandista anticomunista. Su pluma, más que expresar desilusión, trasuntaría bronca y el deseo de ajustar cuentas con quienes lo habían maltratado, en forma no muy diferente a cómo Ravines había maltratado a otros.

Como ya señalamos, Ravines necesitaba algo ya montado y en funcionamiento. Cuando rompió con el comunismo, Ravines no sabía hacer nada sin un poderoso apoyo organizativo internacional. Era un burócrata, un funcionario de alguna entidad que quisiera usar sus servicios. No duró mucho en el aire, pues rápidamente fue asimilado por el poder alternativo al soviético, que era el de la derecha oligárquica y el de los EEUU. Tal volteada ya no era un gran cambio para él: era el mismo pensamiento dogmático y maniqueo apoyado por una organización estatal de proyección internacional. Aunque con otra camiseta, seguiría siendo el mismo Ravines, totalmente carente de idealismo moral, presto a justificar cualquier barbaridad.

14. Lealtad a la Ravines
Según el numerario Prieto Celi, por el éxito comunista en impulsar el Frente Popular, Ravines se habría jactado de ser el único peruano que se vengó de Chile, por haberlo arruinado fortaleciendo a su partido comunista. Este supuesto chauvinismo de Ravines se vería contradicho al haber escrito el libro «El rescate de Chile», una apología al golpe de Pinochet impulsado por la CIA, para la cual trabajaba, aquí, aquí (Ravines era informante para la CIA sobre las acciones del gobierno militar de 1962-3). «¡Viva Chile!» escribiría en las primeras páginas de ese libro, usado como propaganda por el gobierno de Pinochet. A Ravines el gobierno de Velasco, que evidentemente estaba al tanto de sus trotes y lealtades a gobiernos extranjeros, lo deportaría tempranamente, retirándole la nacionalidad peruana.

15. Desilusión sin ilusión
En «Muerte en el Pentagonito» (p. 117) Ricardo Uceda cuenta en base a fuentes policiales la dureza de las reuniones de evaluación de los senderistas. Las acusaciones de traición y de vacilación y la humillación al criticado eran muy comunes. En una de esas reuniones, en noviembre de 1984, se produce una dura crítica a uno de sus militantes y éste, «resentido» según Uceda, abandona la reunión y se acerca a dos policías y delata a sus compañeros. Les indica «Allí hay una reunión de mandos de Sendero Luminoso». Así es que caen importantes mandos como Carlota Tello, que es llevada al cuartel Los Cabitos donde es ejecutada.

Desde luego que un trato humillante que hiera a una persona en su autoestima puede llevar a que ésta reaccione virulentamente y busque resarcimiento en la denuncia a quienes la humillaron. ¿Fue esta una de las motivaciones de Ravines en su cambio de posición? Los indicios sugieren que algo de ello hubo. «Golpe por golpe», amenazaría Ravines a los comunistas chilenos. Esta motivación desde luego que no es equivalente a la desilusión ideológica de descubrir lo equivocado de un ideal. Es una reacción mucho menos elaborada y más primaria que ésta.

Otra motivación diferente al desencanto, también muy comprensible para un viraje ideológico total, es la necesidad de una base material. Ravines, si bien no incluye esta razón en la explicación de su viraje, es muy explícito en señalar su precariedad material en Chile después de su expulsión (aunque también está claro que tal precariedad está ahí incluso antes, en su regreso a Chile como exilado bajo la protección del PC chileno). Ravines habría contado con apoyo de la embajada de los EEUU para su labor propagandista antes su regreso al Perú en 1945. No habría dejado de contar con este apoyo de entonces en adelante. Suena a que colaboró con la CIA desde antes de que esta agencia adoptara ese nombre.

