Por - Publicado el 29-01-2007

Casi todos los medios han celebrado el operativo “Empleada Audaz”. En innumerables blogs, la noticia ha sido recogida con entusiasmo. Hasta hace algunos minutos, estaba seguro de que aquellos blogs que no habían tocado el asunto lo hacían no por un desacuerdo, sino por pertinencia. Yo suelo (ingenuamente) sobreentender la solidaridad.

Hasta hace algunos minutos, digo, porque de pronto me encuentro con este infame e inverosímil post de un personaje que pretende representar a la derecha peruana y que, a la vez, se queja de que haya quienes consideren a la derecha peruana incapacitada para hablar de democracia.

Me molesto en citar este post no porque la opinión de Guille The Mouse posea alguna relevancia o cuente con un mínimo grado de atención a la realidad (de hecho, que este personaje se haya graduado de la PUCP no puede sino llenarme de vergüenza). Lo cito y lo discuto porque el blogger de “Pueblo Vruto” tiene la rara virtud de hacer conscientes las suciedades del inconsciente peruano (¡pido perdón a los sicólogos por usar tan libremente estas palabras!). De modo que Guille The Mouse es interesante porque es un síntoma, la expresión de un mal, no porque sus palabras posean sentido alguno para una dicusión racional.

Ahora bien, en principio, suelo creer que hay una trampa en enunciados del tipo “Todos los peruanos somos racistas de alguna manera”. Si bien es verdad que el contacto con el racismo parece ineludible, no necesariamente es verdad que todos estemos condenados, debido a esa experiencia, al racismo. Además, el enunciado puede ser usado con intenciones fatalistas: si nuestro racismo es inevitable, no vale la pena batallar contra él. Y, sin embargo, cuando leo las ideas que, con esfuerzo, trata de articular este blogger, me encuentro como en un regreso a un estado de conciencia infantil y primordial, en el que puedo escuchar las voces ridículas que me introdujeron al mundo de la segregación racial y de clase. Siento que involuciono, que vuelvo a una estupidez que pensaba ya haber superado. Pero vayamos por partes.

Guille The Mouse titula su artículo “Patrón audaz” y explica en una parte de su breve pero enormemente obtuso post que él “hubiera preferido que esta iniciativa partiera de las propias empleadas y no de sus empleadores. ¿Por qué depender del patrón incluso para reclamar sus derechos?” En primer lugar, se evidencia que, para él, la solidaridad no cuenta, que es indeseable. Si tú sufres, debes salir de ese sufrimiento por tí mismo. Subyace en esta pregunta una falacia: que si no puedes liberarte por tus propios medios, entonces no tienes derecho a la libertad. Pero precisamente se trata de pensarlo de otro modo: que si yo he contribuido a quitarte tu libertad y tu dignidad, soy yo (no tú) el responsable de esas carencias, soy yo (no tú) quien debería ser el primero en proponer que te las devuelva. Guille The Mouse nos quiere hacer pensar que si tú eres una persona privilegiada (por tener dinero, por ser blanco) y quieres poner en cuestión tus privilegios, eres una especie de huachafo, ya que es oportunista y de mal gusto tratar de reivindicarte moralmente. Este rizo argumentativo es típico de la derecha imbecilizadora y consiste en ejercer de manera enfática y dura sus ventajas de clase y, a la vez, acusar de pituquería (o “caviarismo”) a los privilegiados que reflexionan sobre la injusticia de sus ventajas.

La otra frase que destaco es una de particular brillantez por su capacidad para cifrar en cinco líneas cinco siglos de violencia:

“Los que tenemos empleada sabemos que muchas de ellas vienen a Lima «invitadas», llevadas u ofrecidas por sus propios parientes o gentes de su lugar de origen. Eso, sin contar que ya estando en Lima las jóvenes se malean involucrándose rápidamente con amigas juergueras y con «novios» que las usan y desechan más fácil que a un preservativo. De más está decir lo que le sucede a la empleada que se convierte en madre soltera.”

Es verdad que muchas son “traídas” por su familia. Pero esto es consecuencia de las condiciones del mercado. La gente se mueve hacia donde hay oportunidades. Yo hice lo mismo también pero (no puedo negarlo) en condiciones de mayor ventaja. A pesar de esta ventaja, se trata del mismo principio: uno se mueve hacia donde ve la oportunidad y, muchas veces, un amigo o un familiar se ofrecen de palanca. Que el caso de las empleadas del hogar (y no el de otros) le llame tanto la atención delata un claro desprecio por razones de raza y de pobreza. Alguien que no puede ver que la historia del profesional que sale del Perú hacia el extranjero y la de la muchacha de familia campesina que viaja a Lima poseen la misma estructura y se rigen por el mismo principio pone en evidencia que, por encima de la libertad, él coloca sus prejuicios raciales y de clase.

La siguiente acusación que leemos en la cita anterior es a la vez paternalista y absurda: estas “chicas” llegan inocentes a la gran ciudad y allí se corrompen debido al contacto de malas amigas. Uno debe entender que aquí el placer es censurado y que, por tanto, estas “chicas” pertenecen a una categoría humana particular, a la cual ha de negársele el derecho a la diversión y al goce. Lo que está implícito es uno de los argumentos más recurridos por el poder, a saber, el sobreentendido ideológico de que el subalterno se beneficia de su condición, ya que el poder del amo (que se expresa básicamente en el control del deseo) le evita el sufrimiento. Como dice con claridad Guille The Mouse, estas “chicas” sufren de marasmo y se entiende que, para salir de él, deberían integrarse sin cuestionamientos a la estructura jerárquica que el sistema les asigna.

Quienes sufren de marasmo no son estas muchachas que quieren salir de la pobreza y vienen a buscar una oportunidad (lo que demuestra una actitud racional). Quienes sufren de marasmo son quienes se niegan a ver en estas personas su plena dignidad y pretenden dictarles lecciones de moral a cambio de silencio y obediencia. En el colmo de su irredimible idiotez, el blogger se hace y se responde una pregunta: “¿Alguna propuesta verdaderamente educativa que levante a las «natachas» del marasmo que padecen? No, marchitas no.” Yo respondo en cambio que el primer paso es la educación de todos y el siguiente debería ser darnos cuenta que estas muchachas tienen nombres e identidades particulares y que, al someterlas arbitrariamente en un categoría que implica paternalismo y desprecio, dejamos de ver su individualidad. Pero esto es mucho pedir para alguien que, en el fondo, como todo racista, es un colectivista, es decir, alguien dispuesto a sacrificar al individuo en favor de la masa, un vicio presente tanto en la izquirda como en la derecha y que tenemos que quitarnos de encima. Y es que, en efecto, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio“mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado”.

Actualización: El mismo personaje al que se refiere este post se precia, por un lado, de recordarnos los horrores del Holocausto pero, por el otro, no tiene problemas en llamar «queso» a Evo Morales (como si el problema con Evo Morales sea el hecho de ser típicamente un cholo). Esto se puede llamar antirracismo selectivo. Ya ha reflexionado sobre esta curiosa incongruencia el gran dibujante Art Spiegelman en su libro Maus, en uno de cuyos pasajes narra con tristeza el racismo de su pa
dre, un sobreviviente de Auchswitz. A quienes no hayan leído ese libro, se lo recomiendo por su brillante lucidez.

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