Por - Publicado el 30-05-2009

[Había escrito este post hace varios meses, pero se me quedó entre los borradores. Es un tema estructural que no perderá vigencia (y que daría para un mayor trabajo y elaboración), pero que adquiere especial actualidad dado lo que se ha visto en el reciente congreso del Partido Aprista Peruano.]

Leo estos interesantes párrafos de «Muerte en el Pentagonito» de Ricardo Uceda1 :

En 1978, cuando el Chito Ríos tenía veinte años y estudiaba economía en la Universidad Garcilaso de la Vega, se hizo militante de la Juventud Aprista. (…) Pero militar en Garcilaso de la Vega no era zambullirse en un debate de ideas, sino pelear violentamente contra los comunistas de Patria Roja, y él [Chito Ríos] aprendió primero a defenderse y a atacar. El partido sabía de eso porque tenía un aparato armado que intervenía en las revueltas sociales y protegía al jefe y fundador, Víctor Raúl Haya de la Torre, con una Guardia Dorada dirigida por un rudo legendario, Jorge Idiáquez. La integraban los búfalos, por igual militantes y matones, a la vez defensores y asaltantes de sindicatos a punta de bala y cachiporra. Aquel año impidieron que Patria Roja ganara las elecciones estudiantiles de Garcilaso de la Vega. Unos doscientos brigadistas, la crema y nata de la bufalería de Lima – estuvieron los de Idiáquez, los del Callao, los de la Universidad Villareal – quemaron las ánforas en un operativo con bombas, disparos y aporreamiento de los maoístas. Así organizaron su propia federación, que luego sería la preponderante.
(…) No era raro que les solicitaran apoyo para capturar, o recuperar, alguna base disputada con los comunistas. Ríos, como los demás, cargaba sus fierros y pirulos de un lado a otro, e incluso viajó a provincias y participó en un pleito a balazos del Frente Estudiantil Revolucionario en el Cusco, en plena plaza de Armas. En 1984 cuando [Jorge] Velarde lo presentó como una joven promesa a Agustín Mantilla, ya había apoyado muchas elecciones universitarias en el país y estaba a punto de graduarse. Tenía una profesión , una ideología y, sobre todo, un grupo social propio y poderoso que lo querría y velaría por él.
(…)
«Tiene la mente de un búfalo en el cuerpo de un mosquito», dijo de él, en una ocasión Agustín Mantilla. No parece un matón, y eso era lo que deseaba Mantilla, quien ya se desempeñaba como secretario privado de Alan García, el joven candidato presidencial del APRA en las elecciones de 1985. Mantilla, un gran búfalo emergente, quería un grupo distinto de guardaespaldas para la nueva figura del partido. La gente de Idiáquez estaba desprestigiada y parecía una banda de rufianes. Pensó, por ello, en un equipo que tuviera experiencia en enfrentamientos, pero a la vez formación universitaria.

Muchos universitarios hubieran podido dar prioridad a sus estudios y desarrollar más sus talentos científicos y profesionales, pero las intensas y violentas luchas políticas limitaron o frustraron del todo estas posibilidades. Ese violento guardaespaldas presidencial, en otras condiciones, hubiera podido aportar su formación universitaria en una revista académica de economía, como lo hacen los economistas-políticos del país vecino del sur, Andrés Velasco o Alejandro Foxley. Pero no fue así como se jugaron las cartas. Para muchos era cuestión de optar entre los estudios y la política y prefirieron la política. Las aulas universitarias más que centros de capacitación profesional y de aumento del capital humano eran centros de capacitación política o técnico-política y de aumento de un capital humano muy específico, el del arte de la guerra y de la lucha política maquiavélica.

