Por - Publicado el 10-01-2015

Tal es el título del libro de Jorge Rendón Vásquez, publicado por la editorial jurídica Grijley y el Sindicato de Trabajadores de Cerro Verde (Lima, noviembre, 2014, 96 págs.).

Es la crónica de una huelga de los alumnos del Colegio Nacional de la Independencia de Arequipa, acaecida en junio de 1950, seguida del levantamiento del pueblo arequipeño luego que el gobierno de entonces, la dictadura de Manuel A. Odría, se ensañara sangrientamente con esos adolescentes.

El libro se presentará en Lima el martes 13 de enero a las 7 p.m. en la Casa Mariátegui: Jr. Washington 1946, Cercado de Lima. Comentan: Oswaldo Reynoso, Winston Orrillo y Luis Yáñez. Ingreso libre, aquí y aquí.

Ver la reseña de Winston Orrillo, aquí.

Habrá otra presentación en Arequipa.

El autor relata:

Mucho hicieron aquellos héroes civiles que salieron a las calles sólo con sus manos y la convicción de que no se humillarían ni arredrarían ante la fuerza y el menosprecio, sin importarles que fuera a costa de su sangre y de su vida, y, sin proponérselo tal vez, sembraron en la conciencia colectiva semillas frescas y perdurables de coraje popular.

Teodoro Núñez Ureta resumió este sentimiento en su poema La voz del hombre:

Nadie muere jamás, se va sembrando;
se va haciendo caminos, sueños, iras,
escondidas reservas de esperanza;
acumulada fuerza de la especie.

Fue la oportunidad que la historia había preparado para la eclosión de un pueblo renovado por las migraciones de las provincias de Arequipa y de otros departamentos y sus descendientes, un pueblo mestizo, laborioso y altivo, educado en las tradiciones de este hogar colectivo, resumidas en sus denominaciones, no por grandilocuentes menos veraces, de ciudad caudillo, baluarte de la libertad, Arequipa lírica y audaz.

Para la redacción de esta crónica, el autor se ha valido de libros y artículos de revistas alusivos al tema y de testimonios de muchos de los actores de esos sucesos.
Transcribimos a continuación su prólogo en el que se exponen las causas sociales de ese estallido popular.

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PRÓLOGO

En junio de 1950, una huelga de los alumnos del Colegio Nacional de la Independencia de Arequipa, provocada por reclamaciones desatendidas a las que fueron empujados por las autoridades docentes, detonó un movimiento de protesta popular en la ciudad que tomó la forma de acciones armadas para resistir la agresión militar dispuesta por la dictadura de entonces.

Sobre estos sucesos se han escrito algunas crónicas e innumerables comentarios, algunos fantasiosos, destacando los hechos de ciertos políticos, agrupados en la Liga Democrática, que pugnaban por participar en las elecciones convocadas para el 2 de julio de ese año. Es la visión de la historia como secuencia de actos inherentes a personajes dueños de la riqueza, el poder y la gloria.

En el movimiento popular de junio de 1950 esos personajes intervinieron de modo superfluo, marginal o para ahogar la resistencia del pueblo.

En la antípoda de esa óptica, la presente crónica trata de mostrar cómo surgieron y se desarrollaron aquellos sucesos, y, sobre todo, la participación en ellos de los estudiantes y trabajadores de simpatías marxistas, sus artífices sociales, quienes se entregaron a la lucha con abnegación y valentía, cumpliendo lo que para ellos era un deber y un reto que la historia les ponía delante.

La ciudad de Arequipa en esos momentos había ya cambiado de configuración social.
Según el censo de 1792, ordenado por el virrey Gil de Taboada y Lemus, el Cercado de Arequipa contaba con 37 241 habitantes, cuya composición era la siguiente:
— 22 207 blancos (españoles nacidos en España y América);
— 5 929 indios;
— 4 908 mestizos;
— 2 487 gentes de castas libres;
— 1 225 esclavos negros;
— 387 religiosos de ambos sexos; y
— 5 beatas.

