Por - Publicado el 24-04-2007

Me enteré por un grupo de amigos peruanos. Inmediatamente nos juntamos en Brooklyn donde llegaba un canal en que Panamericana Televisión transmitía en vivo. El locutor era Humberto Martínez Morosini, en mis tiempos, el hombre del deporte. No se sabía mucho, por lo que comentaba y opinaba más que informaba. Recuerdo que criticó un comunicado de la iglesia católica que pedía al gobierno más atención a la situación de pobreza que vivía el país, que podría haber dado origen a la toma de rehenes.

Inicialmente, la gente que me rodeaba reaccionó con sorpresa, admiración por los secuestradores e indignación por la inoperancia de los cuerpos de seguridad. Se dijo que los secuestradores se habían disfrazado de mozos, mismo película de acción. En realidad, es sorprendente la admiración que causa este tipo de acciones de fuerza. Alguien me comentó que durante la larga toma de rehenes se hizo encuestas y una parte no desdeñable de encuestados demostraban su simpatía por los secuestradores.

El secuestro fue seguido muy de cerca por la gente en Nueva York, especialmente por la gente de habla castellana. A los colombianos les evocaba la toma de rehenes de la embajada dominicana por el M19, y a «La Chiqui», negociadora de parte de los secuestradores con el gobierno colombiano. De hecho, se esperaba un desenlace similar al de esa acción de fuerza.

No había mucha información tampoco. En esa época, había sólo el correo electrónico y me enteraba de lo que pasaba por la lista Perú, mutada después en lista «Tumi». José Portillo Campbell, después autoridad electoral en las postrimerías del régimen de Fujimori, copiaba los titulares de El Comercio y nos los enviaba: «Buenos días, Perú, donde quiera que estés» era su saludo. Por supuesto que esta lista de correo elecrónico dio lugar a numerosos debates.

La toma de rehenes de alargó por un par de meses y su desenlace fue como anunciado. Se supo lo de los túneles, se supo del entrampe en las negociaciones, cuando parecía que habría un desenlace a la colombiana. Recuerdo sobre la difundida idea que era pobreza la que creaba las condiciones para este tipo de acciones violentas. Se hizo incluso, si mal no recuerdo una «jornada de reflexión» en ¿la Universidad del Pacífico? titulada algo así como «Rehenes y situación social», donde se invitó a un exsecuestrador del M19. El tema motivó algo de reflexión en un momento en que se creía que se había derrotado al terrorismo con las capturas de los dirigentes principales de Sendero y del MRTA. La tónica de la gente era «hay cosas que están mal, pero ese no es el camino». Pocos meses después, una nueva generación de jóvenes sorprendería al país protestando por la destitución de los magistrados del tribunal constitucional…

Mis colegas me preguntaban ¿que va a pasar con esta situación? Es la toma de rehenes más larga que he visto alguna vez. ¿Cuántos años va a durar?

Estando en el centro de cómputo de la NYU, un condiscípulo colombiano me comenta que hay enfrentamientos, que lo están transmitiendo en vivo. Me fui a un bar y, efectivamente, interrumpieron las transmisiones locales para poner imágenes de la casa del embajador. Sólo llegue a ver cuando salían los soldados y entraban los bomberos.

Al día siguiente los tabloides neoyorkinos pondrían en primera plana la noticia. «Peru did it» titularía el New York Post, con la imagen de los comandos entrando a la casa del embajador. Sin embargo, a la mayoría de gente en el extranjero la supo muy mal que se hubieran producido ejecuciones extrajudiciales en la casa del embajador del Japón. Peor aún fue cuando Fujimori se hizo filmar al lado de los cadáveres: «un presidente que necesita chaleco antibalas en su propio país», «un presidente que respresenta a una nación no puede aparecer al lado de cadáveres». Los medios se olvidrían que Alan García haría exactamente lo mismo en su primer gobierno: posó al lado de cadáveres, p. ej. con los emerretistas muertos en Molinos. No es que hubiera mucha diferencia tampoco.

La realidad es que el respeto a la vida de alguien no era precisamente el estándar en el país. Las reacciones en la propia lista Perú eran de justificar que a un delincuente se lo deba matar sin más. Era el espíritu de linchamiento, ya consolidado en el país. Fujimori no estuvo solo. Mucha gente lo apoyaba. El operativo Chavín de Huántar hubiera sido mucho mejor si no se hubiera matado a los rendidos. Los propios rehenes japoneses declararían ver a algunos de sus secuestradores rendidos y con vida. Nadie está por encima de la ley, ni los secuestradores ni lo que los mataron. Debieron ser juzgados y castigados según los procedimientos legales. Los soldados no estarían hoy en problemas por ejecuciones extrajudiciales.

Sólo tardó un día para que nuestro país saliera de las primeras planas neoyorkinas. Todo volvió muy pronto a la normalidad. Diez años después, todavía no hemos llegado a un consenso sobre lo que está bien y lo que está mal. Nos sigue pareciendo bien el linchamiento oficial. En cambio afuera, muy poca gente apoyaría lo que ocurrió esa vez en la casa del embajador del Japón. Por supuesto, está en nuestras manos decidir qué estándar queremos tener. No lo olvidemos.

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