La lucha por el poder en las universidades definitivamente no era democrática ni basada en la discusión de ideas o propuestas para el país. Las mismas discusiones no estaban orientadas por la coherencia lógica y el contraste de los planteamientos con las realidades sociales del país, sino por apabullar al rival de debate con lo que se tuviera a mano: falacias de autoridad, de fuerza, ad hominem. Todo valía. Desde luego, los argumentos más contundentes eran los que golpeaban físicamente en forma más contundente. Un cachiporrazo en la cabeza «abría la mente» en forma mucho más evidente que lo que podían lograr las sutilezas de cualquier razonamiento bien construído y elegantemente presentado.

Esto era así no sólo para los apristas, sino desde luego para los comunistas,2 especialmente a partir de fines de los sesentas en que logran, los maoístas, el control de universidades públicas clave como la de San Marcos. Y esto era sí no sólo para los estudiantes, sino incluso para profesores y rectores, como Luis Alberto Sánchez, siempre bien respaldado por guardaespaldas de defensa y ataque. Más aún, este tipo de lucha por el poder se aplicaba en sindicatos, organizaciones campesinas o barriales, casi masivamente, y desde luego, en partidos políticos de izquierda. Legendaria fue la lucha por el control de la poderosa Federación de Construcción Civil por facciones comunistas, «Unidad» y «Mayoría». Una batalla campal y un asalto del local.3 Y no sólo en partidos de izquierdas, sino en todos los partidos, siempre hubo mecanismos no democráticos, de autoridad e imposición.

Y aquí estamos hablando de sectores políticamente activos, sindicalistas experimentados, universitarios posiblemente versados, que se formaron en una «democracia realmente existente» que consiste en la imposición y para la cual el consenso y la aprobación de su electorado sólo es un factor más de poder que complementa su fortaleza bélica. Tampoco hay un gran sector ciudadano que vigile por que se cumplan las reglas de la democracia comenzando por el respeto al voto. Ese gran sector es silencioso y vive resignado a que los grupos organizados se hagan del control de su representación, o acaso participe y apruebe esta forma de hacer las cosas. Alguien que se ha formado en el fraude electoral y la aceptación del poder del más fuerte no tiene estándares para luego exigir una verdadera democracia. Ya se puede dar por bien servido si algún grupo con poder hace algo por alguna reivindicación que tenga. Y aquí, repito una vez más, estamos hablando de un sector universitario, sindicalista, con posibilidades de formación e información.

Y no es que haya precisamente un «fraude» en unas elecciones que se supone deberían ser sistemáticamente limpias. No. Las elecciones son el momento en que los diversos grupos miden fuerzas. Gana el más fuerte. Y el más fuerte es el que tenga más apoyo no necesariamente con el voto, sino con el compromiso del electorado. Para el seguidor no basta con votar y dejar sentada una opinióna través del formulario de voto. No. Tiene que entrar a ser un militante, un soldado del grupo al cual apoya. Si no su apoyo no es decisivo. Tiene que formarse y hacer mucho más que votar: boicotear el acto cultural del grupo rival, enfrentarse físicamente, ir al local del partido a buscar ayuda externa, hacer actividades para financiar el «capital físico» de esta lucha (las cachiporras, cadenas, pirulos, nunchacos). Esta democracia realmente existente exige a los grupos políticos actividades inusuales para la democracia usual en otros contextos.

Hablar de «fraude» en este tipo de democracia es de mal gusto. Es picarse, y el que se pica, pierde. Es como el conductor que se queja con bocinazos porque un carro se le puso delante de golpe. Y cabe la pregunta, ¿cuánto de esta democracia «realmente existente» se aplica en las elecciones generales? Lógicamente que los líderes politicos nacionales formados en aulas universitarias, sindicatos u organizaciones gremiales han sido aprestados para funcionar bajo este tipo de «democracia». Más que aprestados: estos líderes políticos eran expertos en la lucha por el poder. Si uno lee «El Príncipe» de Maquiavelo, encontrará consejos muy claros para conquistar, conservar e incrementar el poder, ninguno de los cuales se basa en el respeto de la opinión mayoritaria y menos de la ajena. Y democracia, el goberno del pueblo, no hay por ningún lado.