Por esta mayoría blanca y oligárquica (60% de la población), Arequipa era la Blanca Ciudad. En el conjunto del virreinato, los españoles eran el 12% de la población total que ascendía a 1 076 122.
Sólo mandaban los señorones y clérigos blancos, incluidas las cinco beatas. Los demás pertenecían a las castas raciales, consideradas legalmente inferiores, y estaban sometidos al poder despótico de los blancos en grado diverso.

El advenimiento de la República, a la cual la mayor parte de blancos fue hostil, estuvo muy lejos de extirpar la discriminación racial. Muy lentamente, sin embargo, los mestizos e indios fueron aumentando y obteniendo derechos, en particular civiles.

En la tercera década del siglo XX, se intensificó la inmigración de las provincias del departamento de Arequipa a la capital de este, y en la del cuarenta siguió una masiva inmigración procedente de Puno, Moquegua y otros departamentos. Era una afluencia compuesta casi totalmente por mestizos e indios, expresión de la inmigración del campo a la ciudad, estimulada por el crecimiento económico de Arequipa, en gran parte por efecto de la Segunda Guerra Mundial. Aparecieron nuevos talleres, fábricas, casas comerciales, servicios financieros y otros.
La población de fuera, como la originaria de la ciudad de modestos recursos, se instaló en antiguas casonas de sillar convertidas en vecindarios, alquilados por sus propietarios venidos a menos, y ocupó luego los cerros eriazos que circundan la ciudad y su verde campiña, en los que erigieron nuevos y populosos barrios a costa de su esfuerzo y sus exiguos ahorros. Eran trabajadores e ínfimos comerciantes que competían impelidos por el tesón y sus intensos deseos de promoverse socialmente. Educaron a sus hijos, como un deber natural, y estos llegaron a la educación secundaria, a la universidad y a las cimas de la cultura y la técnica.

La ciudad de Arequipa fue también para otros un punto de partida o una estación de paso hacia ciudades con mayores posibilidades.

En la década del cincuenta la transformación social de Arequipa era irreversible. La oligarquía blanca se había reducido, como la piel de zapa, hasta ser solo un grupo de familias que apelaban a la contribución racial de inmigrantes blancos extranjeros, si bien conservando su poder económico y su influencia política.

Para muchos, Arequipa seguía siendo, sin embargo, la Blanca Ciudad, aunque en adelante sólo por el color del sillar, empleado como material de construcción, un blanco pétreo, tirando a gris y a otros matices.

La nueva composición social de la ciudad permitió la absorción de nuevas ideologías más fluidamente. Desde la década del treinta, el marxismo fue asimilado por las nuevas elites intelectuales y, como parte de ellas, por un número creciente de docentes y alumnos universitarios, y por los trabajadores más lúcidos e ilustrados. Poco después de llegar a la ciudad la revista Amauta, todos esos hombres y mujeres vieron en José Carlos Mariátegui a alguien que, como muchos de ellos, salía también de los vecindarios, y supieron instantáneamente que era su maestro. La población de la ciudad dejó de ser enteramente católica practicante. Surgieron librepensadores, iconoclastas y ateos con el espíritu polémico cultivado en la Universidad de San Agustín desde el siglo XIX. La noción de izquierda, como heterogéneo conjunto, arribaría varias décadas después.

El movimiento popular de junio de 1950 marca el divortium aquarum dialéctico entre el antes y el después en la vida de la ciudad de Arequipa: un antes blanco, oligárquico y conservador que venía desde la Colonia y llegaba exangüe; y un después mayoritariamente mestizo, popular, republicano y libertario, desbordante de energía.

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1. 12 de Junio. La Huelga en el Colegio
2. 12 de Junio. Llega la tropa
3. 13 de Junio. Barricadas en la Plaza de Armas

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4. 14 de Junio el pueblo en la Plaza de Armas
5. 15 de Junio, entierro de las víctimas

Imágenes tomadas de Jornal de Arequipa, La insurrección popular de Arequipa en 1950, © Francisco F. del Carpio

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