Por - Publicado el 14-12-2006

Esta foto la encontré en el blog firmado por César Vásquez Bazán, ex ministro del primer gobierno de Alan García. No sé si el blog es auténtico, pero la foto sí lo es.

Quienes sigan creyendo en la moralidad de Augusto Pinochet y de sus partidarios, observen de nuevo.

Ahora bien: como sabemos, la política económica que impuso Pinochet no puede llamarse fascista. Sin embargo, hay un gusto por los gestos fascistas. ¿Por qué?

En primer lugar debido, claro, a la política interna represiva. Sobran palabras al respecto.

En segundo lugar porque, hasta donde puedo ver, la derecha fascista de la post guerra abandonó el fascismo económico y se alió con los intereses de Estados Unidos. Tal vez me equivoque, pero no encuentro ningún contraejemplo. La onda de la ultraderecha moderna es una combinación de liberalismo económico y política social represiva.

Y en tercer lugar porque encuentro que el fascismo es no solamente una doctrina política sino una postura estética: los gestos, las indumentarias, las poses son importantísimas; no importa que, con la otra mano, se invoque a Milton Friedman. Como crítico cultural, esto me resulta muy interesante.

El filósofo Willard V.O. Quine sostenía que cada quien escogía sus ideas de acuerdo con su temperamento. Desde hace muchos años creo en algo parecido: que las doctrinas políticas poseen un fuerte componente estético. Tal vez esté especulando demasiado pero mi hipótesis es que el fascismo es, en primer lugar, un fuerte gusto por lo uniforme y lo unívoco. Hay, además, un sentido de belleza corporal que sostiene su racismo. El fascista, antes que nada, es un enemigo de la multiculturalidad, la diversidad y rareza. Por ello, puede ceder en el campo económico: ya no predica la intervención del Estado, pero se mantiene firme en los símbolos de la unidad y la uniformidad.

Afirmar que el fascismo es una invención artística no es trivializarlo ni olvidar su criminalidad. Por el contrario, es reconocer que la estética puede implicar cuestiones gravísimas, como la decisión sobre la muerte y el sufrimiento de otros. Y ello porque el fascista es antes que nada un esteta perverso. Por ello, es casi imposible convencerlo de su error: le interesa más acomodar al mundo a su concepto de belleza que sentir conmiseración. No habrá argumento ético que lo convenza porque la dialéctica que le importa no es la de lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso, sino la de lo bello y lo feo, lo simétrico y lo asimétrico.

Creo que bajo esta clave podemos leer, por ejemplo, algunos cuentos de Jorge Luis Borges como Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y Pierre Menard, autor de El Quijote, así como Estrella distante, una divertida e ingeniosa novela del chileno Roberto Bolaño y que resulta siendo un comentario agudo de los cuentos borgianos que menciono.

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