Por - Publicado el 11-01-2011

[A diferencia de la masacre de Cayaltí de 1950, la masacre de Chicama de 1912 fue muy bien documentada en tiempo real. Hubo una «Comisión de la Verdad» que, como ocurre con todas las «comisiones de la verdad», fue creada por el gobierno, y una investigación independiente de la masacre, hecha aparte por la Asociación Pro-Indígena. El hecho se supo bien y produjo un profundo rechazo contra el poder terrateniente en el Perú de parte de toda una generación, con exponentes como Haya de la Torre, Arévalo, Vallejo, Orrego, Lévano, Spelucín, y otros. La activa prensa anarquista denunció duramente la masacre en todo el país. El movimiento de los enganchados trabajadores cañeros acabaría por dar sustento social principalmente al APRA como partido insurgente en el Perú.]

1. El enganche
Tres grandes propietarios del valle de Chicama: los Gildemeister, familia alemana, de Casagrande, los Larco, familia italiana, de Roma, y la Compañía Grace, empresa británica, de Cartavio. Cuentan con capital extranjero y con trabajo de indígenas «enganchados». Precios del azúcar al alza. También estaba Laredo, de propiedad de Ignacio Chopitea. En Lambayeque estaban los Pardo, hacienda Tumán, y los Aspíllaga de Cayaltí. Ver La República Aristocrática: la agricultura de exportación y La Reconstrucción Nacional: la economía de exportación.

Después de la guerra del Pacífico la economía peruana se reconstruye en base a la agro-exportación. Si antes de la guerra la mano de obra que trabajaba en las haciendas de la costa había provenido del Asia, coolíes que trabajaban en condiciones de semi-esclavitud, pasada la guerra los hacendados resuelven su problema de escasez de mano de obra en base al enganche de indígenas de la sierra. Eran «los años maravillosos» de la república oligárquica, en que «el Perú» crecía en base a la exportación primaria.

Peter F. Klarén en Formación de las haciendas azucareras y orígenes del APRA nos cuenta que el enganche era un sistema «cruel pero eficiente». Cuando el hacendado necesitaba mano de obra recurría al enganchador, le informaba el número exacto de trabajadores que necesitaría y le entregaba una importante suma, generalmente en oro, para pagar adelantos a los futuros enganchados. Con esto el mismo enganchador o su agente, el subenganchador, viajaba a lugares de la sierra como Huamachuco, Santiago de Chuco, Chota y aun Cajabamba, en la sierra sur de Cajamarca. Allí visitaba las comunidades indígenas, generalmente antes o poco después de la cosecha local, cuando el indígena estaba más desocupado para emigrar a trabajar a la costa. Usando el oro como cebo, el enganchador le ofrecía trabajo, pintándole sus beneficios en la forma más atractiva. El indígena era ilusionado por recibir una importante suma en oro en forma inmediata por lo que usualmente tomaba la oferta y firmaba un contrato que no podía leer. Con eso se comprometía a trabajar temporalmente en la hacienda costeña, por un número determinado de meses, generalmente dos o tres, con obligaciones específicas en dicho período. Después, cuando hubiera cancelado la deuda contraída, quedaba libre. Sin embargo, la deuda era tal que era casi imposible que pudiera pagarla, por lo que tenía que quedarse a trabajar en la hacienda.

Estos trabajadores enganchados ya instalados en las haciendas costeñas vivían ciclos de pasividad y de rebelión contra las condiciones de vida y de trabajo que padecían:

Dueños de la situación por el momento y con los ánimos exaltados, pregonando los maltratos que sufrían, se iban contra los almaceneros o bazares de la hacienda y al grito de “huelga” “huelga” “viva la huelga” atacaban y saqueaban esas tiendas, dejándolas vacías; después les prendían fuego.

Así eran los «conflictos sociales» de la época. No había «Defensoría del Pueblo» dedicada a contabilizarlos. Tampoco autoridad pública alguna intervenía en los contratos de trabajo «libremente» firmados entre enganchadores y braceros. Si había información asimétrica o algún fracaso en el mercado laboral, no era algo que interesara mucho a las autoridades hasta entonces.

