Por - Publicado el 16-02-2007

Nick Gisburne fue censurado en YouTube por poner un video contrario al Islam. Según los administradores de ese servicio, violaba las reglas que prohíben discursos de odio. Pero ¿en qué consistía el video de Gisburne? En un conjunto de citas tomadas del Corán, que revelan el supuesto sentido agresivo e intolerante de dicha religión. El video, vuelto a publicar por otro usuario, como protesta a la expulsión de Gisburne de la comunidad de YouTube, lo pueden ver aquí.

Bueno, en verdad, Girsburne, un militante ateo, no las tomó directamente del Corán, sino de un digesto para quienes quieren avanzar en la causa contra esta religión. Gisburne no es un experto en el Islam, no consultó otra fuente, no preguntó por el sentido de estas palabras a algún imán. Simplemente, tomó algunas frases, las juntó en un vídeo, con el fin de que odiemos aun más a la religión fundada por Mahoma.

Sobre esto, quiero decir dos cosas:

Primero: que YouTube hace mal en censurar estos videos. El asunto del Islam está muy caliente, es verdad, y causa ansiedades en uno y otro bando. Por otro lado, parece inexplicable cómo es que en YouTube circulan sin mayores problemas videos agresivamente racistas (de argentinos contra chilenos, por ejemplo) e, incluso, un discurso de Miguel Serrano, el ideólogo nazi chileno que debe de haber inspirado algunos personajes de Roberto Bolaño (búsquenlo, el video es tan ridículo y estrafalario que se puede ver como una parodia de los nazis hecha por ellos mismos). Pero esto no necesariamente es culpa de YouTube. Simplemente, tal vez no haya habido usuarios que hayan pueso la banderita para censurar estos mensajes de odio. También circulan en YouTube videos agresivamente anti-católicos. O bien los católicos no se ofenden tanto como los musulmanes (lo que refuerza la imagen de intolerancia de estos últimos y el aguante de los primeros) o bien YouTube actúa más presurosamente contra aquellos mensajes que les pueden traer problemas (la amenaza del terrorismo es real, no hay duda).

Segundo: que la causa atea de Gisburne me parece absurda y contraproducente. Crea odio y violencia en lugar de entendimiento y, paradójicamente, impide el avance hacia una sociedad más racional y democrática. Es innecesario atacar a nadie por sus creencias religiosas. Es innecesario atacar a las religiones. El ateo arrogante que, desde su supuesta superioridad racional, hace mofa de las creencias religiosas (“supercherías”) de los demás, se está burlando de una activididad humana que posee un profundo sentido y que no cabe ser despreciada. Consigue, además, el efecto opuesto: reafirmar la sensación apocalíptica de que el mundo está perdido en manos de una conspiración diabólica. Mi posición al respecto es minimalista: que la religión no se inmiscuya ni en la ciencia ni en la política, sino que se dedique a lo suyo, que es la exploración del sentido trascendental. Como lo explicó un erudito judío El’azar ben Azaria “la Escritura habla el lenguaje del hombre” (dibra tora kileshon bne’adam para quienes sepan hebreo, que no es mi caso) y no el lenguaje de la ciencia. Querer refutar a la ciencia a través de la palabra de Dios es absurdo y no menos absurdo es querer que la ciencia se acomode a la palabra de Dios (cualquiera que esta sea) como pretenden, por ejemplo, los partidarios de una seudo-ciencia llamada «intelligent design» («diseño inteligente») que pretende refutar el darwinismo.

No creo que ser cristiano sea más moral que ser ateo, pero tampoco lo contrario. Si se dejara ese problema en una búsqueda personal, nos ahorraríamos una gran cantidad de violencia. Lamentablemente, Andrés Bedoya Ugarteche, columnista siempre tan achorado como obtuso del diario Correo, publicó nuevamente una columna contra los creyentes católicos que pueden ver aquí.

La nota es ofensiva e innecesaria. Yo soy un firme creyente en que estas expresiones, pretendiendo defender la razón, son contrarias a una causa razonablemente democrática. La solución no es acabar con los católicos fundamentalistas del Opus Dei, ni burlarse de los imanes; la solución es hacer lo posible para que la cuestión religiosa esté separada de la cuestión científica y política. Las citas de Gisburne solamente prueban lo que ya se sabe: que casi todas las religiones han tenido como elemento fundador la diferencia entre creyentes e infieles. Afortunadamente, las grandes religiones se han dedicado también a la interpretación (por algo son conocidas como «las religiones del libro») y se han ido acomodando (en diferentes grados) a los tiempos. Quienes quieran presentar a la religión como una cuestión arcaica, se enfrentan a una batalla perdida de antemano. Los creyentes, por su lado, deberían responder a las crítica de Gisburne o de Bedoya Ugarteche no con la censura (que los hace ver como intolerantes irredimibles) sino con una mejor visión de lo que representan sus costumbres y sus creencias. Pero no hay que olvidar que el fundamentalisto ateo puede ser tan peligroso y sanguinario como el fundamentalismo religioso. Eso ya está, históricamente, muy bien demostrado.

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