Por - Publicado el 01-10-2008

Durante el siglo XX el mercado como institución demostró su superioridad sobre cualquier institución colectivista. Sobre el asunto se ha dicho mucho ya. Se ha mencionado la falta de incentivos, la falta de un sistema de precios que dé señales para asignar los recursos, el fracaso de la cooperacion por los «free riders» que acaban siendo los más sobre los menos. Muchos ángulos para un mensaje: el colectivismo no funciona.

En términos téoricos el asunto comenzó dando lugar a un interesante debate, comenzado por Enrico Barone y acabado en Oskar Lange, creador del «socialismo de mercado». De ahí viene la idea del «planificador social» como asignador óptimo de los recursos que seguimos viendo en la producción de frontera en la economía (es una de las ideas «socialistas» que se sigue manejando en la economia). Se suele hacer la «solución competitiva» o «descentralizada» y la «solución del planificador» o «centralizada». La solución de Lange, marxista polaco que asumió la teoría neoclásica del valor, subyace a los teoremas del bienestar que asocian las soluciones óptimas en la asignación de recursos a una solución competitiva. Así es que tenemos a los economistas más librecambistas utilizando el concepto de «planificador social» como abstracción útil.

Una de las aplicaciones de esta abstracción es ilustrar los fracasos de mercado (externalidades, bienes públicos, monopolios naturales, etc.). La paradoja es que cuando hay estos fracasos el mercado lleva a un resultado que lo contradice. Si el mercado conduce a un monopolio natural, el mercado desaparece. Viene la paradoja: quienes propugnan el «mercado libre» en estas circunstancias en realidad están defendiendo a un monopolio, no a la competencia. Y para hacerlo más paradójico resulta que los interventores, las reguladoras, son las que actúan a favor del mercado, de la competencia. Curioso. Los papeles se invierten. Es difícil de decir qué harán los que se proclaman «liberales» en esta disyuntiva. ¿Apoyarán al mercado sin intervención que lleva al monopolio o a la intervención que restituye la competencia? La paradoja es muy concreta y se expresa a cada rato, dando lugar a muchas confusiones.

Un caso para la intervención estatal en los mercados es lo que se llama «riesgo sistémico» que ocurre cuando quiebra todo el sector financiero. No un banco, sino todos. La gente pierde confianza en la institución financiera y se produce una corrida bancaria. Los bancos no tienen el dinero para devolver de golpe a todos y se general la insolvencia. Aquí es cuando se necesita a un «prestamista en última instancia» que restituya la liquidez del sistema. Se da una disyuntiva similar a la mencionada arriba. ¿Se debe apoyar al sistema financiero para que pueda seguir funcionando el capitalismo o se debe dejarlo caer bajo el argumento de no intervención estatal? Cuando la gente se lleva más por lo «ismos» y prefiere actuar según la pureza de su «ismo» favorito, estamos ante el dogmatismo. En realidad se trata de un principio mal entendido y una confusión de medios con fines. Importa la restitución de la solución competitiva a través de la intervención.

En dios revisa el dogma leo estas frases de Mario Vargas Llosa:

“Un liberal jamás debería aceptar que los pobres contribuyentes salvaran a las empresas codiciosas que han acabado en la ruina“, señaló al tiempo de preguntarse cómo un “sector tan pequeño” ha podido causar una “catástrofe” así.

Sin embargo, señaló que dichas instituciones no quiebran solas y parece indispensable el “intervencionismo” para salvar a los náufragos: “Si tienen que quebrar, que quiebren, pero el problema es que nos quiebran a todos”.

No debería ser un objetivo «ser liberal», sino que funcionen las instituciones económicas capitalistas, que se resuelva el problema que el mercado no está resolviendo. Una intervención no hace el «intervencionismo», ni creer en la libertad hace a alguien «liberal». Una intervención por un fracaso de mercado, por lo tanto legítima, no implica intervencionismo o el comienzo de una transformación del capitalismo hacia más estatismo. Hay un ciclo político con épocas más interventoras y épocas más desreguladas, según las coyunturas. Es lo lógico.

En realidad la gran rigidez para enfrentar el problema es de carácter mental. Es el problema de la terminación «ismo», que suele ser entendida como un absolutizador de palabras. Y puede absolutizarse una situación, un lugar, el interés de un grupo, una disciplina, o cualquier cosa que se pueda preferir. Por ejemplo, si alguien hace un análisis económico de algo es «economicista»; si el análisis es sociológico, es «sociologicista», etc. El «ismo» no viene por el enfoque en sí, sino por la absolutización. Uno siempre puede dar a entender que está analizando un aspecto de la realidad, y no otros, para los cuales hay otros/as especialistas. Así se abre el diálogo y se aceptan razones que tiene su propia lógica, diferente a la que uno usualmente maneja. Siempre se puede entender que hay un tiempo para para cosa.

-

No se permiten comentarios.