2. La rebelión de 1912 y su represión
Probablemente la huelga más violenta ocurrida en el Perú fue la del Valle de Chicama de abril de 1912. Usualmente las protestas en este valle se expandían al vecino valle de Santa Catalina, en particular a la hacienda Laredo. El 8 de abril la protesta comienza en Casa Grande, uno de los mayores centros industriales del Perú donde laboraban casi cinco mil obreros. Se rebelan contra una orden de la compañía que les aumentaba la tarea (la cantidad predeterminada de tierra que debía trabajar el bracero). Los trabajadores, desorganizados ellos, solicitan un aumento en el jornal y toman la hacienda. Mientras algunos prenden fuego a los campos de caña, otros saquean y luego e incendian las principales bodegas de la hacienda.

Klarén nos cuenta sobre esta rebelión basándose en «La Industria» del 9 al 26 de abril de 1912.

Tuvieron especial cuidado en destruir los libros de cuentas del enganchador, que efectivamente encadenaban a los braceros al sistema de peonaje. Al finalizar el primer día de amotinamiento varias personas habían muerto y había sido ahuyentada la policía rural, llamada para restaurar el orden.

En los días subsiguientes la violencia se extendió a las haciendas vecinas y finalmente todo el valle de Chicama estuvo en llamas. El 11 de abril, aproximadamente sesenta hombres de tropa, del cuartel Nº 7 de la región, fuertemente armados, se enfrentaron a varios cientos de braceros provistos de machetes, pertenecientes a la hacienda Sausal, un anexo de Casa Grande. Al abrir fuego a una distancia de 50 metros, sobre la masa de braceros que se aproximaba, la tropa dio muerte a quince de ellos pero no logró contener el ataque y se vio obligada a abandonar la hacienda, dejándola completamente a merced de los amotinados. Como resultado, la casa-hacienda fue saqueada y quemada.

Escenas similares se repitieron en otras grandes haciendas del valle tales como Chiquitoy, Cartavio y Laredo, donde obligaron a la evacuación de técnicos y propietarios. A los siete días de desórdenes una gran preocupación comenzó a manifestarse entre los funcionarios y comerciantes de la ciudad de Trujillo, ante el temor de que los amotinados braceros marcharan sobre 1a ciudad, prácticamente indefensa. En la mañana del 14, las autoridades se reunieron en la Prefectura para discutir la formación de una guardia urbana, destinada a proteger la ciudad de una posible invasión de braceros. Finalmente se decidió que tal fuerza no era ya necesaria, en vista del gran destacamento de tropa que desde Lima estaba en viaje hacia Trujillo, pero buena parte de los comerciantes suspendieron sus actividades comerciales y trancaron sus puertas.

Al día siguiente llegó al puerto de Salaverry una nave de guerra con alrededor de 300 soldados y piezas de artillería destinadas al valle. Mientras tanto en Trujillo se efectuaron varios arrestos por «incitar a los braceros» al desorden, entre ellos el del respetado Benjamín Pérez Treviño, editor del diario liberal La Razón, a quien se » le acusó de contribuir a los disturbios al publicar «declaraciones incendiarias» respecto a la huelga. En realidad a Pérez Treviño se le arrestó por condenar abiertamente las duras tácticas de las autoridades de la ciudad y de los hacendados, a quienes acusaba de haberse equivocado desde el principio en el enfrentamiento de los acontecimientos.

Una vez que la gran cantidad de tropa llegó a los centros más agitados del valle y que se establecieron tácticas represivas, los disturbios se suprimieron rápidamente. En forma gradual se restauró el orden y una . calma relativa volvió al valle. La estimación final de los daños y perjuicios que causó la violencia fue muy elevada. Aunque el informe del gobierno, publicado posteriormente, en forma notoria no los mencionó, un informe privado preparado por la Sociedad Pro- Indígena afirmó que por lo menos 150 huelguistas habían sido muertos y muchos más heridos (Ver el informe del Gobierno en Osma, Informe que sobre las huelgas; Rómulo Cúneo Vidal, La huelga de Chicama: informe aprobado por la Sociedad Pro-Indígena sobre los sucesos de Chicama y las medidas que deben ponerles reparo. También apareció en La Prensa, Lima 10 de octubre de 1912.).

