Por - Publicado el 07-08-2015

1.
Quedaba en el jirón Camaná en el centro de Lima, a algunos metros del Queirolo en el cruce con el jirón Quilca. La librería «china» cuyo nombre oficial creo que era librería «Amauta» se especializaba en vender publicaciones chinas: «Pekín (luego Beijing) informa», China Reconstruye, libros de historia, literatura e idioma chino (mandarín) y por supuesto, obras de Mao Zedong, Marx, Engels, Lenin y Stalin. Tal vez provoque decir que era la versión china de la librería «Cosmos», especializada en libros soviéticos. Pero era totalmente diferente. La librería «Cosmos» era una suerte de «La Familia» de libros soviéticos. En la librería china uno entraba a los interiores y al parecer había otra librería de venta de libros antiguos, principalmente peruanos. Allí se vendían varios libros y folletos publicados por universidades públicas y prensa partidaria o casi partidaria. Recuerdo un título: «Las luchas campesinas en el contexto semifeudal del oriente de Lucanas» de Félix Valencia, que rápidamente encuentro aquí. O publicaciones a mimeógrafo sobre historia social peruana como esta, que conservé a través de los años. La librería china a diferencia de la convencional y soviética «Cosmos» tenía un aura netamente contracultural (palabra poco usada a comienzos de los ochentas).

Cuando me daba mis vueltas por ahí ya había pasado la época en que «Pekin informa» publicaba artículos sobre cómo utilizar el pensamiento Mao Tsetung para cultivar hortalizas (ver al respecto este fragmento de Artemón Ospina). Ahora «Beijing informa» se dedicaba a promover las reformas dengxiaopinguistas. En cada número se hacía algún anuncio de alguna nueva reforma o simplemente se anunciaban cambios y más cambios, como que por primera vez en China se publicarían las obras de García Márquez (el ensoberbecimiento con el poder o la soledad de algunos personajes de Gabo no eran bien vistos en la China previa a las reformas, pues al parecer sonaban a situaciones que alguien podía vincular con el presidente Mao).

2.
«¿Cómo puedes leer esos libros que venden en la librería china?» me dirían algunos compañeros de estudios de la Católica, principalmente de sociología. Las lecturas «in» entonces eran las recomendadas por Manuel Piqueras, Sinesio López, Rolando Ames o Guillermo Rochabrún, que incidían en una desconstrucción del «marxismo de manual» difundido por la Unión Soviética o la China maoísta. Encabezaba su lista bibliográfica teóricos como György Lukács y Antonio Gramsci, quienes sí habrían ofrecido una entrada al verdadero marxismo, el de los manuscritos económico-filosóficos, el del joven Marx, por oposición al viejo Lenin. El nivel intelectual estaba indudablemente del lado de todos estos profesores, varios de ellos (candidatos a) parlamentarios por la Izquierda Unida, por oposición al dogmatismo y a la precariedad intelectual de la panfletería a mimeografo de un hueco del centro de Lima.

3.
Los años noventas se devoraron de un solo bocado a los años ochentas. Éstos quedaron como un intermedio democrático en coexistencia con una sangrienta guerra. En ese trance ocurrió que la librería «china» cedió el lugar a una librería de libros antiguos, que hasta ahora está ahí. Ya nada de libros chinos. También se le cayó la estrella al marxismo «intelectual» de la Católica, no menos afectado por el derrumbe soviético que el marxismo «de manual» de la universidad pública. Varios de los seguidores de los políticos-profesores ya no estaban en Gramsci o en los manuscritos. Ni siquiera en el cura Gustavo Gutiérrez. Más bien estaban en la tecnocracia fujimorista. Sus lumbreras tampoco estaban en una producción intelectual contestataria, por no decir revolucionaria. Con la caída soviética, no tenía ningún sentido seguir atacando al marxismo de manual en nombre del verdadero marxismo ortodoxo, a la Lukács. Más bien tocaba defender la democracia, ya no ante una izquierda despectiva con ella, sino ante una derecha recalcitrante.

