Por - Publicado el 17-03-2007

Hay la idea muy difundida que es el estado o algún planificador central iluminado quien debe decidir lo que se produce en un país y no los propios agentes económicos. Se escriben largos ensayos explicándonos las bondades de algún «producto estrella», que nos sacaría de pobres. Se improvisan argumentaciones pseudo-técnicas sobre la factibilidad de producir y comerciar ese producto internacionalmente. Se nos trata de convencer de que el apoyo público, vía subsidios o créditos, es fundamental para este objetivo, etc., etc. En resumen, hay una total desconfianza en la economía de mercado. No es buena práctica apresurarse a proponer intervenciones públicas sin antes argumentarnos dónde está el fracaso del mercado: ¿hay externalidades? ¿estamos ante un bien público? ¿hay un monopolio? ¿es una intervención destinada a lograr una mayor igualdad de oportunidades? Los expertos instantáneos no están para estas sutilezas; ellos se mandan de hacha.

Un ejemplo que contiene todos y cada uno de los elementos mencionados lo tenemos en este artículo:

El posible “espárrago serrano”
Aldo Mariátegui

Es imperativo –por razones morales, económicas y hasta de supervivencia– atacar con todo a la pobreza, más aún ahora que se goza de este boom económico. Y la extrema pobreza se concentra precisamente en las zonas rurales, atrapadas por el minifundio y la recurrente costumbre de sembrar cultivos de poco valor como la papa. Necesitamos buscar un producto estrella, rentable, que genere allí una revolución similar a la que generó el espárrago en la Costa. Se pensó en la alcachofa, pero ésta no se da en todos los complicados climas serranos. Las bayas (frambuesas, arándanos, zarzamoras) son una alternativa, pero su manipuleo es muy delicado y el “know-how” toma tiempo. No veo a los poco sofisticados, terquísimos y muy desconfiados agricultores serranos complicándose con éstas, además de que carecen de infraestructura adecuada para sacarla rápido a los mercados internacionales.

Afortunadamente existe un cultivo duro como una malahierba que crece en terrenos pobres, que aguanta peste y no necesita mucho abono, de rápida maduración, muy resistente al frío, de poca necesidad de agua, que tolera el manipuleo/transporte tosco y que tiene una gran demanda internacional.
Me refiero a la canola, que puede ser ese “espárrago serrano” que estamos buscando para sustituir a la papa. Afortunadamente, Gastón Benza –que encabeza “Sierra Exportadora”– le ha puesto el ojo y ojalá tanto el presidente García como el ministro Salazar se den cuenta de lo que tienen entre manos: una posible bala mágica para la pobreza en la Sierra.

Llenemos Apurímac, Cajamarca, Huancavelica y Puno de canola. Y Majes, donde estúpidamente se siembra alfalfa. Que reemplace a la papa y a exportarla a China. Para financiar eso a gran escala sí atraco que exista el Banco Agrario.

Esta argumentación no difiere mucho de las propuestas de hace treinta años de Genaro Ledesma de llevar a la gente desempleada en los camiones del ejército a cultivar la ceja de selva, que da tres cosechas al año, y almacenar la producción en Ticlio; así hay alimento para todos. Tampoco es tan diferente a la idea de las políticas heterodoxas del primer gobierno de García como «crecimiento selectivo» y banco agrario para el producto estrella elegido digitalmente por el gobernante. Van por ahí….

En el Perú abundan este tipo de propuestas. Los políticos o bien nos hablan de generalidades sin aterrizaje en la realidad o bien se enrollan con las calidades nutritivas o la factibilidad económica de algún producto que han elegido ellos, no se sabe bien cómo. Ambos discursos coinciden en la demagogia. En las elecciones anteriores, García fue el candidato de la alcachofa, producto estrella sobre el cual nos dio extensas explicaciones. Todo quedó en agua de borrajas; ya no habla más del asunto, pero, claro, en el camino ganó las elecciones….

Tal vez el pueblo peruano sea propenso a creer este tipo de argumentaciones por la propia historia pues siempre hemos tenido algún «producto estrella»: el oro, el guano, el salitre, el caucho, los minerales, el algodón, los espárragos, etc. Nos queda la idea mítica de buscar el siguiente producto estrella.

En cualquier caso, no son los políticos o los periodistas, por más iluminados que se sientan, los que deben decidir sobre estas cosas, sino los propios agentes económicos. Ellos son los que saben. Y de hecho saben más que el improvisado planificador que se siente iluminado y vive en la creencia que los agentes económicos son tercos o poco sofisticados. En un ambiente económico donde los incentivos están bien puestos, donde hay acceso a los capitales, los agentes económicos, así sean pobres, son los que la ven, no el gobernante. Claro, en el país hay una tradición intelectual oligárquica, compartida por izquierdas, derechas y centros, que ve a los pobres como objetos de asistencia social y no como agentes económicos que pueden salir adelante por sí mismos, como cualquier otro agente económico.

El estado tiene como tarea, por ejemplo, dar estabilidad jurídica y atenuar las imperfecciones en el mercado de capitales aliviando las restricciones de liquidez a los productores. No es dar crédito barato para producir canola, como antes se daba para producir kiwicha… Si un productor de un valle serrano se aparece con un proyecto técnica y económicamente bien sustentado que no sea canola, ¿es que ya no le dan crédito porque no es prioritario? No, pues. Esperemos que los gobernantes no hagan caso a estas voces y se centren en hacer bien lo que sí es su tarea, que con eso ya tienen más que suficiente…

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