Con estos indicios de sed de venganza apoyada materialmente, ¿qué queda del supuesto idealismo herido de Ravines? Si uno sale de cómo Ravines se pinta a sí mismo en su época comunista, usual en el discurso autobiográfico autocomplaciente del converso, y confronta su versión con la de sus ex-camaradas, no se obtiene la figura de un hombre idealista, cual trasunta el discurso propagandístico de la CIA en la guerra fría, sino la de un inmisericorrde comisario político, aplicador de las mismas prácticas humilladoras de quienes lo humillaron. En tal sentido, no suena a una razón creíble para la desilusión por algo en lo que se creyó fervientemente. Es más bien el cumplimiento de conocidos aforismos como «quien a hierro mata a hierro muere».

La propaganda anticomunista de la guerra fría no tendría mucha simpatía por los comunistas maltradados por el estalinismo, como por sus seguidores que aún tenían esperanzas e idealismo en el comunismo primigenio esbozado por Marx. Aleksandr Solzhenitsyn en «Archipiélago Gulag»sería muy duro con los comunistas de la vieja guardia que hicieron la revolución rusa y serían ejecutados después de los procesos de Moscú: ellos «comparecían ahora ante el tribunal empapados por sus propios orines». Similar actitud tendrían intelectuales anticomunistas como Isaiah Berlin, quien usó su poder para negarle un cargo de profesor a Isaac Deuscher. Berlin había trabajado como agente del servicio de información británico y formaba parte de la corte de Margaret Thatcher, al igual que Mario Vargas Llosa, que compartiría esta actitud de descalifición a los comunistas antiestalinistas.

Desde esta perspectiva anticomunista, se podría decir lo mismo de Ravines cuando fue vapuleado por Codovilla y los comunistas chilenos. Lejos de ser tal, el discurso anticomunista sobre Ravines lo eleva al rango de ser un propagandizado testimoniante sobre la crueldad del comunismo. Para esta instrumentalización no bastaba pues un desencantamiento o un idealismo herido; se requería una total y organica asimilación al discurso anticomunista de la guerra fría. Ravines claramente la obtuvo en su enrolamiento en las filas de la CIA.

  1. Posts anteriores en que he analizado el fenómeno de la conversión de ex izquierdistas en derechistas: aquí, aquí, aquí, aquí. []
  2. Este ensayo fue parte de la reseña al libro «El dios que cayó» de Arthur Koestler, célebre «converso». []
  3. Angela Ramos lo cuenta explícitamente aquí:

    “… fue el hombre fatal para el comunismo, para nuestro incipiente Partido Comunista.
    Ravines no podía permitir que nadie sobresaliera un ápice sobre él y como Ricardo Martínez
    de la Torre tenía muchísimo cariño de todos los componentes del Partido, eso le producía
    resquemor. Aunque Ravines fue el que destruyó el Partido, no se puede negar que él vino de
    Europa, con un impulso grande, le dio mucha dinámica al Partido, eso es incuestionable.
    Ravines después deshizo con los pies lo que construyó con las manos. Ravines no había bebido
    de las palabras y de la vida de José Carlos Mariátegui, pero como Ravines entró al cuarto de
    enfermo de Mariátegui y nadie supo lo que había pasado allí (después conocimos que Ravines
    le hizo tener un disgusto espantoso a José Carlos en su lecho de muerte y eso no se ha dicho
    nunca y por primera vez lo voy a decir), la gente creía que era el hombre de confianza. A veces
    las mujeres estamos dotadas de un sexto sentido, yo era la única mujer del Partido en esos
    momentos y desde el primer momento choqué con Ravines. Sólo muchos años después, un
    hombre de la brillantez y consecuencia de Hugo Pesce pudo decirme: “Ángela, usted vio claro,
    usted no estuvo equivocada” porque Ravines llegó a imponer en el Partido lo que yo llamé en
    esos tiempos el ravinismo, algo que jamás habría hecho José Carlos Mariátegui, porque su
    mente y su corazón eran muy amplios…” “… Ravines imponía su voluntad a sangre y fuego, y
    llegó a ser un dictador que no quería militantes sino imitadores, y más que imitadores,
    obsecuentes seguidores. En mi casa se dieron las primeras charlas de marxismo, una casa que
    se caía de vieja, y ahí iban cuatrocientos, del muelle, de todas partes, a escuchar las primeras
    lecciones de Ravines, y observé su nefasto trato con los camaradas obreros y a esto llamo yo
    ravinismo.”