En el mejor informe de la huelga se opinó que los bajos salarios, los abusos del sistema de enganche, las miserables condiciones de vida y lo prolongado del horario de trabajo eran las causas principales del estallido de la violencia. Evidentemente, según el informe del autor, la persistencia de esas condiciones determinó que fuera inevitable una revuelta en gran escala (Ibid. Osma, en su informe oficial, estima que la culpa de la huelga recae casi completamente de Chicama casi completamente sobre el enganchador y virtualmente absuelve a los hacendados de toda responsabilidad).

Hay crónicas que señalan que la guardia civil perseguía entre los cañaverales a los trabajadores, para matarlos. El mismo Víctor Raúl Haya de la Torre habla de 500 muertos. Ver aquí.

En su informe gubernamental Felipe de Osma y Pardo no ve al conflicto capital-trabajo como causa de la rebelión, sino al sistema del enganche, que debe ser reformado. Sin embargo, las autoridades trujillanas discrepan y ven como causa real del conflicto a la agitación anarquista de periodistas como Pérez Treviño y Reynaga. Ver The origins of the Peruvian labor movement, 1883-1919 By Peter Blanchard.

Por su parte, Cúneo Vidal redacta el documento de la Asociación Pro-Indígena, luego de viajar a la zona y entrevistar a los familiares de las víctimas. Esta asociación documentaba hechos sociales como la explotación en la Cerro de Pasco Mining Company, lo que hacían con los indígenas los caucheros del Putumayo, las masacres de Huancané, en junio de 1910, las matanzas de Baños, en Lima, al alzamiento indígena de diciembre de 1915 en Azángaro (conocido hoy como el levantamiento de Rumi Maqui Ccori Zoncco). Ver La cruzada indigenista Pedro S. Zulen y la Asociación Pro-Indígena por Carlos Arroyo Reyes. Las conclusiones de esta asociación eran muy simples:

«Nada se ha hecho hasta hoy en castigo de esas sangrientas matanzas».

Y menos en reparación económica y moral a los familiares de las víctimas de las mismas.

En suma, la de Chicama fue una revuelta con un saldo de cientos de trabajadores muertos, con periodistas censurados y arrestados por «incitar» a los trabajadores a la rebelión, con informes posteriores complacientes hechos por el gobierno, que absuelven a los hacendados de toda responsabilidad y esconden la cifra de trabajadores muertos, con fuerzas del orden abiertamente defienden a los hacendados, y no reciben sanción alguna, con víctimas que no reciben reparación alguna por sus familiares caídos. Una curiosa similitud con hechos ocurridos recientemente, un siglo después, en el Perú.

3. Las consecuencias
El impacto de estos sucesos en el Perú fue tremendo. Primero sobre los anarquistas y anarco-sindicalistas de entonces, pero luego sobre las nuevas generaciones de apristas y comunistas. El anarquista Delfín Lévano, director y fundador de La Protesta,

condenando y denunciando a los órganos de gobierno y fuerzas represivas, refiere: “la pavorosa represión de la huelga de Chicama nos muestra en toda su desnudez horrorosa lo que es la plaga funesta de la humanidad, el militarismo”, “por eso protestamos y condenamos, a los principales autores de la horrenda tragedia…, el Presidente de la República, el Ministro de Gobierno… y demás secuaces galoneado” . Lévano, Delfín (1912). “¡Chicama!”, en César y Tejada, Luis (2006), o. c., p. 115. Verlo aquí.

Hace un siglo los «conflictos sociales» no eran vistos en forma aislada, local, fragmentada, sino como expresiones de un sistema, representado por las máximas autoridades políticas del país.

Su padre, Manuel Caracciolo Lévano, se refirió a la huelga de Chicama, a los pocos días de ocurrida, en su discurso del 1 de mayo de 1912, reflexionando así sobre la situación del indígena peruano:

«También nuestra raza indígena, esos paria humillados y envilecidos… se agitan y se rebelan con intrepidez y coraje contra sus inicuos opresores».
La Protesta, No. 15, abril y mayo 1912.

