Por - Publicado el 11-12-2008

Para el cardenal chileno Jorge Medina, «Está bastante agitado el ambiente en nuestra ciudad porque viene de visita esa mujer que, con una desfachatez increíble, provoca un entusiasmo loco, que es un entusiasmo de lujuria». Vean la nota aquí.

«Esa mujer» no es otra que Madonna quien, en efecto, ha agitado el ambiente chileno con su visita.

Jorge Medina hizo estas declaraciones durante una misa en homenaje al general Augusto Pinochet, el responsable de la muerte de más de 3,200 opositores, quien falleció cómodamente atendido sin haber pagado por sus crímenes.
En la economía moral de derechistas repugnantes como el cardenal Medina, la sensualidad de los bailes y la música de Madonna resulta siendo una afrenta a la sociedad. No lo son, en cambio, las manos ensangrentadas de un tirano que le arrebató a los chilenos el derecho de elegir a sus gobernantes y que se fue de este mundo sin responder por sus actos.

Una manera de analizar esta incoherencia es juzgarla como una hipocresía: el mismo hombre que se escandaliza por la excitación que le causan las piernas y el pubis bamboleante de Madonna (envidiables para su edad, dicho sea de paso), no tiene problemas en bendecir públicamente al asesino que vivía con orgullo sobre una inmensa pila de cadáveres.

Pero otra manera de ver dicha incoherencia aparente es distinguir la atracción que causa la muerte de la repugnancia que produce la lujuria.
Si lo vemos de esa manera, el perverso pensamiento de monseñor Medina (nada distinto de monseñor Cipriani) es perfectamente coherente: Madonna es una de las diosas del placer, de la lujuria, del goce absolutamente independiente y gratuito; pero entonces su culto es exactamente opuesto al de la muerte. El primero es la celebración de la experiencia carnal y de la autonomía del individuo frente a la ley social. El segundo es el sometimiento de la vida a las finalidades del orden; en otras palabras, es el principio del sacrificio, que puede consistir desde la represión del deseo hasta la entrega de la vida misma.

Entre un viejo feo y aburrido y una mujer madura y sensual, entre Tanatos y Afrodita, la elección para mí es obvia. Aunque la música de Madonna no me cause mayor interés, para mí la decisión ética es bastante clara.

En las fotos: el cardenal Jorge Medina y Madonna, demostrando que en muchas decisiones la pinta no es lo de menos.

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