    Jorge del Prado también expresa su rechazo a Ravines, quien habría vetado su ingreso al partido, aquí:

    En esta labor de organización de las masas, el «Mariáteguismo» (como se dio en llamarle después), tuvo que enfrentarse a la obra liquidadora de Ravines y demás renegados. En el proceso de expulsión de Eudocio Ravines se ha demostrado como traiciono al movimiento minero del Centro (abandonándolo cobardemente en el momento más álgido de la lucha) y contribuyo, con la desmoralización, a destrozar la obra realizada alii bajo la inspiración de Mariátegui. Pero el empeño de Ravines y sus cómplices por destrozar la obra de Mariátegui empezó antes. Tras la bandera de una pretendida lucha contra el supuesto «anarco-sindicalismo Mariáteguista», Ravines trabajo por desligar al Partido de las masas, por sectarizarlo, por convertirlo en un grupito desvinculado del pueblo.
    ¿Cómo entendía Mariátegui que debería ser el Partido: un «Partido de cuadros» o un Partido de masas? Mariátegui propugnaba la necesidad de construir un partido de masas. Mientras Ravines y sus satélites pensaban que el Partido debería estar formado por un grupito de iniciados, Mariátegui propiciaba el reclutamiento y daba el ejemplo de reclutar. Ravines en los cursos de capacitación que dictaba, sostenía que los estudiantes, los empleados y en general todos los elementos de origen no proletario, tenían fatalmente que traicionar al Partido. Seguramente que Ravines, desde entonces, buscaba explicar «científicamente» su inevitable traición. Entonces, algunos que éramos simpatizantes del Partido, rebatimos ese punto de vista mecánico y fatalista de Ravines. La respuesta que dio Mariátegui a la «doctrina» de Ravines fue proponer que esos simpatizantes fuéramos admitidos inmediatamente como miembros del Partido. Así ingresamos Pompeyo Herrera (estudiante de Derecho, muerto después como consecuencia de su fidelidad a la causa del comunismo), José D. Montesinos, estudiante de Medicina; Moisés Arroyo Posadas (maestro y actual dirigente destacado del Partido), Julio del Prado y yo.

    []

  4. Así lo cuenta Ulianova:

    Tanto las memorias publicadas, como los documentos reservados de la Internacional reflejan el malestar generalizado en el PC chileno con los métodos a través de los cuales Ravines implementaba la nueva línea.

    “En las primeras reuniones Ravines redujo a escombros la obra de los comunistas chilenos: después la barrió con el cuerpo mismo de los compañeros. Según él, el infantilismo político y las torpezas de esos seudorrevolucionarios, que enarbolando la bandera exclusivista de la clase proletaria habían llevado al Partido Comunista chileno al aislamiento y a los partidos burgueses de izquierda a la derrota o a los brazos derechistas, eran errores de exclusiva responsabilidad de los dirigentes nacionales; la línea equivocada se debía al sectarismo”, recuerda Marta Vergara, una de las más destacadas figuras del mundo artístico e intelectual en el PC de entonces.

    “A Chile llegó Ravines de azotador de comunistas. Nada contenido. Se le iba la mano más de la cuenta y a veces daba el latigazo sobre un cuerpo equivocado. Sin embargo, no podía decir si gozaba al cumplir esta tarea, porque no lo demostraba. Además, su neurosis y su tiranía se nos disminuían ante los aspectos positivos de su personalidad. Siempre me pareció más estimulante que devastador”, recuerda Marta Vergara.