Hoy que se habla de recuperar la memoria, sería interesante que hubiera más testimonios sobre cómo funcionaba la democracia en las diversas instituciones de la sociedad civil en el Perú. Muchas veces se idealiza este funcionamiento, que no tiene nada de democrático.

Este tipo de «democracia» ha sido remozada de muchas maneras, pero no parece haber cambiado en esencia. Mantilla quiso darle una nueva imagen al búfalo, pero fue eso, una nueva imagen. Si los hombres de Idiáquez, según relata Uceda, tenían una imagen rufianesca y desprestigiada, los hombres de Mantilla no mejoraron mucho precisamente: su imagen fue la de la corrupción y el aniquilamiento de personas. El trabajo sucio es el trabajo sucio. Más ilustrado, pero siempre sucio. Y la pseudo-democracia puede haberse ilustrado y ampliado algo, pero sigue siendo una adrenalínica pseudo-democracia.

  1. Ver capitulo completo aquí []
  2. Hace medio siglo los comunistas, en crecimiento numérico, tenían que andar en el patio de San Marcos, la Casona, en grupos, pues si alguno iba solo, los apristas le podían dar una paliza. Si eso ocurría, los comunistas emboscaban fuera de la universidad a un aprista y le daban también una paliza. Con esta medida, los apristas dejaban de atacarlos. Esa era la «lucha de ideas». []
  3. Esta división entre comunistas tiene una anécdota. Los de «Mayoría» habían hecho una fiesta de año nuevo en un local que todavía controlaban. Varios de «Unidad» asistieron fingiendo estar con «Mayoría». No se sabía del todo quién estaba con quién. Los de «Unidad» se cuidaron de beber, mientras que los de «Mayoría» se emborracharon del todo. Cuando amaneció los de «Mayoría» despertaron en la calle y los de Unidad se habían quedado con el local y sus llaves…. – pase de CG []
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Comentarios a este artículo

  1. M. Isabel dijo:

    Un amigo mío, actualmente abogado independiente y totalmente alejado del ejercicio político solía decir:

    «los apristas son recalcitrantes. Si sus líderes les dan un cachiporrazo, ellos dirán que fue sólo una caricia».

  2. Renato Constantino dijo:

    Silvio:

    Interesante lo que dices. Quizá este ejercicio sería bueno también en la PUCP. Por ahí he encontrado las actas de Junta de Fiscales de los 80s y cómo las cosas se arreglaban, a veces, con amenaza de pistola. Es una verdadera lástima también que el único que haya escrito sobre la FEPUC sea el derechista Castillo Freyre.

  3. R Euribe dijo:

    Hablas de como se formaron las cupulas dirigenciales de izquierda y el apra, y como llevaron esas practicas a su labor parlamentaria o de gobierno. Ok, pero que hay de Fujimori y sus secuaces? Joy way, Martha Chavez…. etc. De todos esos «outsiders» sin pasado politico que demostraron ser mas diestros en el uso de la «democracia realmente existente».

  4. Silvio Rendon dijo:

    Alberto Fujimori se formó en la universidad también, en la Agraria y en la Asamblea Nacional de rectores. Martha Chávez era también de izquierdas, del partido de Agustín Haya de la Torre. Absalón Vásquez era aprista, su experiencia debió tener. Martha Hildebrandt era de izquierdas y sanmarquina. Martha Moyano era de Villa El Salvador como Maria Elena, formación de choque también. Francisco Tudela era de Tradición, Familia y Propiedad de la PUCP. Victor Joy Way y Jaime Yoshiyama no sé qué formación tienen. Ah, Vladimiro Montesinos era militar, agente de inteligencia y sanmarquino de derecho y sociología.

  5. Silvio Rendon dijo:

    Hola Renato,
    La historia de la FEPUC podría ser escrita muy bien, pues los protagonistas siguen ahí. Anímate!
    Saludos,