Los trabajadores indígenas ya no eran una «masa inerte» a la cual había que despertar, sino que se rebelaban por sí mismos, lo cual requería una nueva organización sindical y política. Los anarquistas limeños se autocriticaban por haber dejado a los huelguistas de Chicama «completamente solos en la dolorosa campaña que han librado». Ver La Protesta y la Andinización del Anarquismo en el Peru, 1912-1915 de Gerardo Leibner – Universidad de Tel Aviv.

Leibner nos cuenta sobre un diálogo entre anarquismo e indigenismo, lo que él llama «la andinización del anarquismo». Los anarquistas se acercaron al «mesianismo» andino, a la vez que «desde el indigenismo, se evolucionó hacia el anarquismo».

Uno de los personajes para quien los sucesos de Chicama se convirtieron en un momento de definición ideológica fue M. Herminio Cisneros. Cisneros, al parecer actuando como representante de la Asociación Pro-Indígena, recogió testimonios de sobrevivientes y familiares de los masacrados. El joven, vinculado a la primera organización indigenista peruana dedicada a la denuncia de atropellos y el apoyo a las reivindicaciones indígenas, fue sacudido y radicalizado ideológicamente por la masacre: «Al calor de ese bárbaro acontecimiento, ante tanta infamia… volvíme anarquista…».

M. Herminio Cisneros era ancashino. Retornó a Pallasca, en Ancash, donde estableció una delegación de la asociación Pro-Indígena.

Ver también: El movimiento obrero anarquista en el Perú (1890-1930) Joël Delhom

El impacto de esta rebelión también lo sintieron otras personalidades, que serían influídas por la revolución mexicana y la revolución rusa. César Vallejo trabaja desde 1911 como ayudante de cajero de la Hacienda Roma de Chicama y es testigo de la explotación de los trabajadores enganchados de las plantaciones de caña y de la masacre de 1912. Ver aquí y aquí. El Grupo Norte, de Antenor Orrego, Victor Raúl Haya de la Torre, César Vallejo, Alcides Spelucín, Manuel Arévalo y otros, no sólo se ve influído por la masacre, sino que se vincula con los trabajadores cañeros. Ver aquí. Sin embargo, este movimiento social acaba por alimentar fundamentalmente a un movimiento político que el APRA, como relata Peter Klarén en el libro citado. Al APRA se suman no sólo los trabajadores cañeros, explotados por los terratenientes, sino también las clases medias y los propios capitalistas arruinados por los grandes hacendados.1 El discurso aprista es antiimperialista y va dirigido a «las clases oprimidas». Era un partido revolucionario opuesto a los grandes terratenientes y a la intervención imperialista en el Perú.

4. Hoy
Hoy en día las protestas y rebeliones son «conflictos sociales», flemáticamente contabilizados y clasificados por una burocracia estatal ad hoc. No parece que agitaran las conciencias como sí ocurría en el siglo pasado en el Perú. Hoy los terratenientes son acreedores ya no de los indigenas enganchados, sino de toda la ciudadanía peruana, que les debe por las tierras expropiadas por los militares que alguna vez los defendieron de las rebeliones de sus trabajadores (a quienes nunca se les reparó por ningún familiar muerto por el estado oligarca). La propiedad colectiva de la tierra por los trabajadores, cual era el programa anarquista, socialista y comunista, fracasó. Los trabajadores cooperativistas se llenaron de deudas y tuvieron que vender sus acciones a los grandes capitales. Hoy las azucareras son disputadas por dos grupos económicos, cada uno con sus apoyos mediáticos y lobbies diversos. Grupo Oviedo, Grupo Rodríguez Banda (Gloria). Se prefigura una nueva sacarocracia en el Perú, y también nuevas protestas. Los braceros de hoy, cortadores y deshierbadores de caña, ganan por su trabajo un salario bajo, de monopsonio, trabajando en condiciones laborales riesgosas, aquí, con protestas usuales contra el único contratador del valle, aquí, reprimidas con dureza por la policía, aquí. Y desde luego, si alguna vez el APRA estuvo a favor de los trabajadores cañeros, desde hace buen tiempo que ya no lo está. Tampoco ellos están con el APRA, que ha perdido notoriamente la influencia que alguna vez tuvo en el norte del Perú.

Valle de Chicama. Imagen tomada de Klaren Op. Cit.

