Por - Publicado el 28-01-2007

Leí en “La República” una entrevista a William Ospina, escritor colombiano que vino invitado a la Feria del Libro de Trujillo.

De esa entrevista, me interesa destacar estas dos sentencias de Ospina discutibles por lo prejuiciosas. Veamos:

“Mi tema principal desde el comienzo fue el Amazonas y lo que más me interesó
fue averiguar cómo fue ese choque entre el pensamiento histórico de los
conquistadores y el pensamiento mágico del mundo indígena
.”

Sí, es verdad que los conquistadores trajeron un pensamiento histórico (la historiografía medieval y renacentista). La historiografía era un arma muy potente para comprender el pasado y, por supuesto, para proyectar el futuro. No hay ni ha habido una historia inocente respecto de los intereses de su presente. Pero la historia no estaba desligada de un fuerte contenido espiritual.

Así, pues, la frase contiene un problema ya que da a entender que los conquistadores no poseían un pensamiento mágico (que este, sería, en consecuencia, un aporte indígena). Esto es a todas luces falso. En la primera relación europea sobre América, es decir, las cartas de Cristóbal Colón, se cuenta que, ante una tormenta que parece que va a echarse abajo la expedición, Colón y sus tripulantes prometen a la Virgen ir a misa en camisa (es decir, sin capa, algo deshonroso para un hidalgo) a cambio de que los salve. Esto, claramente, es pensamiento mágico. Hay tanta magia en creer que Cristo se encarna en un pedazo de pan sin levadura como en creer que las entrañas de los animales permiten descifrar agüeros. Por cierto, el esfuerzo humano por encontrar sentido a las cosas no debe ser motivo de burla y debe respetarse. El problema surge cuando el cristiano cree que su pensamiento no es mágico pero que sí lo es el de las otras creencias místicas y espirituales.

Pero el punto crucial es que Ospina no parece haber leído a Alejo Carpentier, el teórico del realismo maravilloso. Lo real-maravilloso no se define como una mixtura según la cual los españoles pusieron el realismo y los indígenas lo maravilloso. Por el contrario, lo real-maravilloso se propone como una lectura de la manera en que las crónicas de Indias interpretaron el territorio natural y el mundo humano en América. La idea de Carpentier es mucho más enriquecedora que la tesis simplista y falsa de que el encuentro entre europeos e amerindios fue un choque entre la racionalidad europea-occidental y la irracionalidad de los indios. Este último mito ha servido para dos propósitos contradictorios: en un primer momento, para afirmar la superioridad de los europeos y, en un segundo momento, para reivindicar la sabiduría de los indígenas. La forma de ver el mundo en Carpentier es mucho más aguda: América es un espacio en donde la maravilla literaria (es decir, la enciclopedia ideológica del conquistador) se hace real. En la poética de Carpentier, como en la de Borges, lo original, lo primigenio, no es un estado de pureza natural: es, por el contrario, la realización de la cita. Una reelaboración de estas ideas, con una entonación cómica, se puede encontrar en Los perros del paraíso, del extravagante escritor argentino Abel Posse.

No hay, pues, un punto de vista prístinamente natural, lo que me lleva a la segunda cita de Ospina:

“El hombre americano procuraba vivir en armonía con la naturaleza, no tenía la idea de los europeos de que el hombre es superior a la naturaleza y está para dominarla.”

Esta segunda afirmación requiere menos comentario. En efecto, es una afirmación sin sentido. En el mundo prehispánico había suficiente violencia y ejercicio brutal del poder como para que sigamos creyendo que los amerindios prehispánicos eran gente que vivía en la inocencia. Por otra parte, la conciencia ecologista, que reprueba el uso desmedido de la tecnología por temor de causar daño a la naturaleza, es posible en la medida en que existe aquella tecnología. Los indígenas americanos no eran tan tontos como para plantearse un problema tecnológicamente inexistente. Me parece necesario señalar estos mitos porque son empobrecedores e innecesarios. La mitología borgiana y la carpenteriana, en las cuales no hay puntos fijos sino más bien funciones intercambiables, me parecen mucho más éticas y más enriquecedoras.

Actualización: En este post, hablo de las cartas de Colón como «la primera relación europea de América». Estrictamente, esto no es cierto. Unas horas después de escribir este post, recuerdo las saga de Eirik el Rojo y la saga de los groenlandeses, que tengo aquí en mi biblioteca. Por cierto, los vikingos vieron el territorio que hoy llamamos América de una manera distinta.

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