4.
Siempre me quedó la duda de si había perdido mi tiempo al leerme la historia de la guerra del opio, la revolución democrática de Sun Yat-Sen, la derrota del movimiento obrero en Shanghai, los cinco tesis filosóficas de Mao Zedong o los cuentitos de Lu Xun (quien, mire Vd., resultó ser el padre de la literatura moderna china). O de hacerme una idea de la geografía china y su variedad étnica. Admito que era algo muy árido y lejano a una reflexión útil al Perú de esos años en comparación con las agudas y excelentemente escritas exposiciones teóricas gramscianas o lukácsianas, como que también las leí con gran interés. Sin embargo, curiosamente lo que aprendí sobre China fue un conocimiento mucho más transferible y útil para mí que otros conocimientos sociológicos o filosóficos. Resulta que China ya no era el país cerrado y dogmático de la revolución cultural, que exportaba «Pekín informa», sino un país cuyos ciudadanos eran estudiantes, académicos y profesionales en todo el mundo. Fuera del Perú me tocó estudiar con compañeros chinos, luego tuve colegas chinos y luego alumnos chinos. «Oye, ¿y tú cómo sabes eso de mi país? No conozco aquí a nadie que sepa esas cosas». Y les explico, ante su incredulidad, que su país alguna influencia tuvo sobre mi país. Con la emergencia de China como potencia y parte del sistema capitalista mundial, el saber sobre China es mucho más transable que el saber sobre discusiones marxistas ya desactualizadas.

5.
El primero de mayo, si bien rinde homenaje a ocho hombres ejecutados en Chicago, es una fecha desapercibida en los Estados Unidos. En la cafetería de la universidad me encuentro con mi colega Wei, economista especializado en organización industrial, con quien nunca hablé mucho de política. Estamos almorzando, cuando de repente pasa un nutrido grupo de estudiantes chinos, con hartas banderas rojas de China. «¿Y eso, Wei, por qué es?». «Ah», me responde, «es que hoy es primero de mayo, y esa es una gran fiesta nacional en China». Y añade, con una sonrisa picaresca, «es que somos una república de trabajadores, ¿sabes?». Le respondo pensando en la antigua librería del jirón Camaná: «sí, Wei, lo sé muy bien».

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Comentarios a este artículo

  1. Miguel dijo:

    Me pasa lo mismo cada vez que converso con alguien de fuera de Lima, sea de provincias o del extranjero: oye ¿y tú como sabes eso sobre mi lugar? ¿has viajado por ahí?

    Es que el nivel de ignorancia, no voy a hablar del pueblo, sino de los profesionales y universitarios, sobre lo que pasa fuera de Lima, es impresionante. Y el desinterés por conocer algo más de lo que es tu trabajo o tu carrera, también me desconcerta.

  2. Miguel dijo:

    Y sobre la librería Cosmos, pues varios comentarios:
    -El Sputnik era, con mucho, mejor editado que su competencia gringa «Selecciones del Reader Digest». Más allá de la propaganda política, y a la distancia de 40 años, a mí y a muchos nos abría la puerta al mundo.

    Análisis de lo que pasaba en el mundo que no podías encontrar en la prensa peruana. Y con fotografías y una diagramación impresionante.

    -A la distancia de 40 años, no teniendo hijos pero sí varios sobrinos y habiendo criado a mi cuñado, me doy cuenta de lo hermosos e importantes que eran los libros para niños que ahí vendían. Pucha, libros primorosamente editados e ilustrados, que ahora costarían cientos de soles, los remataban al equivalente actual de cinco o diez soles. Maldigo el día que boté los libros de niños que me compraron hace 40 años.

    -Sobre los libros de niños, recuerdo que no sólo eran historias de escritores rusos, ni siquiera de escritores de la Unión Soviética o Europa Oriental: recuerdo libros escritos por indios, vietnamitas, árabes, africanos, con ilustraciones hechas por indios, vietnamitas, árabes o africanos.

    -Para terminar, hace unos días con un colega laboral conversábamos y no sé cómo llegamos a libros que leímos de niños, y salieron los libros rusos. Ambos recordábamos a la versión rusa de Dr. Dolittle, Aymeduele.