    Trata a estas personas tan groseramente que no quieren seguir trabajando. Una vez los alumnos de los cursos se pusieron de acuerdo y no llegaron a clases ya que Ravines los retaba cuando no entendían algún tema. En general Ravines los trataba groseramente”

    []

  5. “… insisto que si Ravines sigue trabajando en nuestro partido, va a estorbar en muchas cosas el trabajo de Bórquez, al volver este último al país, porque ya creó una muy mala reputación al compañero Bórquez en el país. Ravines impide el desarrollo de los cuadros, introduciendo métodos destinados a hacer trabajar a los compañeros a la fuerza y no según su propia voluntad. No existen relaciones amistosas, todo es como forzado. Existe una gran enemistad entre los compañeros dirigentes del partido. Si Komintern considera que Ravines debe seguir en Chile, es necesario mandar a un compañero que pudiera trabajar en lo de los cuadros y la organización. Creo personalmente que hay que retirarlo de Chile”. Olga Ulianova, obra citada. []
  6. «Las acusaciones formuladas por los dirigentes chilenos en Moscú en octubre de 1935 no repercuten en forma inmediata en la carrera política de Ravines. Al parecer, los éxitos de la línea frentepopulista en Chile, las estructuras latinoamericanistas de la Internacional estarían dispuestas de atribuirle en gran medida a su trabajo. Sus métodos y su estilo son los métodos y estilo de los aparatos soviético y kominterniano de la época.» Olga Ulianova, obra citada. []
  7. “Cayó de repente una tarde por la librería en compañía de Lela (su esposa Delia de la Fuente – OU). Por horas estuvimos con Marcos [Chamúdez] oyéndole unas historias desarticuladas. Casos de traiciones, delaciones, sospechas, acusaciones. Refería largamente, en forma objetiva, sucesos presenciados en Moscú. No comentaba. Como los acusados aparecían ligados con extranjeros, la gente arrancaba de estos últimos. El lo había sentido… La tragedia andaba suelta”. Olga Ulianova, obra citada. []
  8. «Hitler, a pesar del pacto, procediendo con criterio análogo al de Stalin, había atacado Rusia aquella madrugada: las divisiones ‘panzer» rodaban sobre Stolpce, sobre Baranowitza, rumbo a Minsk, a Kiev, a Dniepopetrovsky. Desde aquellos instantes, Rusia estaba combatiendo contra el nacismo, al lado de Inglaterra y de los Estados Unidos. Yo sabía bien que los partidos comunistas abandonarían de modo fulminante su rabiosa posición antiimperialista de la víspera, su cínico celestinaje pro-hitleriano del día anterior, para volver a la línea de combate anti-fascista.» Ravines en «La gran estafa». []
  9. Ulianova relata un hecho que pinta de cuerpo entero a Codovilla:

    La causa daba sentido a su vida, prestigio, y la vez liberaba de “prejuicios” éticos. El siguiente episodio, relatado por el propio Codovilla un poco antes de su muerte en Moscú en 1970 a un latinoamericanista soviético, refleja bien esta personalidad.

    En 1927 Codovilla participa en la celebración de los 10 años de la Revolución Rusa en Moscú. Junto con un grupo de delegados, en su mayoría latinoamericanos, salen a pasear por la ciudad y son ayudados en ubicación por los transeúntes. Entablan conversación con una señora mayor con la que pueden comunicarse en francés. Entrando algo en confianza con sus interlocutores, la señora comienza a criticar la falta de libertades, censura y represión a los disidentes en el régimen soviético. Los delegados latinoamericanos, en su mayoría por primera vez en la URSS, quedan perplejos. Codovilla, en su autoatribuida calidad de decano de la delegación, busca un policía y le entrega a la señora acusándola de propaganda contrarrevolucionaria. 40 años después, sin poder aludir el desconocimiento del posible destino posterior de la señora, aun se sentía sinceramente orgulloso de su hazaña de “vigilancia revolucionaria”.

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