Hacendados.
Juan Gildemeister (Johann Gildemeister Evers) compró la Hacienda Casa Grande en 1888 a su compatriota Luis Albrecht, se dedicó al ingenio azucarero modernizándolo y adquiriendo propiedades alrededor, iniciando un proceso de concentración de tierras en el valle de Chicama nunca antes visto, en competencia directa con los Larco y la Casa Grace propietaria de Cartavio. Imagen tomada de aquí.

Hacienda Casagrande. Imagen tomada de aquí, La Reconstrucción Nacional: la economía de exportación


<-- Propietario de Chiquitoy. Genaro Luis José de Orbegoso. Nació en 1869. En 1919, ingresó al parlamento como diputado por Trujillo. Su abuelo fue el Presidente del Perú, Luís José de Orbegoso y Galindo entre 1833 y 1835. Imagen tomada de aqui, Portal de Chiquitoy.

Como en casi todas las haciendas de la época, Casagrande tenía su propia emisión monetaria.

Monedas de Casagrande, con el nombre de Luis G. Albrecht, pionero hacendado azucarero alemán, que se vio obligado a vender sus tierras a los Gildemeister. Imagen tomada de aquí.


<-- El sistema oligárquico de los terratenientes comenzaba a resquebrajarse, pero tomaría décadas su caída definitiva. La prensa anarquista iba llegando a las haciendas con un discurso anarquista-indigenista.

El Jornalero, periódico trujillano dirigido por el chalaco afroperuano Julio Reynaga Matute, de ideas anarquistas, discípulo de Manuel González Prada. Ver este documento completo aquí, PDF.
Reynaga era profesor de baile de las señoritas norteñas y distribuía su periódico en burro, según contaba en forma anecdótica Haya de la Torre, su amigo. Al igual que Pérez Treviño de La Razón, Reynaga fue arrestado por su azuzar a los trabajadores a la rebelión de los braceros de Chicama.
Ver aquí la edición de El jornalero posterior a la masacre de Chicama, Número 52, 11 de junio de 1912 y el editorial sobre su apoyo a la huelga:

A. Documentos sobre la masacre de Chicama:

Tomados de Basombrio I., Carlos y Wilson Sagástegui L. (1981) EL MOVIMIENTO OBRERO. HISTORIA GRÁFICA NO. 1., Tarea, Lima. Hacer click en las imágenes para ampliarlas.

  1. El hijo de Luis G. Albrecht, quien vendió sus tierras a Gildemeister, Enrique Albrecht Arias, engrosó las filas del APRA. Esto al igual que muchas familias arruinadas por las grandes haciendas, como la de Alejandro Spelucín, «familia que había sido muy próspera en Ascope y cuyos negocios se arruinaron por la competencia del bazar de Casa Grande» o la de Luis Cáceres Aguilar, de «una familia de pequeños agricultores de Santiago de Cao, área en constante lucha con Cartavio, de propiedad de la Grace» (Klarén). []
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Enlaces a este artículo

  1. 1924: la masacre de Parcona » Gran Combo Club
    04-04-2014 - 23:15

Comentarios a este artículo

  1. Silvio Rendon dijo:

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  2. Apu_Rimak dijo:

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  7. Ciencia PolíticaPERÚ dijo:

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  8. Silvio Rendon dijo:

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  9. Gran Combo Club dijo:

    Abril de 2012. Se cumplen 100 años de la rebelión de los braceros en el valle del Chicama http://t.co/qfTN0zJU

  10. CONARE SUTEP dijo:

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  11. Gran Combo Club dijo:

    Un día como hoy hace un siglo los braceros del Valle del Chicama se rebelaron contra los terratenientes. http://t.co/qfTN0zJU

  12. Gran Combo Club dijo:

    Rebelión anti-terrateniente hace exactamente un siglo: GCC: Valle de Chicama 1912: la rebelión de los braceros http://t.co/qfTN0zJU

  13. Jorge García dijo:

    Muy interesante y sobretodo buena la investigación del post, espectacular, también es espectacular lo que sigue sucediendo en el Perú, las cosas no han cambiado.

  14. gonzalo espino dijo:

    Un texto documentado. Para no olvidar formas de enganche y el salvajismo de los tiempos globalizados.