Por - Publicado el 31-01-2007

Por Jorge Frisancho

En el post de ayer, Silvio recoge un artículo de Augusto Álvarez Rodrich que termina diciendo “En contra de lo que muchos creen, erróneamente, [los derechos humanos] no son un asunto de ideología, sino de ética y decencia básica. Los derechos humanos no son patrimonio de la izquierda”, y expresa su concordancia, cosa que han hecho también algunos comentaristas. Yo estoy en desacuerdo. La idea expresada por Álvarez Rodrich es muy fina y muy bien pensant, y está muy bien en términos generales, pero hay por lo menos una perspectiva desde la cual es posible decir, sin demasiado empacho, que la defensa de los derechos humanos sí es una actitud de izquierda. Doy tres razones interrelacionadas, aunque creo que hay más.

1) Las palabras “derecha” e “izquierda” no apelan a condiciones abstractas; refieren, más bien, a tradiciones concretas y específicas de pensamiento y acción política. En el Perú, como en muchos otros contextos latinoamericanos, la tradición de defensa de los derechos humanos desde una posición conservadora o neoliberal simplemente no existe. Por el contrario, la tradición derechista peruana está plagada —pensamiento, palabra, obra y omisión— de lo contrario: ausencia de respeto discursivo a esos derechos, y su violación continua, con frecuencia brutal, en la práctica. Cosa que se está viendo ahorita mismo, de manera más o menos oblicua, en los debates en torno a la pena de muerte y a los dictámenes de la Corte Interamericana de Justicia. Así, decir simplemente que “los derechos humanos no son de izquierda ni de derecha” es una falsificación de la realidad concreta de los discursos políticos peruanos, y deshonra la historia y el legado de las prácticas, a veces heroicas, de defensa de esos derechos, que de forma casi exclusiva sí han venido desde la izquierda.

2) En el Perú, como en muchos otros países, la situación ha sido históricamente tal que la postulación y defensa de los derechos humanos más básicos resulta, ya en el momento mismo de articularse como discurso, sediciosa. O por lo menos sospechosa. Las bases del poder —económicas, sociales, políticas— han estado ancladas en la exclusión de amplios sectores de los pactos de ciudadanía, y a estos sectores se les ha negado siempre el acceso a los derechos más fundamentales. Esto puede estar cambiando en los últimos tiempos, es verdad, pero me aventuro a decir que ese cambio, si existe, es incipiente y frágil. En semejante contexto, estar a favor de los derechos humanos ha significado desde el saque estar a la izquierda del poder; estar del lado del poder ha significado, con frecuencia de la manera más descarada, estar en contra de la aplicación universal de los derechos humanos. Nuestra historia reciente y la que no lo es tanto abundan en ejemplos.

3) En el contexto global, hoy en día, hay una tendencia marcada a legitimar y legalizar la tortura, el encarcelamiento sin causa debida y sin garantías, los juicios sumarios a cargo de tribunales militares especiales e incluso la desaparición forzada de prisioneros (prácticas todas ellas puestas en marcha abiertamente por los Estados Unidos y, por el momento, consideradas legales por las cortes de ese país). Y esto es sólo la punta del iceberg, la expresión más visible de un giro hacia el militarismo y la represión que se da no sólo en USA sino también en las socialdemocracias europeas. Esta tendencia es por cierto reversible y encuentra cada vez más oposición entre la ciudadanía y entre la clase política de las naciones centrales. Pero ese no es el punto acá. El punto acá es que sí existe una derecha troglodita, anti-derechos humanos, y que ahora mismo esa derecha tiene enorme poder y ejerce enorme influencia. Y ahí también se da una línea divisoria que pone a quienes defienden esos derechos a la izquierda del poder.

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