Por - Publicado el 23-05-2008

Si tú vives en San Isidro, eres un “residente”; en cambio, si vives en algún pueblo joven, eres un “poblador”. Si los vecinos de San Isidro se organizan para rechazar el establecimiento de un comercio en una zona residencial, es que ha surgido un “conflicto” entre los vecinos y las autoridades. Si un grupo de campesinos o de nativos de la Selva se opone a la instauración de una mina, ocurre que los “pobladores” han sido azuzados por “comunistas” o “enemigos de la inversión”.

Los “pobladores” normalmente no tienen agencia. Si se resisten a una medida del gobierno, si expresan su desacuerdo con un proyecto privado, no es porque tengan intereses propios, sino porque han sido «manipulados». Este rollo no es muy diferente del papá que explica las malas conductas de su hijo de esta manera: “es bueno; son sus amigos los que lo malean”. Recordemos lo que declaró Alan García sobre el referendum en la región Piura sobre las inversiones de Majaz (como sabemos, en aquel referendum, el 90 % de los votantes rechazó el proyecto):

El presidente Alan García se la jugó a favor de la empresa y desató una escalada
verbal de ataques en contra de los promotores de esta consulta popular,
llamándolos desde “agitadores comunistas enemigos de la inversión privada” hasta
“defensores de intereses extranjeros que quieren evitar el crecimiento del
Perú”. García habló de una conspiración contra la minería y acusó a las ONG que
trabajan en la zona y a la Iglesia Católica de “manipular” a los campesinos en
contra de la empresa.

Pero esta forma de representación de las acciones de los “pobladores” (léase los pobres, los campesinos, los urbano-marginales, los sectores “emergentes” que nunca terminan de emerger, los indígenas de la selva peruana, en general, aquellos cuyas carencias son invocadas y lamentadas con tono de melodrama en esos aburridos rituales que son las jeremiadas públicas) no es exclusiva de la derecha o de los sectores oficiales. Recordando la muerte de Javier Heraud, Giovanna Pollarolo reproduce este comentario de Cecilia, la hermana del poeta:

el pueblo fue azuzado por curas y autoridades, los gamonales de siempre que
tienen miedo a perder lo que tienen.

Más adelante, en la misma nota, la editorialista comenta:

Aunque no precisa cómo es que ocurrió el asesinato, en un reportaje de Marco
Sifuentes (2007) queda claro, gracias a las declaraciones de quienes fueron
testigos de los acontecimientos de esos días, que los pobladores de Puerto
Maldonado estaban asustados: se habían extendido rumores alarmantes según los
cuales un grupo de comunistas se disponía a instalar un régimen de miedo y
terror cuyas primeras víctimas serían los curas, las monjas y las niñas.

Los policías y algunos pobladores formaron una especie de «frente de defensa» con el
fin de impedir el triunfo de estos peligrosos «delincuentes» que «llevaban barba
y una vestimenta extraña».

Esta nota es citada por Paolo de Lima en este post. No hay en la nota de este blog la más mínima crítica. ¿Por qué?

Porque una vez que se configura a los marginales de acuerdo con una imagen de inocencia y pureza, lo único que puede explicar que se conduzcan de manera equivocada es la influencia exterior. Nunca es culpa de ellos, sino de los “agitadores”, de los “gamonales” o bien ocurre que han sido “alienados”. Pregunto: ¿No es interesante que dos puntos de vista tan opuestos coincidan en la misma negación de la agencia?

Claro que es interesante, pero no olvidemos que se trata de un producto de la imaginación sumamente excluyente y peligroso. Excluyente porque reitera la idea de que hay un grupo de personas cuya capacidad política es inexistente y peligroso porque, una vez que les he negado el discernimiento, puedo fácilmente usurpar su representación y convertir en un enfermo, un anormal, un «enemigo de la revolución» o un «enemigo de la inversión» a cualquiera que disienta. Véase otra reflexión sobre este tema en este post de Silvio.

-

No se permiten comentarios.